Cáncer de seno, un mal que se
cuenta con historias de vida
Claudia
Saa, directora de la asociación Ámese, con Andrea, uno de sus más poderoso
motivos para luchar por la vida.
Tres
mujeres hablan de su batalla contra esta enfermedad, de la marginación que sienten
y de cómo la familia es una fuerza emocional vital en su tratamiento.
El
domingo se conmemora el Día Mundial contra el Cáncer de Seno para crear
conciencia sobre la importancia de aprender a detectar estos tumores a tiempo y
de recibir tratamientos oportunos e integrales en los cuales los familiares y
las redes sociales cumplen un papel importante.
Recientes
investigaciones han concluido que el estrés que un diagnóstico de este tipo
genera en las personas (sobre todo en aquellas que están solas) afecta su
sistema inmunológico, agrava su condición y empeora su pronóstico.
Los
siguientes son los testimonios de tres mujeres que encontraron en el apoyo de
sus familias la fuerza para enfrentar el cáncer de seno, un mal del que se
registran 6.500 nuevos casos cada año y cerca de 2.000 fallecimientos.
"Con
el cáncer aprendí a morirme de la risa"
Claudia Saa, directora de la Fundación Ámese
Claudia
Saa sorprende con su entusiasmo contagioso por la vida, que creció hace cinco
años y medio cuando le detectaron cáncer de mama y se sumó a la lista de
las tres mujeres en su familia que lo han sufrido.
Ella
saca fuerzas de donde parece no tenerlas para atender las necesidades de los
demás, antes que las propias, a pesar de la metástasis en piel y pulmón que
ahora la aqueja.
Por
ese espíritu de entrega creó Ámese (Apoyo a mujeres con enfermedades del seno)
junto con otras compañeras de lucha, porque se sentían solas, aunque estuvieran
rodeadas de sus familias.
"Con
una amiga y otras pacientes de mi médico salíamos a tomar café y en las charlas
nos moríamos de la risa o llorábamos por la menopausia temprana, el poco deseo
sexual, la resequedad de la piel y todos los cambios que sobrevienen con la
enfermedad. Era una manera de hacernos terapia y de asumir cómo se golpea la
autoestima, más en esta sociedad cargada de exigencias estéticas, falsas
vanidades y cosas superfluas", repara Claudia.
Con
Ámese también le hace frente a la discriminación. "Recién recibí el
diagnóstico, un banco me ofreció un préstamo, y yo lo estaba necesitando, pero
al decir que tenía cáncer, automáticamente me lo negaron.
Otras
compañeras perdieron el trabajo, les rechazaron la solicitud de tarjeta de
crédito de almacenes y hasta la de adopción de un bebé, como le pasó a una que
ya había superado la enfermedad", cuenta Claudia, comunicadora social,
divorciada y de 53 años, que dirige esta asociación.
Esa
marginación le infunde fuerzas. "Por eso hay que verla después de una quimioterapia",
anota Andrea, una de sus hijas, mientras desliza su mano por su espalda para
consentirla, a la espera de que recobre el aliento por una tos terrible que la
afecta.
Claudia
asume el cáncer como esperanza de vida y no como condena, por eso no se detiene
en las campañas de concientización en empresas,
barrios marginales y veredas aledañas a Bogotá.
"A
veces un laberinto oscuro nos lleva a la felicidad"
Amparo Onofre, microbióloga
A
Amparo Onofre, de 55 años, se le juntaron todas. En
el 2003 cuando afrontaba su separación luego de 21 años de matrimonio, le
diagnosticaron un tumor canceroso ductal infiltrante.
"Lo
descubrí mientras jugaba con una de mis hijas y accidentalmente me palpé un
tumor del tamaño de un fríjol en mi pezón", recuerda esta microbióloga
sobreviviente de la enfermedad que se negaba a la posibilidad de sufrir cáncer
de mama y más cuando no tenía antecedentes familiares, no fue madre
tardíamente y siempre practicó deporte.
