El casamiento de Raquel
Abril 19 de 2009
Carlos E. Climent
La compulsión a
mentir y la incapacidad de tolerar la frustración, son factores comunes en las
familias de muchos drogadictos.
Kym, interpretada por la bellísima Anne Hathaway, regresa a su casa
después de muchos meses de recuperación en un centro para drogadictos, con el
propósito de asistir a la boda de su hermana mayor.
Muy
pronto se da cuenta que ni el ambiente familiar ni las personas, han cambiado.
Sólo hay espacio para los preparativos de la boda y todo es felicidad. Nada que
pueda dañar este momento se puede mencionar.
Eso
incluye los trastornos alimentarios de Raquel que siguen sin resolver, la
dureza de una madre insensible y cruel, pero cuidadosamente maquillada, un
padre encubridor y, por supuesto, uno que otro abominable secreto...
Durante
su estadía en el centro de rehabilitación, Kym superó
el miedo a enfrentar los orígenes de su enfermedad. Pero es infructuoso su
intento de poner al descubierto su renovada visión de la patología familiar,
tan celosamente guardada.
Esta
película, como la danesa Celebración, va llevando al espectador por los
vericuetos dolorosos de una historia que todos, excepto la protagonista,
pretenden seguir ignorando.
Kym es la creación de un imaginativo escritor.
Pero la vida siempre supera la fantasía. La realidad clínica nos muestra que
muchos seres humanos merced a programas de rehabilitación para un proceso de farmacodependencia (o de otros trastornos mentales severos)
son capaces de hacer cambios fundamentales. Entre otros, aceptar la enfermedad,
tolerar la confrontación y enfrentar la verdad.
Estos
últimos son los mecanismos que, en conjunto libran a las personas de sus
tiranos.
La
mentira y el ocultamiento se refieren no solamente a los abusos evidentes sino
a los asuntos cotidianos más sutiles, pero no menos destructivos.
Algunos
ejemplos incluyen las actitudes controladoras, sobreprotectoras,
cómodas, egoístas, débiles o ambiciosas; las conductas amenazantes,
irresponsables o insensibles o las inculpaciones irracionales.
Todas
las anteriores se ejercen por parte de uno o ambos padres hacia sus propios
hijos. Esas son las conductas que-de manera disimulada-plagan la vida cotidiana
de muchas personas desde muy temprana edad y se constituyen en la antesala de
muchas conductas problemáticas.
Las
peores tragedias personales son las que viven las personas más frágiles en el
seno de un hogar donde los conflictos se tapan. Donde no está bien visto hablar
de “cosas desagradables” y sus miembros son capaces de “cualquier cosa” con tal
de conservar las apariencias.
Tal
simplismo lleva consigo el mensaje de que es posible vivir en un mundo
artificial y mentiroso donde lo único que cuenta es la satisfacción de las
propias necesidades. En estos hogares las comunicaciones son contradictorias y
los problemas no se resuelven porque nunca se discuten abiertamente. Tal
ambigüedad permite al joven encontrar en las drogas, el alcohol y en otras
conductas impulsivas, el paraíso donde se puede refugiar cuando aparecen las
infaltables dificultades de la vida.
carloscliment@elpais.com.co