En Cali la violencia se cuela a los quirófanos

Por Carolina García

Cada día, los médicos de la ciudad sufren agresiones verbales y hasta físicas. Muchos no denuncian por miedo. Radiografía.

Medidas. En el hospital Carlos Holmes Trujillo hay presencia permanente de la Policía para evitar hechos de agresión o violencia contra los médicos.

Día: 22 de junio. Los jóvenes pandilleros llegaron hasta el quirófano del Hospital Universitario del Valle y con pistolas y cuchillos exigieron que le salvaran la vida a un compañero que llevaban herido. A simple vista el médico González* supo que los siete balazos que tenía el joven incrustados en su cuello habían sido suficientes para dejarlo en coma o parapléjico. O como era el propósito, muerto.

Pero aún así el especialista lo examinó y llevó a cabo el protocolo de reanimación. En ese momento la preocupación ya no era salvarle la vida al joven que ni respiraba, sino salvar la suya. Si no lo atendía o no simulaba hacerlo, lo mataban. Eso le repetían los pandilleros.

Afortunadamente, llegó la Policía y sacó al ‘parche’ furibundo del quirófano. La razón de la muerte de su compañero les fue comunicada a través de los uniformados. El médico ahora intenta no dejar ver su rostro.

28 de junio. La escena vuelve y se repite en la sala de urgencias del HUV. El paciente llegó muerto a urgencias, un grupo de jóvenes armados exigía que los médicos le devolvieran la vida.

Pero según Amanda García, enfermera encargada de la subdirección de Urgencias del HUV, ya todos en el hospital estaban alertados, se encendieron todas las alarmas y esta vez los jóvenes no pudieron, ni siquiera, traspasar el ‘retén’ de guardas y policías que hoy custodian una puerta que no parece la de una unidad de emergencias sino la de un destacamento militar.

La señora García dice que en la entidad hospitalaria están pensando poner puertas automáticas, las cuales sólo sea posible abrir con tarjetas personalizadas, para evitar que los acompañantes de los pacientes, invadidos por el desespero de la muerte, entren hasta los quirófanos y agredan o amenacen al cuerpo médico.

Como van las cosas, los hospitales de Cali, entonces, deberán convertirse en grandes fortalezas porque la violencia que se vive en las calles ahora también penetró los quirófanos y centros de consulta. Amanda García lo reconoce. “Los servicios de urgencias son vulnerables porque es adonde llegan pacientes en volúmenes impredecibles. Incluso, tenemos planes de contingencia para cualquier eventualidad en la que sea necesario involucrar a todo el hospital”.

Allí, en las unidades de urgencia, es precisamente donde más se cometen agresiones y amenazas contra el personal de la salud. García dice que a esta unidad, que funciona las 24 horas, entra casi el 80% de los pacientes que ingresan a todo el Hospital Universitario. Eso explica que el riesgo sea diario y muy alto.

Y sobre todo, por que el HUV, cada día, recibe pacientes independientemente de su régimen de salud, género, estrato social o religión.

Por eso las urgencias del hospital mantienen con 200% de sobrecupo. Allí hay capacidad para 161 pacientes, pero los fines de semana, cuando ocurren hechos como el del 22 de junio, las salas se llenan hasta con 250 pacientes. Entonces en días como éstos el temor aumenta. “Y aumenta la intolerancia, la falta de convivencia, el miedo, el riesgo”, reitera García.

Pero aún así, en medio de las amenazas, son pocos los médicos o funcionarios de la salud que se atreven a denunciar. El Grupo de Atención de Emergencias y Desastres del Vicemininisterio de la Salud sólo tiene registrado en los consolidados de este año un sólo caso de agresión a la misión médica en el Valle. También figuran tres médicos retenidos por grupos ilegales sin determinar.

Y desde 1995 hasta ahora, los registros del Valle dan cuenta de 15 casos de agresión con trece afectados.

El director del hospital Carlos Holmes Trujillo, ubicado en el corazón de Aguablanca, dice que estas cifras son apenas justificables. Insiste que a muchos médicos les da temor denunciar por miedo a perder sus trabajos y hasta su vida.

No obstante, y acompañado de las trabajadoras sociales, Arévalo puso en marcha un programa para que los especialistas de su hospital por lo menos pongan en conocimiento las agresiones que sufren. No para denunciarlos a la Fiscalía o a la Policía. Sólo para llevar una cifra y dimensionar el problema. Esa estadística informal da cuenta que desde el 2003 hasta ahora, sólo en ese centro médico van 20 casos registrados de agresiones físicas. Este año ya van cinco.

Pero insiste en que el subregistro es alto: las agresiones verbales no llegan hasta el papel. Pero sí dejan consecuencias: durante este tiempo siete médicos, casi uno por año, han abandonado la institución por situaciones de violencia y agresión.