En
su familia se desató una debacle. "Una de mis hijas dejó de hablarme por
varios días, porque pensaba que yo estaba generándome la enfermedad al no
aceptar el fin de mi matrimonio", dice Amparo.
Ella
se sintió desolada porque sentía que les estaba proporcionando mucho dolor,
pero con ayuda psicológica oportuna logró que sus hijas, en ese momento de 16 y
21 años, tomaran conciencia de la enfermedad y la apoyaran.
Para
Amparo esa dura prueba fue ganancia. "La vida me mostró que debía dejar de
ser tan controladora, no preocuparme de pequeñeces como que las visitas no
ensuciaran mi preciado sofá blanco y, lo más importante, entendí que Dios tiene
un lenguaje que a veces no entendemos y lo que parece un laberinto oscuro nos
conduce a situaciones de felicidad y de entendimiento".
Su
hija menor, Mónica de 22 años y estudiante de derecho, insiste que la razón
para salir victoriosas en esa dura batalla fue hablar del cáncer abiertamente,
"asumirlo como un juego en equipo que, obviamente, queríamos ganar, no
reprimir ningún sentimiento como en algún momento le pasó a mi hermana mayor
que no podía llorar, sobre todo, la lección es no olvidarse que somos seres
espirituales y que la fe lo puede todo", dice ella.
'No
hay que ocultar nada'
Alejandra Toro, esposa y madre de familia
Humildad
y aprender a reparar en el dolor ajeno es la mejor lección de vida que le dejó
el cáncer a Alejandra Toro, esposa y madre de familia de 40 años.
Pero
si hay algo de lo que se arrepiente "es de haberle ocultado la verdad a mi
hija mayor. A Manuela, de 12 años, y en ese entonces
de 9, le dije que me iban a operar una de las 'pepas' que me salían en los
senos por mi condición fibroquística, pero nunca le
confesé que me quitarían uno".
Para
Alejandra, que ya está curada, fue devastador cuando su hija se enteró por boca
de sus amigas de colegio. "Llegó angustiada a la casa porque ellas le
dijeron: "Lo que tiene tu mamá es cáncer y de eso se va a morir".
Por
eso la llevó donde su oncólogo para que le explicará la enfermedad y su
tratamiento. "Me resultaba cruel que ella dejara de hacer su vida por el
temor a que si se apartaba de mí, al regresar yo ya no estuviera",
recuerda.
En
casa manejan ahora la enfermedad con naturalidad porque la entienden como una
dolencia crónica con la que se puede seguir una vida normal, si se asume con
positivismo y conciencia."Mi familia comprendió que no hay que tener
cáncer para morirse", concluye Alejandra.
¿Cómo
ayudar tras el diagnóstico?
Becky Malca
y Pilar Fernández, psicólogas expertas en el manejo de pacientes oncológicos,
aconsejan cómo actuar cuando alguien cercano recibe este diagnóstico:
1.
Ante la duda, absténgase. Tenga en cuenta la personalidad de la
paciente antes de visitarla o hablarle del tema. Si no sabe qué hacer, consulte
antes con un familiar que la conozca.
2.
Aprenda a escuchar. Permítale que tome las riendas de la conversación sobre
el tema y respétele su decisión, en caso de que no quiera referirse a eso.
3.
Evite el chisme. No convierta un tema tan serio en un juego de hipótesis
acerca del futuro de la paciente.
4.
Compréndala. No tome como una afrenta alguna reacción suya; entienda
sus cambios de ánimo.
5.
Sea positivo. Evite tratarla como moribunda, ni siquiera lo piense.
Inyéctele energía y déle amor.
6.
Motive su espiritualidad. Sobrevivientes de la enfermedad
refieren cómo su conexión con Dios o un ser supremo es un poderoso combustible
para darle la pelea a esta enfermedad.
FLOR
NADYNE MILLÁN M.
REDACTORA DE EL TIEMPO