Así vivió la angustia de ser un caso probable de nueva influenza Lina Flórez, bogotana de 20 años

Lina, al igual que su familia, puso en marcha todas las recomendaciones médicas y decidió esperar con paciencia los resultados.

Solo a las seis de la tarde del viernes pasado, y tras once días de encierro forzoso, la joven supo que iba a recuperar su vida, cuando la Secretaría de Salud de Bogotá confirmó que no tenía el virus.

Luego de recibir esa llamada, Lina Paola Flórez tiró lejos los guantes de látex y el tapabocas de alta eficiencia que no se quitó ni para dormir desde el 27 de abril y salió de su habitación. "Ya se me había olvidado cómo era mi casa", dice.

Los síntomas que sufrió aparecieron tan de repente y con tal severidad, que a ella no le quedaron dudas. Cada vez que oía una noticia sobre la enfermedad decía: "Yo tengo eso, yo tengo eso...".

Lina es funcionaria de seguridad del aeropuerto El Dorado, de Bogotá. La noche del domingo 26 de abril, y cuando el famoso virus AH1N1 ya llevaba varios días en los titulares de prensa, hizo parte de un grupo que recibió un vuelo que llegaba de Florida.

Recuerda que muchos pasajeros venían con tapabocas. Cuando el avión se desocupó, entró a inspeccionar. No notó nada inusual, salvo que en la cabina hacía mucho calor. Al salir, el frío y la llovizna la golpearon. Una hora después empezó la tos. Le atribuyó el síntoma al cambio brusco de temperatura, pero no le dio mayor importancia.

Pero el lunes, Lina amaneció mal: "Desperté con una tos muy fuerte, escalofrío y un malestar impresionante. Tenía fiebre de 38 grados".

Pensó en serio en la gripa porcina de la que le habían hablado y se acordó de que en las últimas tres semanas, que es el tiempo que llevaba el virus circulando en México, había tenido contacto con pasajeros procedentes de ese país.

Con una tía salió para la Cruz Roja. Al contar su caso en la recepción, le entregaron un tapabocas y la aislaron a la espera de una consulta: "Como a la media hora -narra- entró un médico vestido como astronauta y me dijo que por trabajar en el aeropuerto y por los síntomas que tenía, yo era un caso sospechoso de influenza porcina. En ese momento se me vino una hemorragia nasal que no paraba".

Luego de un examen minucioso le diagnosticaron rinofaringitis viral, y le prescribieron varios medicamentos. También le ordenaron exámenes de laboratorio.

Una enfermera, que se había puesto dos pares de guantes y dos tapabocas, le tomó una muestra de sangre y otra de la faringe, que se envió al Instituto Nacional de Salud; luego le dieron las indicaciones de cómo llevar su vida durante los próximos días.

Al pasar por urgencias observó que todos usaban tapabocas y se sintió angustiada. El mensaje que emitían los medios en ese momento era que los infectados con el virus se morían. "Mi tía, que ya tenía tapabocas, me abrazó. De regreso a casa pensé en mi familia, y especialmente en mi hermana de 19 años, que como es trasplantada hepática, tiene un sistema inmunológico débil. Me puse a llorar".

Cambio brusco de vida

"No podía salir de mi habitación y tenía que mantenerme aislada; la puerta debía permanecer cerrada todo el día y las ventanas abiertas siempre; las cosas que yo tocara, nadie más debía cogerlas; había que someter la casa a limpieza profunda", comenta.

Su estado de salud empeoró el martes. El malestar era insoportable: "Sabía que estaba mal".

Cuando la fiebre subió a 39,5 grados corrió a la Fundación Cardioinfantil, donde le tomaron más pruebas. "El médico me dijo que estaba convencido de que yo tenía la nueva influenza. Yo y mi familia salimos derrumbados".

Cuando recibió la llamada descartándolo todo, su corazón se desbocó: "es la experiencia más dura que he vivido", afirma. "Ahora solo pienso en retomar mi vida".

El mundo a través del teléfono

Este aparato se convirtió en su principal medio de contacto con el exterior, porque tenía prohibida toda visita, incluida la de su novio. "La cosa llegó a ser tan extrema que mi hermano me marcaba desde un teléfono de la casa a mi habitación para preguntarme cosas y hablar conmigo".

Diariamente, recibía hasta diez llamadas de funcionarios de la Secretaría y de la Cardioinfantil, que monitoreaban su estado de salud, pero ninguna le daba razón de las muestras enviadas al CDC de Atlanta.

Con los días Lina empezó a sentir mejoría, pero esto no atenuó el miedo que sentía cada vez que oía una noticia sobre la epidemia. Eso hizo que sus días y los de su familia fueran terribles.

Pese a todo lograron manejar el caso con mucho tino, para evitar alarmas innecesarias o desbordadas en el vecindario, tal como ocurrió en Zipaquirá, donde vive el único caso confirmado de la enfermedad en el país.

SONIA PERILLA SANTAMARÍA
CARLOS F. FERNÁNDEZ
REDACCIÓN SALUD