Comportamiento Humano. Por: Carlos E. Climent.

La inercia matrimonial
Agosto 30 de 2009

Los cónyuges que se dedicaron sólo a criar hijos y a progresar social y económicamente, un día notan que todo creció, excepto su vida afectiva.

La historia típica es la de dos personas que llevan varios años de relación, pero que desde hace mucho tiempo se aburren en compañía. Se fueron convirtiendo en dos socios necesarios para muchos quehaceres. Los mantiene juntos la inercia. Prefieren dedicarle tiempo a cualquier programa antes que a compartir con su pareja. Cuando no son las tertulias insulsas con amistades ocasionales, son las vueltas alrededor de cualquier pretexto para no llegar temprano a la casa. El asunto es no tener que interactuar con el (la) compañero(a) de años.

Cuando por alguna circunstancia externa o alguno de esos golpes que la vida siempre tiene guardados les toca reflexionar, tienen que concluir que para ellos el amor y la pasión desaparecieron hace rato.

Muchos saben que la relación se deterioró, pero no hacen -ni les interesa hacer- nada. Caminan sobre cascaritas de huevo como para no ser notados. Desgastados por la monotonía, hastiados de ver que nada pasa, que lo que era interesante dejó de serlo, que las discusiones se convirtieron en batallas campales de las cuales no salía nada en claro, se dieron por vencidos y dejaron de soñar en algo mejor. Otros se dedican a inventarse justificaciones o a “inflar” sus sospechas, para concluir que la única salida es el rompimiento definitivo. Todos se cansaron de esperar que algo sucediera.

En resumen, cada cual haló para su lado y contribuyó a aumentar la distancia entre las partes, hasta convertirlos en dos desconocidos. En medio del distanciamiento creció la desconfianza, ya sea por el cansancio, las batallas económicas, las decisiones inconsultas o las intrigas de amigos o parientes. El asunto es que ambas partes terminaron convencidas de sus propias posiciones irreconciliables. Parapetados en sus trincheras, alimentan sus resentimientos y proceden a escalar el conflicto con agresiones que profundizan el problema.

Para iniciar el proceso de reconstrucción es preciso aceptar que la participación en el conflicto es de ambos. Unos por prepotentes otros por pasivos, pero todos por irresponsables y egoístas. Aceptar también, que el distanciamiento ha contribuido a una visión aún más deteriorada de los problemas. Concluir que debe haber una contribución de ambas partes si le quieren dar una nueva oportunidad al proceso de reconstrucción.

Determinar si la inercia dejó algo en pie, y si hay todavía interés y energía para continuar con la relación.

Muchos dicen estar hastiados, pero a la hora de las decisiones no se van por las mismas causas de siempre:

*Miedo: “...y si no encuentro nada mejor”.

*Conveniencia: “No voy a dejar que otra se lleve lo que yo he construido en todos estos años”.

*Inseguridad manifestada por celos y por la necesidad de control:”No concibo la posibilidad de que se vaya con otro(a)”.

*Pero en el fondo siempre yace disfrazada “la madre de todos los vicios”: una inconfesable y descomunal pereza.

carloscliment@elpais.com.co