Comportamiento Humano. Por: Carlos E. Climent

La procesión
Diciembre 28 de 2008

 



El desfile de un paciente por diversos especialistas sin hallar remedio amerita ahondar en si se trata un problema de depresión. La medicina de hoy exige un tratamiento integral.

José A., de 55 años, saludable y activo, empezó a visitar cardiólogos, oftalmólogos, urólogos y laboratorios clínicos hace un año. Sus síntomas, que correspondían a todas las especialidades consultadas, lo seguían abrumando.

Los medicamentos recetados no le fueron muy útiles, pero le tenían la digestión alterada y sus finanzas maltrechas. Debido al decaimiento cada vez mayor y a un insomnio preocupante, un amigo le recomendó visitar al psiquiatra.

Además de los síntomas físicos identificados en las evaluaciones clínicas de los meses precedentes, al examen se encontró un hombre envejecido y casi asfixiado por el tramo de escaleras que acababa de subir.

Después del recuento de las múltiples visitas por los consultorios de los diferentes especialistas que lo habían atendido, habló de su desánimo, falta de energía, pesimismo y angustia. Ninguno de esos síntomas correspondía a su personalidad emprendedora.

Cabe destacar que a comienzos del año lo atracaron para robarle el celular y que la recesión económica de los últimos meses lo tenía preocupado.

Pero me aseguró que esas no eran las causas de sus síntomas porque “en su vida pasó por asuntos mucho más graves y jamás se sintió tan golpeado”. Uno de los muchos médicos que lo atendió durante el año, relacionó sus síntomas con al atraco y los problemas económicos y le recetó un antidepresivo en “dosis bajitas para no torearle el estómago” y otro le sugirió calmantes.

Pero nada de lo anterior modificó el cuadro clínico. El diagnóstico era clarísimo: Trastorno Depresivo Mayor. Pero como su depresión nunca fue considerada como el problema de base, nunca recibió el tratamiento adecuado. No sobra decir que después de un mes de un tratamiento juicioso, José A. volvió a ser la misma persona jovial de siempre.

Se han cambiado ciertos datos y circunstancias para preservar la identidad del paciente, pero esa es la historia de mucha gente.

La depresión obliga a miles de seres humanos a llevar una vida miserable y en otros casos a una procesión innecesaria por los angustiantes vericuetos del sistema médico.

La hipertensión, las molestias oculares, la gastritis y los síntomas urinarios eran reales y tenían que recibir atención. Pero real también era la depresión que cursó sin ser identificada durante todo el año.

La coexistencia de la depresión con diversas enfermedades es un hecho. Es indispensable, por tanto, registrar todas y cada una de las dolencias para prestarles la debida atención. Hoy se considera que una depresión puede precipitar o agravar las enfermedades cardiovasculares, por ejemplo el infarto cardíaco.

En consecuencia la depresión debería ponerse en la lista de los factores de riesgo de enfermedades cardíacas a estudiar, con la misma estrictez con la que se incluyen la obesidad o el colesterol elevado.

La práctica idónea de la medicina contemporánea exige tratar la depresión cuando ocurre simultáneamente con cualquier problema orgánico. Para ello es necesario utilizar terapias eficientes que incluyan, entre otras cosas, fármacos antidepresivos a dosis terapéuticas.

Nota: Por vacaciones de su autor, esta columna reaparecerá el 18 de Enero 2009.