El Editorial
A proteger la juventud
Marzo 08 de 2009

¿Qué tiene que hacer Cali para impedir que sus jóvenes sigan expuestos a las casi innumerables formas de violencia que los acosa? ¿Acaso es sólo la represión el factor que impedirá el continuo sacrificio de vidas humanas que deben registrarse a diario en sus calles?

Las inquietudes han rondado de siempre a quienes se dedican al difícil empeño de investigar la violencia y buscar antídotos para un mal que se convierte en una endemia cuando la sociedad se acostumbra a las estadísticas de la muerte y se enfrasca apenas en discusiones acerca de su veracidad y sus dimensiones, sin buscar soluciones de fondo. O cuando sus miembros, los ciudadanos del común, sus dirigentes y autoridades, se empecinan en explicar las causas de cada muerte, sin enfrentar su obligación de encontrar los antídotos a la epidemia.

El informe que se presenta en esta edición sobre el riesgo que corren los jóvenes de Cali, debe tocar la sensibilidad de la comunidad caleña. Quizás haya quien encuentre alarmista el contar que en los últimos 14 años han muerto 2.690 jóvenes por causas violentas. Tal vez, a otros les parecerá normal que la cifra se mantenga en un promedio de 193 homicidios por año, muchos de los cuales corresponden a menores delincuentes. Y no faltará quien sostenga que ese es el precio de no tener unas autoridades lo suficientemente poderosas como para detener esa sangría.

Ese enfoque ha llevado a la insensibilidad social, expresada en la actitud de no querer asumir la responsabilidad de cada uno en el combate al terrible mal. O a tratar de asociarlo con los barrios donde habita la gente con menos recursos económicos, para justificar la adopción de medidas de fuerza que discriminan la sociedad y no resuelven el problema. El Comandante de la Policía Metropolitana afirma en el informe que “el temprano ingreso al mundo de las bebidas alcohólicas es un camino hacia la descomposición social”. Y agrega que durante los últimos cinco años se capturaron 22.000 menores de edad acusados de delinquir. ¿A dónde van, si aquí no existen lugares que aseguren su resocialización? ¿No son esas cifras un síntoma claro de la descomposición sorda y destructiva que padece nuestra sociedad?

Por eso, el fenómeno debe analizarse en sus raíces. Y allí es donde aparece la responsabilidad de los adultos. De quienes utilizan cualquier recurso para llevar a los jóvenes al consumo de alcohol hasta los padres de familia que no vigilan ni orientan el despertar de ellos a la vida en sociedad. De quienes con actitud discriminatoria piden represión a las pandillas juveniles, en vez de reclamar y aportar para que la exclusión social no siga llevando a los muchachos por el camino del odio y la violencia.

Es allí donde deben aplicarse los correctivos. Nada gana la sociedad caleña si persiste en mirar como normales las estadísticas que muestran la destrucción de su juventud. Un epidemiólogo de la violencia en nuestra ciudad asegura que Cali es una de las cinco capitales más peligrosas del mundo para los jóvenes. “Porque aquí no sólo mueren como están muriendo, sino que los matamos con el silencio, la inequidad, la indiferencia”. Tal afirmación debe estremecer nuestra conciencia.