Pese a las penumbras en que vive, Eduardo Cardona toma unas llaves y una
maceta, y mueve rótulas, rodamientos, tornillos y terminales de una camioneta Luv, que se esmera en reparar.
Tiene 36 años y se le mide a cualquier motor de cualquier carro, aunque no
ve desde hace ya casi cinco años.
El 26 de noviembre del 2004 fue asaltado al llegar a su casa en Cali. Su esposa,
Adriana Muñoz, salió a recibirlo, justo cuando dos delincuentes lo
interceptaban.
Una bala le atravesó la cara a él de sien a sien. El proyectil siguió
derecho y se alojó en el rostro de su esposa, quien aún lo tiene en su cabeza.
Durante seis meses, la recuperación de ambos fue el objetivo central. Sin
embargo, empezaron las dificultades y se acabaron los recursos para el arriendo
y el sostenimiento de los hijos: una niña de 14 años y un niño de 4.
Un familiar le ofreció alojamiento en Pereira y Eduardo no dudó en
trasladarse.
Por un tiempo, se esforzó por aprender el sistema braille de lectura, pero
los 40.000 pesos mensuales del curso lo sacaron de las aulas. Para lograr el
sustento familiar, se dedicó a hacer trapeadores, escobas y recogedores, con
una fundación, pero apenas recibía unos 20.000 mensuales. Incursionó en la
venta de frutas y verduras, pero las ganancias eran mínimas. Luego, un amigo lo
ocupó entregando panela a domicilio, pero se acabó la producción y, con ello,
el empleo.
Entonces, decidió probar de nuevo con la mecánica. “Mi gran temor era no
poder coger las herramientas –dice Eduardo, quien había vivido entre tuercas
desde los 14 años–. Fueron días de tensión y nervios, hasta que me propuse
vencer ese miedo. Fue un gran reto”.
Una mañana agarró un martillo y se puso a darle a una pieza de un carro.
“Para mi asombro, pude hacerlo con precisión –afirma–. Fue emocionante
comprobar que con calma, palpando la herramienta y la parte por reparar, podía
hacerlo. Mis manos fueron mis ojos”.
Su esposa Adriana se asombró cuando lo vio animado a probarse de nuevo como
mecánico. “Me sentí muy feliz al verlo otra vez con el reto de un motor, con
sus manos engrasadas y concentrado en algún ajuste”, afirma.
Oír y tocar El oído y el tacto son ahora los grandes aliados de Eduardo.
“Muchas veces prendo el carro y me concentro en escuchar de dónde procede la
falla –cuenta–. Luego, llego a la pieza y palpo una y otra vez hasta establecer
el daño. Eso sí, hay que ser organizado con la herramienta, para no perder
tiempo tanteando”.
Un conocido, Gustavo Pulgarín, vio su talento y le
dio trabajo en un taller.
Con él estuvo un año. Desde hace ocho meses, Vicente Garcés, propietario de
otro taller, le permite hacer algunos contratos. No le cobra por el uso del local
y confía en que podrá salir adelante. El compromiso es que, cuando mejoren los
ingresos, pueda pagarle algo.
“Puedo bajar un motor en una o dos horas –dice–. En condiciones normales, se
hace en una. Esto es porque en 15 años de mecánico he reparado muchos vehículos
y ahora lo tengo todo guardado como un disco duro. Espero que la gente confíe
en mis capacidades”.
Los primeros motores que reparó tuvo que
trabajarlos con herramienta prestada, pero, hace dos meses, logró conseguir
algunos implementos, gracias a un crédito con el Banco de las Oportunidades. No
fue suficiente para comprar todo, debido al alto costo de los equipos, pero ahí
va.
Manuel Arango, un compañero de trabajo, destaca la experiencia de Eduardo.
“Con la mayoría de los clientes no hay problema –asegura–. Es muy
comprometido y entregado a su trabajo y, por su capacidad, no es necesario
estar pendiente de él”.
Sin embargo, sus ingresos siguen siendo pocos.
Sus esperanzas Los médicos le dan esperanza de recuperar la visión, pero no
tiene con qué hacerse la operación. También espera que a su esposa le puedan
extraer la bala de la cabeza.
Eduardo sueña con una casa que le dé estabilidad a su familia y un taller
propio. Es que no concibe su vida lejos de los tornillos, las llaves y el ruido
de motores, a los que se ha acostumbrado tanto que diagnostica sus males con
sólo oírlos.
*Con reportería de Alejandra María Galvis Ricardo Vejarano / EL
TIEMPO.
Le hace falta equipo Eduardo necesita una prensa hidráulica, un lavador de
inyectores y un escáner, equipos que facilitarían su desempeño. Pide que se
comuniquen con él al teléfono 316 5 83 34 41.
“No estoy pidiendo limosna, quiero arreglar carros. Mi anhelo es que me vean
desarmando y montando un motor”, enfatiza.
Mi temor era no poder coger las herramientas. Fueron días de tensión y
nervios, hasta que me propuse vencer ese miedo. Fue un reto”.
Eduardo Cardona, mecánico invidente