“¿Cómo le digo a un médico que no se vaya? La situación es complicada, porque en un hospital confluye todo el drama humano, la agresividad, la excitación, la depresión y eso pesa sobre la institución”, afirma Arévalo.

Sí que pesa. Arévalo tiene mil historias de agresión padecidas por sus médicos: “A uno le rompieron la nariz, a otro le mordieron el glúteo, a los porteros, a diario, les aruñan la cara, los estrujan porque la gente no entiende que hay medidas administrativas. Y, para completar, hace menos de un mes robaron el puesto de salud de El Poblado, que hace parte del hospital. A los funcionarios les pusieron pistolas en la cabeza. Se llevaron todo”.

Pero el caso que más recuerdan los médicos de este hospital, que atiende mensualmente 7.660 consultas, es el que protagonizó una mujer, que en estado de embriaguez desató el pánico en la sala de emergencias.

La médica Carolina Pardo Arco, quien lleva tres años en la sala de urgencias y trauma del hospital, dice que ese día su vida corrió peligro. “Empezó a gritar, a llorar, a revolcarse y entraron más de diez personas con esa mujer y nos amenazaron con cuchillos. Ellos creían que la muchacha estaba grave, pero no era sí, sólo estaba borracha. Generó mucho pánico y causó destrozos en la sala de urgencias. Yo creí que esa madrugada me iba a morir, porque esa gente estaba en un enorme estado de desesperación”.

Desde este día, en la sala de urgencia del Carlos Holmes, un policía se mimetiza entre las batas de blancas propias de los médicos.

Más seguridad

La médica dice que en muchas oportunidades le ha tocado suturar heridas bajo la intimidación de armas blancas, cuchillos o pedazos de vidrios de botella y se queja de que a los hospitales ubicados en zonas de alto riesgo les falta más presencia policial. “Muchas veces, para poder trabajar, nos toca pedir auxilio, que lleguen los guardas o la Policía a que nos ayude a controlar. Pero si los pacientes o los acompañantes vienen armados es difícil. En estos casos prima la vida de nosotros”, reconoce Pardo.

En este tipo de hospitales, donde se mueven altos volúmenes de pacientes y los controles escasean, entrar armas es cada vez más fácil. La doctora Carolina reconoce que le ha tocado atender a heridos o enfermos con cuchillos en sus bolsillos. “Hay gente que viene a buscarnos directamente hasta urgencias sin que nadie les pregunte nada... Entran y salen común y corriente”.

La Policía vigila el lugar, pero aún así los directivos de los hospitales de zonas altamente violentas piden patrullas permanentes custodiando las puertas de acceso a las urgencias.

En el Mario Correa Rengifo, localizado en Los Chorros, catalogada como otra zona de alto riesgo, también exigen presencia de la Policía, ya que allí se atienden entre 300 y 500 personas diarias. Las historias de agresiones contra los médicos y el personal van y vienen. Pero en ese hospital pusieron en práctica aquel viejo adagio que dice que “cuando no puedes con tu enemigo, únete a él”. Edwin Peña, director de la institución, dice que en este año se ha llevado a cabo un trabajo con los jóvenes ‘problema’ del sector. “A dos de ellos los vinculamos a la institución, para que nos ayuden a fortalecer la seguridad y a manejar situaciones de crisis ocasionadas por otros jóvenes”, relata.

Javier*, quien algún día fustigó a los médicos por el desespero de salvarle la vida a un amigo, hoy atiende una de las cajas. Él es el mediador cuando los pandilleros intentan entrar de manera agresiva al centro hospitalario.

“No desconocemos que estamos en un sitio difícil. El paciente desde el dolor se desespera y se torna agresivo. Pero la Policía hizo el compromiso de pasar revista permanentemente. Además pensamos en trabajar con un segundo grupo de reinsertados para que nos ayuden con la seguridad del hospital”, dice.

La idea es que no se repitan episodios como el del pasado 22 de junio.

·  "La gente tiene que entender que el médico está prestando una acción humanitaria y por ello deben respetar su función sin amenazas”. Alejandro Varela, secretario de salud.

·  "A los médicos los creen dioses y no lo son. Ellos hacen lo que pueden hacer y para lo que están preparados. Quienes atendemos aquí somos seres humanos”. María Lucero Urriago, directora del HUV.

La zona rural, oasis de paz para los médicos

Están internadas en varios corregimientos para llevar atención básica en salud.

En un principio pensó que estar internada en las montañas de Golondrinas iba ser más peligroso que los pasillos de una unidad de urgencias. Ha sido todo lo contrario. Rocío del Pilar Córdoba es la única médica de este corregimiento. Lleva dos meses allí, viviendo como lo campesinos, de manera austera, para prestarles atención las 24 horas del día los 31 días del mes, y lo único que ha recibido de la comunidad es total apoyo.

Atrás quedó el incidente en el cual una ambulancia fue atracada en la vía que conduce hacia el lugar.

