La irracionalidad cotidiana
Julio 19 de 2009


Por: Carlos E. Climent

Casos comunes de irracionalidad en los que la discusión razonada tiene pocas posibilidades de éxito.

La irracionalidad tiene múltiples caretas y su comprensión y manejo siempre son complicados. Generalmente se trata de una visión muy personal que -por definición- no suele modificarse por la discusión lógica.

Excluyendo la irracionalidad de los trastornos mentales más severos, algunos casos comunes encontrados en la vida cotidiana incluyen al:

Enamorado que sufre de un estado de ceguera temporal y entra en serios compromisos sin haber tenido el tiempo suficiente para conocer a la otra persona.

Hijo atenido que si alguna vez supo cuales eran los límites de las cosas, va perdiendo la noción de la realidad en la medida en que los padres conceden derechos inmerecidos o se aguantan su irresponsabilidad. El avance de este aberrante proceso toma años y conduce al convencimiento de que el atenido se merece todo sin habérselo ganado. Los padres desesperados no saben en qué momento “se dañaron tanto las cosas” e ignoran que la mala crianza arrancó desde muy temprano en la vida del vástago. Por supuesto, las discusiones con estos personajes se vuelven ejercicios inútiles que nunca conducen a conclusiones satisfactorias.

Deprimido que usa la lente gris para mirar el mundo. A este paciente es muy difícil convencerlo de una mirada más optimista de sus circunstancias. Primero hay que tratarlo y posteriormente, una vez aliviado su estado de ánimo, se puede discutir con él en términos más razonables.

Terco que no cambia de opinión porque eso significa dar su brazo a torcer. A ese no lo convence nadie de un punto de vista alternativo. El obtuso -caso extremo de la testarudez- utiliza para defenderse, argumentos cada vez más bizarros que hacen imposible el razonamiento.

Fóbico con sus múltiples miedos a quien las explicaciones racionales no le sirven para disminuir el miedo a la soledad, a viajar en avión, a entrar a un ascensor o a salir solo a la calle.

Adicto que insiste en seguir utilizando sustancias para distorsionar la realidad con tal de no enfrentar la verdad de sus inseguridades y angustias.

Manipulador o al ventajista con quien no vale la pena discutir ni los asuntos intrascendentes como el birlarse el turno de una fila, ni los de mayor envergadura como la mentira descarada sobre cualquier tema que le beneficie. En estos casos la irracionalidad se pone al servicio de comportamientos que riñen con la honestidad, para entrar a los terrenos de lo perverso y lo antisocial.

Pensamiento mágico que busca razones sobrenaturales para explicar fenómenos naturales. Dentro de ese vastísimo campo se incluyen la brujería, los fenómenos parasicológicos y las soluciones simplistas para los asuntos más complejos, entre muchos otros. En todos ellos se hace una negación de los postulados científicos a favor de la magia.

En los casos anteriores, y por las diversas circunstancias expuestas, la discusión razonada tiene pocas posibilidades de éxito.

carloscliment@elpais.com.co