El poder de las palabras
Febrero 08 de 2009
Por: Carlos E. Climent
Las maldiciones se pueden disfrazar en forma de sentencias que los seres ‘queridos‘ le disparan a la cara a los que tienen más cerca.
Las predicciones,
las maldiciones, los pronósticos, en fin, las palabras, pueden tener un poder
brutal cuando provienen de figuras de autoridad y cuando se realizan sobre la
humanidad de seres susceptibles. Unas palabras positivas y oportunas promueven
la esperanza, el equilibrio y la salud y pueden ser determinantes para guiar
por el camino correcto a una persona en un momento crítico.
Las
maldiciones se pueden disfrazar en forma de sentencias que los seres ‘queridos’
les disparan a la cara a los que tienen más cerca. Son pronunciamientos
destructivos que niegan posibilidades sin ofrecer nada a cambio: “Usted no
sirve para las matemáticas”. “No insista con el piano... usted no tiene oído
musical”. “Qué va a servir para el deporte... si se tropieza bajando las
escaleras...” “Si se sigue pellizcando los granos de la cara nunca va a
conseguir novio”.
Cuando
el autor de esos juicios es irracional, sus pronunciamientos pueden tener
efectos paradójicos. Esa sería la parte positiva de la maldición. Es el caso del
exitoso profesional, del brillante político o del hábil comerciante cuya madre
le repitió durante todos los años de su infancia que “por haber salido como su
papá, nunca llegaría a ninguna parte”.
Cuando
las sentencias tajantes provienen de una autoridad a la cual se le tiene
confianza, quien las recibe no las cuestiona. Simplemente las acepta como
verdades reveladas.
El
veredicto queda anclado en el alma de los más sugestionables y les cambia la
vida, unas veces para bien pero muchas para mal.
Con
frecuencia la labor del psicoterapista tiene que ver con la necesidad de
atenuar el efecto de palabras que se volvieron ley. Pronunciamientos que
-celosamente guardados por años- originaron creencias patogénicas,
inseguridades, miedos, inhibiciones y debilidades.
Estos
sentimientos se reactivan en los momentos de crisis e influencian de manera
determinante la percepción que las personas tienen sobre sí mismas.
Si
bien el tema del poder de la palabra en el caso de los médicos, será motivo de
otra columna, los profesionales de la medicina suelen ser los portadores de las
sentencias más tenebrosas: “Tómese estos ocho medicamentos diariamente y...
nada de grasas, ni harinas, ni dulces, ni una gota de alcohol, ni tenis, ni
sexo, ni emociones fuertes. Y recuerde muy bien: si no se cuida no le aseguro
que dure mucho”.
Esta
recomendación es ni más ni menos una condena a muerte -por aburrimiento-
prescrita por un profesional.
Lo
primero que el paciente con buen criterio debe hacer frente a una sentencia
como la anterior es cambiar de médico.
Luego
debe ver -si todavía no la ha visto- ‘Elsa y Fred’, la magnífica película
argentina que relata el caso de un hombre mayor abrumado por las preocupaciones
sobre su salud, las sentencias de sus médicos y los “cuidados” de sus parientes
más cercanos.
Haciendo
el mejor uso del poder de la palabra, Elsa logra ciertos cambios en Fred al
decirle, por ejemplo, que su problema no era su miedo a morir, sino su miedo a
vivir...
*Médico-Psiquiatra