El ejemplo
Enero 18 de 2009


Por: Carlos E. Climent

Durante los primeros años de vida, los niños aprenden la ‘verdad revelada’ que les brindan sus padres a través del ejemplo. ¿Cómo dejar una huella positiva?

Ninguna educación es capaz de blindar a los jóvenes contra todos los influjos negativos que vienen del exterior. El torbellino de la vida diaria tiene una influencia grande sobre las conductas y actitudes de las personas, pero es el ejemplo que cada niño recibe en su propia casa durante el proceso de crianza y a través del ejemplo de sus padres, el que más peso tiene.

Es allí, y desde muy temprano, donde se establece la diferencia entre el bien y el mal, donde se empiezan a ver como normales la mentira, el ventajismo, la hipocresía y la manipulación, entre otras muchas conductas que plagan la sociedad contemporánea. Y por supuesto donde se aprende a acomodar la ley de acuerdo al beneficio personal de cada individuo. Los padres están en la obligación de supervisar los programas de entretenimiento que sus hijos menores tienen para de esa manera atenuar su posible efecto negativo. Pero no se puede ser simplista, pues por ejemplo no son únicamente los programas violentos de la televisión los que hacen violenta a la gente, ni las películas sobre robos ingeniosos las que inducen a la gente a robar. El comportamiento humano es bastante más complejo, y se requieren diversos factores operando simultáneamente para producir un resultado específico. No todos los transgresores de la norma han sido clonados desde niños. Hay ovejas negras que han salido de hogares inmaculados, así como existen misterios genéticos, desviaciones inexplicables e influencias tempranas imposibles de evitar. Al respecto, siempre recuerdo a la valiente funcionaria estatal que públicamente y con gran dolor de madre aceptó el crimen de su hijo condenado por narcotráfico, de quien lamentó que hubiera tomado un camino tan diferente al que se le había enseñado en la casa. Los padres no pueden olvidar que, por regla general, los hijos suelen considerarlos como los portadores de la verdad. Eso hace que el ejemplo que se recibe en la casa en los primeros años (de manera cotidiana y muchas veces sutil) sea tan definitivo para la formación de los valores del niño. Ningún otro factor ejerce una influencia tan poderosa. Las instituciones educativas no pueden enseñar ética a quién no la ha aprendido en su casa. En estos aspectos, el colegio no puede reemplazar a los padres ni puede cambiar lo que el niño aprendió en su casa. La sociedad contemporánea tiene cada vez menos líderes que puedan servir como ejemplo. Pero no todo es negativo. Los padres pueden aprovechar las innumerables oportunidades que ofrece la descomposición social de todos los días para propiciar una discusión juiciosa con sus hijos sobre el particular. Un acompañamiento de tal naturaleza puede servir para resistirse a la mediocridad rampante y fomentar criterios sólidos sobre asuntos fundamentales.