La universidad, desactualizada
El
mundo universitario de hoy, como el de la escuela en general, se enfrenta a una
contradicción que debe resolver, para articular coherentemente su razón de ser
al cumplimiento de su misión de manera eficiente: tenemos una universidad del
siglo XIX, un profesor del siglo XX y un alumno del XXI. Este aparente
contrasentido histórico nos obliga a solucionarlo modernizando la universidad,
capacitando al docente y disciplinando al estudiante, para que el uso adecuado
de las tecnologías actuales sirva a mejorar su aprendizaje, no a empeorarlo.
El
estudiante de hoy, como nativo digital, está acostumbrado culturalmente a los
desarrollos tecnológicos actuales, por ser componentes normales de su mundo (el
celular, el computador, Internet, las redes sociales, el i-Pod,
los e-books, las comunicaciones instantáneas); acude
a sus clases con profesores que hemos tenido que asumir y adaptarnos
culturalmente a un mundo distinto al que tuvimos cuando nos formamos
profesionalmente, y al que poco a poco vamos asimilando nuevas formas de
enseñanza, vinculando las nuevas tecnologías, no siempre con la rapidez
necesaria ni con la formación suficiente, ya que muchos de esos docentes, para
asumir la modernidad, terminan siendo llamados 'profesores karaokes'
por limitarse a leer textos proyectados en video beam
o en grandes pantallas digitales.
Hoy,
el docente no es el poseedor de la información y del conocimiento absoluto,
como en el pasado, y su misión actual no es simplemente transmitir información
para formar conocimiento, sino, además, guiar al estudiante para que en esta
avalancha de información que circula por las redes adquiera la disciplina, los
criterios y los valores adecuados para escoger y decantar ese torrente de
información, producir procesos de aprendizaje, construir conocimientos con
rigor científico y actuar con ética en la sociedad.
Por
su lado, la universidad tampoco ha evolucionado al ritmo de los cambios
requeridos por la sociedad moderna, pues mantiene estructuras organizativas y
de poder acuñadas en el siglo XIX por las universidades
francesa y alemana. Hoy, la escuela en general sigue sometida a un
modelo de organización y de enseñanza que pertenece a siglos anteriores, un
maestro que enseña para el pasado, un alumno que aprende más fuera que dentro
de esa escuela, una sociedad que sigue pensando que la escuela está diseñada
para tener ocupados a los alumnos mientras trabajan sus padres, y unos padres
que están cada vez más lejos de sentirse también responsables de la educación
de sus hijos porque no hablan su lenguaje, no comprenden sus símbolos ni
entienden su mundo.
En
esta conjunción de contradicciones de modo y tiempo, asistimos alarmados a la
formación de un estudiante, por un lado, más universal, más desinhibido, más
dispuesto a lo moderno, con más tiempo libre, más informado, pero menos sabio,
que se cree de mejor familia que sus padres, pero, por otro, menos aficionado a
la lectura, más facilista, con más distractores, más superficial y rodeado de todos los
peligros del mundo moderno, desde el sexo irresponsable hasta las drogas.
Educar un estudiante hoy es un proceso más complejo que simplemente transmitir
ordenada y sistemáticamente una serie de temas y asignaturas, pues supone
enfrentarse a los retos de prepararlo para vivir, aprender, ser y hacer en
medio de las realidades digitales modernas, sin perderse en ellas.
La
escuela, como la universidad y la sociedad, debe aprender a cumplir su papel en
medio de esa complejidad y, por ello, debe modernizarse empezando por aceptar
que las instituciones y las sociedades, como las personas, también aprenden,
aunque para ello deban desaprender las cargas culturales obsoletas. La
universidad está librando esta lucha.
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Rector de la Universidad de Cundinamarca
Adolfo Polo Solano *