La
actual epidemia de gripa porcina llegó este martes a los más variados rincones
del globo. A pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha censado
79 casos confirmados, reportes desde Costa Rica hasta Nueva Zelanda, pasando
por Israel, hacen pensar que el número de contagiados es mucho mayor.
La cercanía de Colombia y México, foco de la enfermedad, es un agravante que
exige el despliegue de todas las acciones necesarias para que el casi
inevitable impacto en el país sea mínimo, con la indelegable dirección del
Ministerio de la Protección Social. Eso debe cimentarse sobre una campaña
juiciosa de información, que apunte a que cada colombiano esté completamente
enterado. La prudencia es vital para evitar que se caiga en pánicos
innecesarios, que pueden acabar desbordando, incluso, la capacidad de respuesta
del mismo sistema de salud.
Vale decir que no es la primera vez que el mundo y Colombia enfrentan una
amenaza similar. Desde el 2003, la OMS cuenta con lineamientos específicos, con
base en los cuales sus Estados miembros han diseñado planes de contingencia
para hacer frente a la gripa aviar, prima hermana de la enfermedad que hoy
tiene al planeta en vilo.
Ya para el 2005, las autoridades sanitarias colombianas habían anunciado que
se estaba preparando un plan específico para prevenir la anunciada pandemia de
gripa aviar de entonces, con varias líneas de acción: comunicaciones, formas de
notificación, ampliación del número de puestos centinela para la vigilancia de
los virus circulantes y aplicación estricta de medidas de bioseguridad
en sitios de riesgo. También se habló de apropiación de recursos (cercanos a
los 13.000 millones de pesos) y de simulacros que comprometían a todas las
secretarías de salud.
Si todo se hizo de acuerdo con lo anunciado, el país debería estar
tranquilo. Le llegó la hora al sistema de salud de probar que está preparado
para encabezar y poner en práctica estas medidas, dirigidas a contener los
estragos del desborde de una epidemia de similares características. Si bien
debe resaltarse la celeridad con la que el Gobierno ha actuado en esta
oportunidad, incluso con una declaratoria de desastre nacional para movilizar
recursos y facilitar decisiones administrativas, cabe preguntar por qué a la
mayoría de los entes territoriales -con la notoria excepción de la Secretaría Distrital de Salud de Bogotá- la emergencia parece haberlos
cogido fuera de base.
Al contrario de lo mandado por el plan que supuestamente estaba en
construcción hace años, el Instituto Nacional de Salud, centro de referencia de
la salud pública del país, está más débil que nunca. Dicha entidad debería
estar liderando, con su otrora laboratorio de virología, el proceso de
identificación, referencia, tipificación primaria y envío de muestras, además
de estar dando los lineamientos técnicos para la puesta en marcha de medidas
epidemiológicas en todo el territorio colombiano.
Los presupuestos del Instituto, en cuya cabeza está desde hace meses un
director interino, son precarios, sin contar con el debilitamiento de su
recurso humano. Esa entidad, que brilla por su ausencia, debería ser la mano
derecha del Ministro de la Protección, que ya anunció que, en el peor de los
escenarios, la gripa porcina podría afectar como mínimo a ocho millones de
colombianos.
Ojalá lo dicho por el ministro Diego Palacio no pase de ser lo que es: una
hipótesis elaborada a partir de fórmulas y cálculos externos. Valga decir, sin
embargo, que el país está a tiempo de actuar en forma coherente ante amenazas
como esta, lo que no significa que esté blindado. En la contención de una
inminente pandemia, todos los estamentos de la sociedad están en la obligación
de actuar con mesura, orientados y sin alarmismos imprudentes.