México D.F., ciudad ‘fantasma’
Por Margarita Solano Abadía, especial para El País,
México D.F.
La vida en la superpoblada capital mexicana cambió por causa de una gripa.
Así
luce la Avenida La Reforma, una de las más transitadas, del Distrito Federal
tras la declaratoria de cuarentena hasta mañana.
Fotos: Afp / El País
Salí de casa tres días después de escuchar la noticia. No era un domingo
cualquiera. Estuve en el departamento de jueves a sábado al son de lo que decía
la radio, la prensa y la televisión. La información era repetitiva y resultaba
inquietante. Un virus que no era gripa aunque sus síntomas eran parecidos, una
epidemia que estaba matando gente en el Distrito Federal y amenazaba con
expandirse de estado en estado a través del tacto y la saliva.
Que nos laváramos las manos con agua y jabón cada que fuese necesario,
preferiblemente con un gel desinfectante. No saludar
de beso ni de mano, comprar tapabocas y usarlo en el momento de salir a la
calle. Limpiar las manijas de las puertas, el timón del carro y escuchar los
reportes del Gobierno Federal y de la Organización Mundial de la Salud, OMS,
para estar atentos a las próximas indicaciones.
Preferí pecar por exceso. No salí de casa en tres días, consciente de que mi
salud nunca ha sido buena en cuestiones de virosis. Conté cuántos jabones de
manos tenía para ver si eran suficientes. Abrí el refrigerador, cerraba y abría
ventanas, no sabía si era mejor opción mantener todo encerrado o dejar que el
viento corriera. El clima no colaboraba. Hacía un calor infernal y el encierro
amenazaba con enloquecerme.
Me harté del radio y de la alarmante voz de los comentaristas que no decían
nada nuevo y contribuían al estrés provocado por las autoridades competentes,
que sumaban y restaban muertos, contagiados y posibles nuevos casos.
Era domingo 26 de abril cuando confirmaron que no habría misa en el Distrito
Federal, tampoco partidos de fútbol, ni conciertos ni ningún evento que
aglomerara gente. En un país tan católico como México, que un domingo las
iglesias del D.F. cerraran sus puertas, resultaba
algo inaudito. Pero que no haya fútbol es símbolo de la hecatombe.
La curiosidad me absorbió. ¿Qué harían los más de 20 millones de capitalinos un
domingo sin misa, fútbol y conciertos?. Me puse un
tapabocas blanco y salí. Era cierto lo que decían en el radio. El Distrito
Federal parecía una ciudad fantasma.
En los casi siete años que llevo en la capital del país azteca, nunca antes el
Paseo de la Reforma permaneció tan vacío. Mentiría si digo que no había nadie,
sin embargo, los transeúntes de ese domingo 26 de abril eran el 70% menos de lo
acostumbrado. Ese 30% que se animó a salir, parecía como médico en quirófano,
deambulando con tapabocas blancos y azules con sus hijos.
En el Ángel de la Independencia esta vez no había quinceañeras o novias
tomándose fotografías para su álbum de los recuerdos. Algo similar ocurría en
el panorama del Zócalo capitalino en sus cuatro cuadrantes. Observé por el
vidrio del coche algunos puestos ambulantes y un centenar de feligreses detrás
de la figura del Señor de la Salud que después de más de siglo y medio de no
salir en procesión, dio una vuelta a la cuadra y fue instalada en el altar
principal de la Catedral Metropolitana para pedir por las personas contagiadas
por la influenza porcina.
Regresé a mi apartamento a las 7:00 p.m. Prendí el radio y las cifras
aumentaban a 140 casos registrados por influenza porcina. Sin embargo, mi
verdadera psicosis comenzó el lunes.
Estaba en la sede nacional del Partido Revolucionario Institucional, PRI,
cuando de repente el escritorio comenzó a moverse de izquierda a derecha.
Estaba temblando. Después de un fin de semana con miedo por el nuevo virus, por
qué no, tembló en el Distrito Federal.
Algo andaba mal, no había duda. Agarré mi bolso y regresé a la casa. La jefa
instruyó trabajar desde ahí. Volví a encerrarme y desde entonces sólo he salido
al supermercado a comprar más jabón para lavarme las manos, agua y alimentos no
perecederos. No hay lugar de estacionamiento para tantas personas que abarrotan
las tiendas y supermercados. Hay que esperar de 15 a 20 minutos para que
alguien termine de comprar y te preste su carrito. Las cajeras tienen
tapabocas; sudan, sienten que se ahogan.
La gente no sabe qué hacer, todo es confuso, hay miedo en la ciudad fantasma.
Ya no encuentras tapabocas en las farmacias, tampoco gel
desinfectante. El Gobierno sale de vez en cuando a dar la cara. La información
ya es un círculo vicioso que nada aporta y más asusta.
Dicen que no hay vacunas porque es un nuevo virus, otros señalan que en cuanto
haya temperatura hay que correr a un hospital para ser atendido. Lo cierto es
que mientras se carece de información precisa, aumentan los rumores…
Muchos no creen en el número de decesos, creen que hay más. Dicen que Dios está
enojado por las malas acciones de la gente en la tierra. Otros mandan cadenas
de correos electrónicos señalando que todo es mentira, que es una cortina de
humo para tapar la oleada de violencia que arropa a México o que se trata de
una conjura del G7 para reactivar la economía. También hay quienes andan
tranquilos por las calles sin cubrirse.
En Internet ya encuentras canciones a la influenza, caritas en el ‘Messenger’
con cubre bocas. En la zona conocida como Tepito, una especie de San Andresito pero gigantesco, ya venden el suero anti-influenza, claro, hecho a base de cerveza.
Yo ya apagué el radio, sin embargo, sigo pecando por exceso. Me tomo la
temperatura constantemente, abro y cierro las ventanas, no salgo.
Recibe ayuda
La ayuda comenzó a llegar aese país de varios
organismos y países. El Banco Mundial (BM) informó que desembolsó US$25 millones de un préstamo que le concedió a México,
para comprar medicinas e insumos. Este desembolso es el primero del préstamo
por un total de US$205 millones.
El BID anunció que dará US$3.000 millones para
combatir el virus y "atenuar su impacto sobre la actividad económica y el
empleo en sectores dinámicos como el turismo, muy afectados con la crisis de
salud" .