Ahora, la comunidad está mucho más pendiente y la Policía custodia a diario, sobre todo, el puesto de salud.

“Yo siento que aquí me cuidan mucho, supongo que es por ser la única médica, ellos necesitan de mí”, dice esta joven que cambió su casa en Cali, una práctica en un hospital de la ciudad y el calor de su familia por la vida rural y silenciosa de este frío corregimiento de Cali.

La iniciativa hace parte de un programa de la Secretaría de Salud que busca llevar atención médica al campo. Con ella, son tres médicas más ubicadas en Pance, El Saladito y Pichindé, quienes durante 365 días del año les prestan atención básica a los pobladores de esas zonas y cuando se requiere, por la complejidad de los tratamientos, los remiten para que sean atendidos en hospitales de Cali.

“Aquí, los niños casi siempre nacen en los vehículos o en la casa. La gente se enferma y no acude el doctor. Así que la idea es que, cuando los pacientes no puedan, yo voy a sus casas para prestarles la atención necesaria”, afirma Rocío.

Lo más curioso de este programa es que ningún hombre quiso medírsele a esta convocatoria. “La mujer siempre ha sido más decidida en sus cosas, es más maternal. Uno tiene de por sí esa sensibilidad más marcada que los hombres”, piensa Rocío.

Luisa Fernanda Salazar, otra médica que atiende en El Saladito, dice que los hombres son mucho más apegados así que “les da duro dejar sus cosas”. Ella no oculta que a veces extraña la ciudad para salir a comer o dar una vuelta en un centro comercial. Sin embargo, eso lo cambia por el apoyo y los cambios positivos en la salud de muchos abuelos de la comunidad. “Llevo doce semanas haciendo visitas a lugares que nadie se imagina, muy alejados, en pendientes o lomas, diciéndole a la gente que se haga los chequeos médicos. Y ahora, veo que sí, que buscan la manera de hacerse los exámenes. El 90% de la gente nos apoya”, dice la médica.

Las médicas coinciden en que en el área rural, en otros tiempos estigmatizada por la violencia y la inseguridad, es mucho más tranquila para las misiones médicas.

“Aquí lo centros de salud mantienen con las puertas abiertas, nos pueden buscar a cualquier hora de la noche, y nosotros los atendemos. Esa es la idea”, dice.

·  Estas médicas ubicadas en la zona rural de la ciudad, atienden un volumen aproximado de 25 pacientes diarios. También hacen visitas domiciliarias para los abuelos que no pueden salir de casa.

·  Justo al lado de los centros de salud de los corregimientos, están ubicados los puestos de la Policía del sector, lo que les brinda mucha más seguridad a las médicas.

“Amenazas son el pan de todos los días”

“En 16 años de misión médica en varios hospitales de Cali he visto de todo. Tengo mil historias por contar, he sufrido mil agresiones, pero sigo con vida, amando este trabajo de salvar vidas.

Hace dos años llegó un paciente, lo traían unas 40 personas, puros muchachos, lo metimos a reanimación, pero tenía como 15 tiros en el cuerpo. ¿Quién lo salva? Sin embargo los pandilleros me advertían: “si se llega morir, se muere usted”. En el instante uno no sabe qué hacer, pero en medio del desespero, lo único que pudimos hacer fue llamar a la Policía, para que ellos intercedieran.

Es que uno no sabe cómo actuar frente a estas situaciones. Aquí las amenazas son pan de cada día. A veces llegan heridos y uno no sabe qué hacer con ellos, porque vienen casi muertos... Y cuando no es eso, en la consulta de urgencias te insultan, te agreden. Varias veces me han agredido. Hubo una paciente, un día, que se armó con una jeringa y nos hizo correr por todo el hospital hasta que llegó la Policía y la desarmó.

Los borrachos son otro lío. Uno se vuelve masoquista. Le tiran un asiento a uno, pero a los diez minutos hay que atenderlo. Es chistoso, ¿no?

En esos momentos, sólo hay que llenarse de valor, uno tiene que entender al familiar de los pacientes, entender el dolor porque en esos momentos lo que uno quiere es que lo atiendan rápido. Así que se pueden imaginar el desespero. Esto pasa en momentos de ira.

Con los pandilleros los problemas son cada fin de semana. Hace poco llegó un muchacho en una moto con uno de sus amigos heridos. Y detrás de él unos 30 corriendo y el vigilante abrió la puerta y la moto entró hasta los quirófanos. Pero el joven ya venía muerto. El susto fue horrible, traían granadas, armas hechizas, pistolas. Yo no sabía si atender al herido o salir corriendo.

En otra ocasión lo que hicimos fue coger al paciente, entubarlo, así estuviera muerto, y llevarlo en remisión para otro hospital. Ese día nos amenazaban, pensé que me iba a morir.

Pero así es la profesión que amo y yo escogí esto”.