Al despedirse
de sus anfitriones en Guadalajara (México), el presidente Barack
Obama anunció que el año próximo encabezará la
batalla para lograr la reforma del desvencijado sistema migratorio nacional.
Para los optimistas, la noticia de que Obama sigue
comprometido con lograr una reforma migratoria justa y generosa y de que busca
una solución realista para el tema de los indocumentados parece haber causado
cierto regocijo. Los pesimistas deben haber sentido el breve escalofrío que
produce el llamado déjà vu.
Esa curiosa sensación de haber oído ya a otro presidente de Estados Unidos
anunciar la posposición del debate sobre el tema por considerar que las
condiciones en el Congreso no eran propicias.
El mensaje de Obama fue claro. Prefiere emplear su
capital político en los temas prioritarios de su agenda, como la reforma del
sistema de cuidado de la salud, la reforma energética y la regulación del
sistema financiero.
Para organizaciones defensoras de los inmigrantes, como el National Immigration Forum, el
anuncio recién hecho por el Presidente "no es preocupante".
"Entendemos el cambio en el cronograma y confiamos en que el Presidente
retome el tema el año próximo. No hacerlo tendría consecuencias indeseables
para el país y políticas para Obama. El voto latino
fue el que le dio el triunfo en estados clave que en el pasado habían votado
por candidatos republicanos."
La reforma integral del sistema de cuidado de la salud ha sido una
preocupación de varios presidentes desde hace casi un siglo y ninguno ha podido
hacer la reforma integral, aunque algunos han logrado avances mayores o
menores.
En 1912, en su campaña presidencial, Theodore Roosevelt prometió un seguro de salud universal semejante
al de Alemania, pero adaptado a la realidad estadounidense, y nada sucedió. En
1945, Harry Truman mandó al
Congreso un proyecto de ley que declaraba la obligatoriedad del seguro de salud
y que le valió ser acusado por la extrema derecha de querer socializar la
medicina. Lyndon B. Johnson
alcanzó importantes victorias parciales con las leyes que crearon el Medicare,
que sirve a las personas mayores, y con el Medicaid,
que atiende la salud de los más pobres, pero no logró universalizarlos. Bill Clinton tampoco pudo obtener
la aprobación en el Congreso de su ambicioso proyecto, pero al menos logró
extender la cobertura de salud gratuita a unos 7 millones de menores de edad.
De entonces a la fecha, los problemas del sistema de cuidado de salud en la
nación se han agravado. Hoy, aproximadamente 47 millones de personas no tienen
seguro médico; diariamente, miles de trabajadores pierden su seguro; las
compañías aseguradoras pueden renegar impunemente sus compromisos de atender a
pacientes con ciertas enfermedades, y millones de trabajadores no cuentan con una
cobertura adecuada. Y, mientras tanto, los costos de la atención médica se
disparan y los recursos públicos y privados se desperdician de manera obscena.
Así las cosas, no sería justo reclamarle a Obama
por darle prioridad a este asunto, pero sí valdría la pena recordarle que las
carencias y las falencias del sistema de salud estadounidense afectan
desproporcionadamente a los inmigrantes y que ninguna de las leyes que
actualmente están en discusión en el Congreso pueden ofrecerles atención médica
a los millones de indocumentados que residen en el país.
Por ello, cuando se enfermen los cocineros que preparan la comida en los
restaurantes, los meseros que la sirven, las camareras que arreglan los cuartos
de los hoteles, las nanas que cuidan a los niños de los más pudientes, los
jardineros y los lavacoches, no tendrán otra alternativa que acudir a los
servicios médicos de emergencia. Y esto no solo representa un peligro para la
salud de todos, sino un gasto enorme e innecesario.
Qué pena que en el país más rico del mundo la atención médica de quienes forjan
su riqueza siga siendo vista como un privilegio y no como un derecho que les
asiste a todos los seres humanos.