Cuando llega la hora de hablar de
sexo en la casa / Opinión
El
debate sobre los derechos sexuales y reproductivos nos pone a los padres, de
cara a la inaplazable labor de asumir la educación sexual de los hijos como un
aspecto fundamental de la crianza.
Es
una responsabilidad que no podemos delegar porque, aunque a veces no lo
creamos, tenemos gran ascendencia sobre nuestros hijos y somos los más
adecuados para explicarles los valores asociados a sentimientos saludables y
positivos hacia la sexualidad.
Los
niños están expuestos a una gran cantidad de información que proviene de
diferentes fuentes y que tiene que ver con las relaciones sexuales, el sida, la
pornografía, el abuso sexual o la homosexualidad.
Es
cierto que los adolescentes comienzan su vida sexual activa a muy temprana
edad, que muchas veces no tienen información veraz y de primera mano sobre
aspectos vitales de la sexualidad (el erotismo, las enfermedades de transmisión
sexual, el desempeño sexual o el uso de anticonceptivos) y que tienen dudas e
inquietudes sobre sus sentimientos y emociones.
Pero
ocuparse de la educación sexual de los hijos no es una tarea fácil. Muchas
veces no sabemos qué decir, ni cómo hacerlo. Nos da vergüenza, nos asusta
parecer anticuados o ignorantes, porque la sexualidad tiene que ver con las
creencias y emociones más profundas de cada uno.
Por
esta razón, formar valores que contribuyan a una sexualidad responsable y
gratificante de los jóvenes nos exige una reflexión seria sobre la propia y los
recursos o las limitaciones que tenemos para estar más preparados y asumir el
desafío de educar en ese sentido.
Necesitamos
abrir canales para generar un ambiente de confianza que les permita a nuestros
hijos conversar libremente y compartir lo que creen.
Debemos
contestar sus preguntas con sencillez y honestidad, escuchar sin hacer juicios
e indagar sobre lo que realmente entienden acerca de la información recibida.
Es
cierto que no siempre los jóvenes quieren hablar con sus padres. Pero en lugar
de renunciar a esta tarea, pongamos a prueba nuestra capacidad para entender su
lenguaje; interesémonos por saber qué quieren para sus vidas, cómo se ven en el
futuro y cuáles son sus ilusiones.
Es
necesario entender que hablar de sexo no es sólo hablar de relaciones sexuales.
Educar para una sexualidad sana tiene que ver con el afecto, la tranquilidad y
el respeto que los niños y los jóvenes reciban en la familia.
Este
bienestar les ayudará a no ver en el embarazo una salida, a tener planes para
el futuro y encontrar las ventajas que obtienen para sí mismos cuando toman
decisiones como la de aplazar el inicio de su vida sexual. De una u otra manera
a los jóvenes les interesa tener un futuro sano, quererse, valorarse y
disfrutar de su sexualidad.
MARÍA
ELENA LÓPEZ
PSICÓLOGA DE FAMILIA
mariae_psi@hotmail.com