Ciencia Y Arte Se Sentaron A Charlar

David Manzur, conocido por su pasión y maestría en la pintura, y Rodolfo Llinás, científico que por décadas ha estudiado los secretos del cerebro, se sentaron frente a frente en un encuentro inusual: un diálogo, el pasado miércoles en Maloka, en Bogotá, sobre el arte y el cerebro.

En la charla participó también el artista Carlos Jacanamijoy, pero fueron los más veteranos quienes convirtieron la cita en un contrapunteo que a veces parecía la consulta de un pintor a su médico y otras, la de un aprendiz de artista a su maestro.

Para Llinás el universo es una imagen que se forma mediante neuronas que se comunican entre sí. Por eso, el cerebro es el que ve el mundo y regula todo: el movimiento, la personalidad y, por supuesto, la manera de hacer arte. En pocas palabras, para Llinás el cerebro manda. Para el otro, el que habita en la aleatoriedad de la imaginación, el arte está lleno de misterio y solo así lo concibe.

“Cuando uno pinta no se cuestiona, sino que vierte lo que está adentro de uno –dice Manzur–. En mi caso, son los recuerdos. ¿Puede uno preconcebir lo que va a hacer? Si eso es así, corro el riesgo de salirme del arte, porque lo mío es una búsqueda. Si yo pinto, es por el misterio y por ese misterio moriré pintando”.

–Pero, David –le responde Llinás con asombro–, lo que yo quiero es la realidad desnuda. Según lo que dices, ¿amamos solo lo que no conocemos? –Algo así –replica Manzur– Alguien se enamora de una mujer y entonces la ama. Luego, se casa con ella y a los seis meses ya no la quiere.

–Ah, pero eso es que no la ve bien –sentencia Llinás.

Era como si los dos hemisferios del cerebro estuvieran hablando.

Quién fuera Van Gogh Manzur, que se puede quedar por años pintando un cuadro con tal de descubrir lo que hay dentro de sí mismo, trata de ubicarse frente a Llinás y le dice: “Mi mente anduvo de una manera tan absurda, pintando un cuadro de una forma fuera de toda lógica y usted lo ve con su conocimiento y resuelve lo que no pensé. A este paso, nos quedamos hasta mañana”.

Luego, encuentra que lo que Llinás dice sobre el cerebro, que le da sentido al mundo, es parecido a lo que él mismo piensa del arte.

–Bueno –agrega– yo creo que la obra queda realizada en el otro, en el que la ve, porque yo nunca me comprendí.

En medio de su racionalidad, Llinás es también un apasionado y parece dispuesto a ir a dónde sea para poder entender. Incluso a meterse en la mente de un hombre trastornado, como el pintor Vincent Van Gogh.

–Pienso en Van Gogh –dice Llinás– y en lo que expresaba. Quisiera sentir lo que él sentía, ver el cielo duro, como lo pintaba con esos colores.

Manzur, conocedor del sufrimiento que puede experimentar un artista para plasmar sus obras –muchas de las suyas son basadas en los recuerdos dolorosos de su niñez– y tras pensar en lo que debió sufrir el pintor holandés, se acomoda en el asiento y mira incrédulo a su contraparte.

–¿Usted quisiera estar en en esa locura, en ese pellejo? –pregunta, como si se asegurara de que Llinás sabe lo que dice.

–Claro, porque eso me aumentaría el conocimiento del mundo –responde Llinás.

–Pero, cuando usted ve arte, ¿se relaja o lo analiza? –Ambas cosas.

–¿Y el uno no le estorba al otro? –cuestiona Manzur, como si fuesen dos personas.

–No, porque es lo mismo –contesta el científico.

El pintor explica que se considera más del lado del sentimiento que de la razón. Por eso le dice al investigador que cuando va a pintar busca un estado en el que el cerebro “no pueda pensar mucho”. Pero ¡Oh, desilusión! –Eso no se puede, porque somos cerebro –le recuerda Llinás.

–Pero las manos saben, le contesta el artista.

–Las manos solo están en el cerebro, le replica el investigador.

–¿Mis manos obedecen siempre al cerebro? –Claro.

–Pero, si pienso al pintar, no soy grácil –argumenta Manzur.

–Eso que hacen sus manos se llama patrón de acción fijo. Si se hace muchas veces una cosa, se logra una destreza que queda inscrita en el cerebro.

El asunto se pone difícil para el pintor, quien pregunta inquieto.

–¿Entonces uno puede ser programado para ser artista? –No sé si pintor, pero, por ejemplo, músico sí.

–¿Y se puede despertar la sensibilidad de tanto insistir? –¡No! ¿No ve la cantidad de pianistas frustrados que hay? Eso es como decir que Pinocho se vuelva de carne por amor –¿Y se podrá hacer que un computador se vuelva artista? –No. El computador no tiene una imagen de sí mismo. No siente dolor. Puede simular, sacar un aviso que diga “me duele”, pero, en realidad, no lo siente. El problema básico es la subjetividad, la conciencia de ser.

–Oiga, doctor Llinás, yo quisiera su cerebro.

–Yo quisiera el suyo.

‘‘La habilidad de pintar se llama patrón de acción fijo. Si se hace muchas veces, será una destreza que se inscribe en el cerebro”.

"El computador no tiene una imagen de sí mismo. Puede simular, sacar un aviso que diga ‘me duele’, pero no lo siente”.

Rodolfo Llinás, científico colombiano.

‘‘Cuando uno pinta no se cuestiona, sino que vierte lo que está adentro. En mi caso, es el recuerdo. ¿Puedo preconcebir lo que voy a hacer?.

Mi mente anduvo de una manera tan absurda, pintando de una forma fuera de toda lógica, y usted resuelve lo que yo no pensé...”.

David Manzur, artista colombiano