Ecos de una pandemia

En las últimas dos semanas, y obligado por las circunstancias, México acabó convertido en el protagonista de una puesta en escena que logró generar acuerdo en el planeta entero: el temor a una pandemia. Frente a la propagación del virus, problemas muy graves en ese país, como la violencia generada por el narcotráfico y la caída de la economía, pasaron a un segundo plano.

A la estigmatización y al señalamiento del que han sido objeto esta nación y sus ciudadanos, México ha respondido con una solidaridad interna a toda prueba. No puede ser de otra manera si se tiene en cuenta que en escasas dos semanas las pérdidas que le ha dejado la epidemia superan ya los 2.500 millones de dólares. Y es que, ante situaciones como estas, es difícil prever cualquier reacción, incluso la de las mismas autoridades sanitarias, las llamadas a actuar de forma homogénea.

Mientras unas naciones optaron por cancelar los vuelos hacia ese país, como Ecuador, Argentina y Canadá, otras dieron tratamiento de parias a los mexicanos. China, por ejemplo, sometió a una injusta cuarentena, con su posterior deportación, a 50 viajeros, un acto que generó fisuras en las relaciones diplomáticas de ambos países.

La epidemia, valga decirlo, ha logrado poner de manifiesto el grado de preparación y la fortaleza de los sistemas sanitarios del mundo. Pese a tener, a estas alturas, 896 casos confirmados de la enfermedad y 2 muertos, Estados Unidos no ha sido presa de la histeria colectiva y tampoco ha recurrido a la puesta en marcha de medidas extremas. Sabía cómo obrar ante un escenario de esta naturaleza y a eso se ha dedicado.Otros, queriendo actuar bien y rápidamente, revelan un preocupante grado de improvisación, que desemboca en gastos innecesarios, alarma desbordada y confusión entre la gente. Menos mal, y según empiezan a reconocer tímidamente las autoridades mundiales de salud, el temido virus no resultó ser tan tenebroso como se vaticinó en un primer momento.

Aunque hay que admitir que todavía es temprano para decir con certeza cómo evolucionará o qué consecuencias nuevas traerá, a estas alturas es cierto que, si bien es un agente de alta transmisibilidad, su mortalidad ya ha sido comparada con la de la influenza normal. Al lado de los mortíferos síndrome respiratorio severo y agudo (Sars), que hace seis años sembró un muy justificado pánico en Asia, o el H5N1, que hizo prever un cataclismo hace tres años, el A(H1N1) equivale, literalmente, a una gripa.

La experiencia debe tomarse como un valioso y necesario ensayo, a la cabeza del cual está, de manera acertada y consistente, la Organización Mundial de la Salud (OMS). Cumplió con generar los lineamientos que son la base de las acciones de cada gobierno frente a la epidemia. Además, si dos semanas antes todavía varios países les habían dado cajón a las recomendaciones que la OMS viene emitiendo hace cinco años para enfrentar una eventual pandemia, es claro que las circunstancias los obligaron a avanzar y a entender que estos peligros son reales y no pueden desconocerse.

Cabe preguntar por qué no se ha actuado de la misma manera ante amenazas peores, como la malaria, que mata cada año a dos millones de personas (niños en su mayoría), y la tuberculosis, que cobra 1,5 millones de vidas anualmente. La sola influenza estacional es responsable de 750.000 decesos en igual periodo. Sin ir muy lejos, en Colombia ya ha habido cinco brotes de rabia en los últimos dos años, y uno de leptospirosis en el Valle del Cauca, que esta semana quedó sepultada bajo los ecos de un virus con mejor prensa