En
Bogotá, la contaminación ambiental está enfermando a los niños menores de 5
años. Así se desprende de un reciente estudio de la Secretaría de Salud de la
capital sobre el impacto de la calidad del aire en la presencia de enfermedades
respiratorias agudas entre los más pequeños. De 36.000 niños atendidos en
hospitales de la ciudad por problemas respiratorios el año pasado, unos 7.200
casos estarían directamente vinculados con la polución.
El seguimiento de las autoridades distritales se
enfocó en Puente Aranda, Fontibón y Kennedy,
localidades que concentran actividad industrial en Bogotá. Sus resultados son
alarmantes: los menores están sufriendo más gripas, tos y silbidos de pecho, y
se han presentado 15 alertas ambientales en un año, que impiden a los niños
salir a hacer ejercicio en los patios escolares.
Pero estos graves quebrantos de salud no deben sorprender a nadie. A pesar
de pequeños avances, la capital sigue registrando una concentración promedio
anual de material particulado PM10 (hollín, humo y
polvo) de 65,7 en el 2008, mientras que el máximo permitido por la Organización
Mundial de la Salud es de 50. Estos niveles de contaminación ambiental son
amenazas directas a la calidad de vida de los capitalinos, en especial de los
más vulnerables: los menores y la tercera edad.
Estas no son problemáticas exclusivas de la capital. Medellín, por ejemplo,
también sufre de altos niveles de polución que afectan la salud de sus
habitantes más jóvenes. La falta de control de las industrias, la mala calidad
de los combustibles, obsolescencia tecnológica, incumplimiento de las normas de
chatarrización y un parque automotor antiguo, entre
otros factores, contribuyen a que el aire de las ciudades colombianas esté
cargado de partículas nocivas.
Si la preocupación por los pulmones de los menores no es suficiente, una
mirada al bolsillo debería bastar para tomar decisiones más drásticas frente a
esta situación. Según informes de organismos internacionales, la contaminación
ambiental urbana genera costos sociales cercanos a un 0,8 por ciento del PIB.
Estas decenas de miles de niños y ancianos enfermos requieren una delicada
atención médica que sobrecarga los sistemas de salud.
La polución urbana en el país ya está convertida en un silencioso mal que
enferma a los niños, congestiona los hospitales y deteriora la calidad de vida
de los más pobres. Es, indudablemente, una alarmante situación de salud pública
que precisa de un abordaje más directo, que va desde las autoridades
energéticas hasta las de control ambiental.