La crisis económica mundial será más profunda y larga de lo que se estaba
previendo. Los gobiernos latinoamericanos deben tomar decisiones críticas de
inmediato.
El problema es que la opción de aumentar el gasto fiscal, como han hecho los
Estados Unidos y otros países desarrollados, luce complicada para América
Latina y el Caribe.
La razón: la naturaleza especial de esta crisis y la coyuntura de varios
países de nuestra región. El Fondo Monetario Internacional ha recortado sus
proyecciones de crecimiento mundial para el 2009 de 2,2 a solo 0,5 por ciento.
Con una contracción del 2 por ciento prevista para este año, los países
desarrollados están atravesando su peor momento desde la segunda guerra
mundial. Según el FMI, América Latina crecerá este año apenas 1,1 por ciento,
en vez del 2,5 que se esperaba antes.
A juzgar por la experiencia de crisis pasadas, la producción en los países desarrollados
seguirá cayendo al menos hasta comienzos del 2010. Eso significa que la demanda
por los commodities seguirá deprimida por varios trimestres, lo que disminuirá
los ingresos de los gobiernos de la región.
El estímulo fiscal del presidente Barack Obama quizá podrá ayudar a aliviar
la situación, pero hay mucha incertidumbre. Líderes de organizaciones de
desarrollo internacionales se han quejado de que los gobiernos de los países
desarrollados no están haciendo lo suficiente para estimular la economía
mundial.
El paquete de estímulo puede ser insuficiente porque la crisis financiera es
una crisis de confianza. Sin reestructurar el sistema financiero, todo ese
dinero podría irse a un hueco negro.
Desafortunadamente, los paquetes de rescate financiero no han logrado
desatascar el crédito porque no han despejado las dudas sobre la calidad de los
activos, ni han constituido verdaderas inyecciones de capital de riesgo.
Tarde o temprano va a ser necesario que los gobiernos arriesguen más
recursos en los sistemas financieros, y mientras más pronto lo hagan, mejor.
Hasta ahora, los anuncios han superado a los hechos concretos y,
especialmente en Estados Unidos, ha predominado la improvisación y faltado
coherencia en los esfuerzos de reestructuración del sistema financiero.
Las economías latinoamericanas ya están sintiendo los efectos comerciales de
la recesión mundial, pero aún no han experimentado el coletazo financiero, que
va a ser muy severo. Una entidad que congrega a organizaciones financieras
privadas, el Instituto de Finanzas Internacionales, ha calculado que los flujos
de capitales privados a las economías emergentes van a sufrir un colapso, al
pasar de 929.000 millones de dólares en el 2007 a solo 165.000 millones este
año. Por más esfuerzos que hagan los organismos internacionales, apenas
compensarán una mínima parte de esa caída: los préstamos del Banco Mundial
quizás lleguen a 35.000 millones y los del BID, a 18.000 millones en el 2009.
Además, algunas medidas de apoyo a los sectores financieros de los países
desarrollados también van a resultar nocivas para los emergentes. Las garantías
oficiales otorgadas en Estados Unidos y en el Reino Unido a ciertas empresas o
a determinados activos financieros ponen en situación de desventaja a las
empresas y gobiernos extranjeros que acuden a los mercados financieros
internacionales.
Pero lo más grave va a ser la competencia con los títulos de deuda pública
que, en cantidades colosales, van a empezar a emitir los países desarrollados.
Para financiar sus paquetes de estímulo fiscal y los rescates otorgados a los
sectores financieros, los déficits fiscales en los países desarrollados van a
pasar de menos del 2 por ciento del PIB en el 2007 a más del 7 este año. A fin
de este año, la deuda de los países desarrollados como proporción del PIB será
de entre 15 y 20 puntos más alta que hace dos años.
Hasta ahora, las tasas de interés de los títulos del Tesoro de Estados
Unidos y de otros países desarrollados han estado por los suelos, pero las
tendencias ya están cambiando, y sin duda se agudizarán a medida que los
mercados reconozcan que los riesgos fiscales están aumentando. Los países
desarrollados pagarán más para financiar sus deudas en el futuro y eso
probablemente acabará aumentando los costos de financiamiento para los países
emergentes.
En estas circunstancias, los gobiernos latinoamericanos deben pensar dos
veces si les conviene embarcarse en aumentar el gasto público, ya que, con la
buena intención de amortiguar los efectos de la crisis externa, pueden terminar
por amplificarlos. La crisis será profunda y habrá grandes dificultades de
financiamiento.
La medicina de expansión fiscal para combatir la crisis puede ser mortal
para los países en desarrollo.
Solo los gobiernos que cuentan con recursos propios, gracias al ahorro de
años pasados, como Chile, están en terreno firme. Los demás tienen que tener
claro que el financiamiento externo será muy escaso y costoso. Financiarse
domésticamente puede ser una opción, pero su costo reflejará no solo las
mayores tasas de interés externas, sino los temores que puedan surgir entre los
inversionistas locales sobre la estabilidad fiscal y cambiaria del país