Comportamiento Humano. Por: Carlos E. Climent.

Tocar fondo
Agosto 02 de 2009



Cuando la persona que cae en la adicción acepta no seguir mintiendo es cuando empieza el verdadero proceso de su rehabilitación y recuperación.

Las verdades a medias de los drogadictos, el encubrimiento que la sociedad le hace al alcohólico y la ceguera de los padres con los hijos problema, son obstáculos formidables para la mejoría de estos pacientes.

El drogadicto que todavía no ha iniciado el proceso de su recuperación gasta una gran cantidad de energía convenciendo a los demás que las drogas no son problema: “Yo estoy en control de la droga, ella no me controla a mí...la estoy dejando poco a poco...no me hace nada...etc.” Argumenta con gran convicción que el problema radica en los demás ya sea porque no lo entienden o porque no le dan lo que necesita para ser feliz.

De dientes para fuera dice estar decidido a dejar el consumo pero íntimamente sabe que no está listo para abstenerse, sin embargo, la comedia que tiene montada no le produce el más mínimo remordimiento

A esta farsa se suman las aguas tibias de los que contribuyen a reforzar el círculo vicioso. Los “coadictos”, una especie de comando de apoyo del enemigo, está constituido por los padres, hermanos, cónyuges u otros asociados que individualmente o en conjunto se encargan de reforzar la adicción. Todos ellos contribuyen a darle cuerda a la parte más enferma del paciente y permiten, por ejemplo, que el usuario de marihuana defienda con gran convicción y vehemencia el sofisma clásico: “Mi dosis periódica de droga me hace más brillante y un mejor ser humano” o “la droga no me controla”. Y muchos se lo creen.

Lo que el adicto no puede ver, porque el proceso es lento y marrullero, es el desangre silencioso de lo mejor de su ser. Tampoco le deja ver como la vida lo ha ido relegando a una marginalidad mediocre. Todo ello se constituye en un desperdicio y una lamentable situación que no se compadece con sus opciones y capacidades.

De entre todos los adictos, el alcohólico es el que tiene la situación más complicada porque la sociedad, no sanciona esta adicción sino que la apoya. Si el enfermo dice que no es adicto al alcohol la sociedad permisiva le cree, lo defiende, calla y jamás lo contradice. Para este paciente, a veces, el punto de retorno ocurre cuando la vida le muestra la cara horrible de la enfermedad ya sea porque desarrolla una cirrosis hepática, sufre un grave accidente o tiene un estruendoso fracaso. En los casos afortunados en los que tales complicaciones no lo matan, el golpe le puede permitir una visión más realista de su situación.

Los padres permisivos dedicados -por mucho tiempo- a permitir las trasgresiones de todos los días, sólo confrontan a sus hijos cuando ocurre algo grave y no les queda más remedio que aceptar su ceguera y actuar.

Los ejemplos anteriores tienen todos en común la necesidad de “tocar fondo” para confrontar la realidad. Sólo entonces, el enfermo y/o su familia, aceptan que no hay espacio para más cuentos, ni más disculpas, que le llegó al punto de no retorno, que finalmente está solo ante sí mismo y que no puede echarle la culpa de sus dificultades a nadie distinto a él mismo.

carloscliment@elpais.com.co