Revolturas. Por: Gloria H.
¿La han violado?
Marzo 10 de 2009
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“Sí, allí están
las huellas. Sucias, asqueantes, sobre el cuerpo, marcando el dominio, el poder
del macho, el instinto animal insaciable. Allí está el olor, ese maldito olor,
la huella en la piel, en la cara, en los genitales. Allí está la humillación, la
impotencia, la rabia, la pequeñez y la desesperanza, después de que ha
terminado el hecho. ¿Ha terminado acaso? ¿Alguna vez podrá terminar? Por más
jabón con que trate de limpiar, de oxigenar, de borrar, las marcas siguen. La
maldita sensación de ese cuerpo de hombre abusivo sobre el propio, penetrando a
la intimidad de la vagina y del alma para marcar un territorio patológico de
quien cree que las mujeres son objetos de masturbación propios. Todo esto lo
pueden repetir con más o menos detalles las mujeres violadas, los cientos de
niños y niñas que han sido víctimas de los atropellos de la cultura patriarcal,
representada en un hombre que considera a su órgano genital un arma de poder.
Allí está”.
Pero
para la Iglesia Católica no es grave la violación. Los jerarcas de la Iglesia
–hombres, claro está- no consideran que, en su escala de castigos, un violador
merezca la excomunión, pero sí los médicos y la madre de una niña de 9 años, en
Brasil, embarazada de gemelos, por abuso de su padrastro. Los jerarcas brasileños
fueron prestos para condenar el aborto, pero no pudieron propinarle ninguna
clase de castigo ‘eclesiástico’ al hombre que, en el colmo del atropello, abusó
de su hijastra, una niña de 9 años. No, su delito no ‘califica’ para
excomunión, pero sí la actitud salvadora de los médicos y la madre de la niña.
Posiciones cobardes y discriminatorias como éstas guardan un manto de
complicidad difícil de asimilar. Cuando las mujeres escuchamos historias de
violación, pareciera como si la violación fuera en nuestro propio cuerpo. La
violación tiene la característica de ser la afrenta a un cuerpo de mujer, con
identidad propia, pero también una afrenta a un conglomerado humano –las
mujeres- muchas veces impotente de defenderse del poder del macho, cubierto por
la cultura patriarcal.
Y en
Yemen, a otra niña de 10 años, Nojoud Ali, la casaron a la fuerza con un hombre
de 30 años que la maltrata y de la que no puede separarse. Su padre la obligó a
ese matrimonio, le impidió ir a la escuela y, a esa edad, Nojoud ya tiene una
historia de mujer adulta. Pero de mujer golpeada por esa cultura patriarcal que
todavía algunos consideran exagerada y ‘pasada de moda’. Porque no sólo es en
Brasil o en Yemen: en cualquier lugar, aquí mismo, las situaciones de maltrato,
de violación y de discriminación contra la mujer son espeluznantes. Las formas
de violencia tienen todas las caras y edades imaginables. Y tienen la
complicidad de los estados, de las leyes, de las organizaciones y de las
creencias religiosas donde la mujer NO es igual al hombre. A pesar de todo lo
que se ha hecho y se ha dicho.
A
pesar también del trabajo ‘sucio’ de esas ‘detestables feministas’, porque
usted, mujer, cada vez que se sienta libre, independiente y autónoma, ojalá
pueda aceptar que detrás de su ‘triunfo’ está el desgaste de las ‘detestables
feministas’ que le ayudaron a llegar adonde ha llegado. Porque son ellas las
que están ayudando a despertar. Los hechos hoy pueden denunciarse,
afortunadamente, a través de los medios de comunicación. Pero la dura realidad
muestra que mientras el castigo no sea más severo serán muy pocos los
resultados obtenidos. ¿Quiere más ejemplos?