Hoy hace
exactamente 60 años Eleanor Roosevelt ocupó el podio en la asamblea general de
la Organización de Naciones Unidas, en París, y presentó un proyecto histórico.
Se trataba de la Declaración Universal de Derechos del Hombre (DUDH), un código
de solo 30 artículos, por el cual los países asistentes a la reunión acordaban
unos derechos mínimos válidos para todo ser humano y se comprometían a
defenderlos y desarrollarlos.
En ese momento, Eleanor Roosevelt, viuda del presidente
Franklin Delano Roosevelt, era la mujer más famosa de Estados Unidos y este era
el país que acababa de trazar la ruta de la libertad en la Segunda Guerra
Mundial, finalizada apenas tres años antes. En su discurso, la señora Roosevelt
señaló que la declaración constituía "un hecho espiritual" que
permitiría a todos "elevarse, mediante un esfuerzo colectivo, al nivel de
la dignidad humana". La carta, desarrollo ulterior y más completo de los principios
consagrados en la Constitución de los Estados Unidos de América en 1776 y los
Derechos del Hombre y el Ciudadano de la Revolución Francesa expedidos en 1789,
fue suscrita por casi todos los países asistentes. Sin embargo, el delegado
ruso se abstuvo de hacerlo al considerarla meramente como "una colección
de frases piadosas".
Seis decenios después, conviene preguntarse si la DUDH fue un
código indispensable para elevar la dignidad humana o apenas un puñado de
consejos piadosos. El balance oscila entre los dos extremos. Pues si bien no
han desaparecido en el mundo las atrocidades, como se comprueba fácilmente a
diario en variados escenarios, no hay duda de que el Derecho Humanitario se ha
consolidado como una de las más importantes ramas jurídicas del siglo XX y el
siglo XXI y a él se deben notables avances. La Corte Penal Internacional y
numerosos tratados sobre la materia son fruto de aquel nuevo espíritu surgido
tras los horrores de la guerra y las dictaduras que la desencadenaron, como
también lo son las ONG, a las que tanto debemos en la protección de los
derechos humanos, y el compromiso de importantes figuras y artistas con la
causa humanitaria.
Lo primero, sin embargo, es recapitular el contenido de
aquella Declaración, que la mayoría de los habitantes de la Tierra no conoce o
ha olvidado. Allí se hace la apología de la igualdad y la libertad, se prohíben
actividades contrarias a la dignidad humana -como la tortura, la esclavitud y
el matrimonio forzoso-, se defiende el imperio de la ley y se consagra el
derecho a una vida materialmente decorosa y espiritualmente rica.
Tan nobles metas solo se han cumplido en forma parcial. La
esclavitud clásica es cosa del pasado, pero prosperan nuevas formas de
esclavitud, particularmente en la explotación sexual y laboral. El matrimonio
forzoso sigue siendo cruel realidad en muchas culturas del mundo. La tortura no
solo no ha desaparecido, sino que, lamentablemente, llegó a ser política
oficial del gobierno de George W. Bush.
Es triste reconocer que el país que hace 60 años representaba
un faro y un líder para los demás, y cuya ex Primera Dama propuso la DUDH, ha
retrocedido en los estándares que entonces defendía. No solo retiró su firma
del acuerdo que crea la Corte Penal Internacional y se decretó fueros
especiales por sí y ante sí, sino que violó las normas internacionales al
invadir a Irak. En otros órdenes, el código básico humanitario ha sido papel
mojado.
¿Quién podría pensar que los países europeos que hoy repudian
a los inmigrantes firmaron el artículo 13, según el cual "Toda persona
tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio
de un Estado"? El destierro, la persecución religiosa y la violación de la
intimidad son hoy iguales o peores que hace 60 años. Las dictaduras sanguinarias
que ha conocido la segunda parte del siglo XX, desde el Soviet y sus satélites
hasta los militares del Cono Sur de América, pasando por los nacionalistas ex
yugoslavos y los caciques africanos, violan casi todos los artículos de la
Declaración.
La desigualdad económica, educativa y social persiste con
infame terquedad. En algunos campos han disminuido las desventajas de los
países subdesarrollados. Pero millones de personas mueren cada mes por hambre o
víctimas de enfermedades nuevas, como el sida, o medievales, como la
tuberculosis. Sin embargo, solo el desarrollo justo puede asegurar el triunfo
de los derechos humanos socioeconómicos, que, de otro modo, sí que son apenas
piadosos deseos.
En muchos aspectos, no obstante, se ha avanzado. El procesamiento
internacional de Augusto Pinochet, el juicio de los genocidas serbios Slobodan
Milosevic y Radovan Karadzic, el derrumbe del socialismo real marcan momentos
importantes en la lucha por la libertad. En cuanto a la igualdad, el
agotamiento del colonialismo africano, la pacífica derrota del régimen racista
en Sudáfrica y, sobre todo, el triunfo del ciudadano negro Barack Obama en las
elecciones presidenciales de Estados Unidos son hitos de enorme trascendencia.
No refleja la DUDH ciertos derechos que hace más de medio
siglo apenas estaban en esbozo: el respeto a la naturaleza como patrimonio
común inalienable, la libertad sexual, la autonomía de la mujer sobre su
cuerpo. Tampoco prohíbe conductas que habían sido aplicadas por los propios
aliados al terminar la Guerra, como la pena de muerte.
El terrorismo, siendo casi tan viejo como la humanidad, no
había alcanzado la barbarie que ahora lo caracteriza, ni contaba con apoyos
teóricos y teológicos como los que hoy se le brindan. Una nueva plataforma de
derechos humanos tendría que considerar los valores anteriores.
No hay duda de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos no ha
logrado acabar con todas las formas de crueldad, desigualdad, explotación y
abuso. Pero los últimos 60 años habrían sido mucho peores sin ella.