Valor y costo de la educación
superior pública
Durante los últimos años se han puesto de moda los "ranqueos" internacionales de las universidades del
mundo. El más conocido y comentado es el de la Universidad de Shanghái que define, de acuerdo con indicadores académicos
muy exigentes, a las mejores 500 universidades del mundo. No hay en ese listado
ninguna colombiana, apenas unas pocas latinoamericanas. El indicador con mayor
valor predictivo es el costo promedio de un
estudiante. Ese indicador tiene valor predictivo
porque, después del ordenamiento de las universidades con un panel complejo de
indicadores diversos, es el que mejor coincide con el resultado final.
Podría ser eso apenas una verdad de Perogrullo: son
mejores los resultados de la universidad que más invierte en sus estudiantes.
Sin embargo, esa verdad autoevidente es ignorada en
el sector público y se hacen todo tipo de maromas intelectuales para no
reconocer que si se quiere dar una buena educación a los jóvenes colombianos es
necesario invertir proporcionalmente a lo que se quiere obtener. Se ha
reclamado recientemente que los estudiantes de algunas universidades públicas
le cuestan más al Estado que los de otras. Eso es cierto, pero no se puede
comprender simplistamente como una inequidad y responder, como se ha propuesto
en el Ministerio de Educación, reestructurando la financiación estatal para
favorecer a las universidades menos desarrolladas en perjuicio de las más
fuertes y consolidadas.
Hay dos dimensiones en la equidad en educación que una
sociedad ilustrada debe entender bien. Por un lado está la de la cobertura:
indudablemente, es más equitativa la sociedad que le da al mayor número posible
de jóvenes acceso a alguna forma de educación superior. Pero por otro lado está
la calidad: una parte importante de los jóvenes debe tener, sin depender de sus
recursos económicos, la oportunidad de acceder a la mejor educación posible. La
segunda condición sin la primera podrá verse como elitista, pero lo es mucho
más una situación en la que se limita el acceso a las posiciones de liderazgo a
aquellos que puedan pagar. Es evidente que quien tiene los medios no duda en
dar a sus hijos una educación que les dé ventajas competitivas sobre los otros
jóvenes de su generación. El Estado debe tener instituciones que den esa misma
oportunidad a los hijos de ciudadanos que no tienen la capacidad económica para
pagarla. De otra manera, genera una situación en la que se perpetúa el
liderazgo social en manos de un grupo minoritario y pudiente. La calidad no es
una consideración accesoria en un balance de equidad social.
Las universidades privadas son en Colombia, por norma,
entidades sin ánimo de lucro. La mayoría, sobre todo las mejores, son
responsables y reinvierten los recursos que generan en mejores profesores,
laboratorios, bibliotecas e infraestructura docente. Así, resulta fácil conocer
el costo de un estudiante: es exactamente el costo de las matrículas. Costo que
los padres asumen escogiendo, entre aquellas instituciones que ofrecen la
carrera que desea estudiar su hijo, la que haga la mejor oferta educativa que
ellos puedan pagar.
La Universidad Nacional no podría contentarse con ofrecer
a sus estudiantes una preparación profesional de calidad apenas aceptable. Ella
asumió como misión educar a los líderes del futuro, y no puede hacerlo sin un
acercamiento amplio e integral o con una calidad inferior a la que ofrezca
cualquier universidad, pública o privada.
La Ley 30 de 1992 aseguró que los presupuestos de las
universidades públicas se mantuvieran sin perder valor en pesos constantes.
Pero en la práctica eso ha significado que esos presupuestos se han mantenido
congelados desde 1993 mientras que los costos han aumentado enormemente. En
1993, en la Universidad Nacional había relativamente pocos profesores con
doctorado o maestría; hoy, son la mayoría. Entonces, la productividad académica
de profesores y grupos de investigación era baja, había pocos grupos de
investigación. Hoy son muchísimos y con productividad alta. Los computadores
eran entonces una curiosidad, hoy hay casi 7.000 con su infraestructura de
soporte. Había un par de programas doctorales con pocos estudiantes. Hoy hay 35
programas y más de 600 estudiantes de doctorado (el 40 por ciento de los del
país). Nuestra cobertura en pregrados aumentó desde
entonces en un 50 por ciento y en algunos niveles de posgrado
se quintuplicó. Discutimos y participamos en las soluciones de los problemas
del país, generamos nuevo conocimiento y formamos investigadores y profesores
para otras instituciones, y llegamos a muchas regiones, incluso a algunas de
las más apartadas del centro.
El país debe entender que mejorar la calidad y la
cobertura de su educación superior es un imperativo ético y un hecho
conveniente para su propia competitividad global. Para lograrlo, debe apoyar a
sus universidades emblemáticas llevando la inversión en ellas al menos a los
niveles de las universidades de avanzada en Latinoamérica.
* Rector de la Universidad
Nacional de Colombia
Moisés
Wassermann *
Domingo 19 de Julio de 2009
Periódico EL
TIEMPO
Pagina 1-20 Opinión