Un cáncer injustificado
Colombia
hace parte del grupo de países con mayor incidencia de cáncer de cuello uterino
en el mundo, una enfermedad que se puede prevenir y tratar cuando se descubre a
tiempo. Esa es la razón por la cual la citología vaginal, hasta ahora
considerada la herramienta más efectiva para la detección del mal, ha estado
incluida desde siempre en los planes de salud.
Y
aun así, las altas cifras de este cáncer, causado por el virus del papiloma
humano, que se transmite por vía sexual, siguen inmodificables: cada año se
conocen alrededor de 6.800 nuevos casos de afectadas y cerca de 3.300 mueren
por su causa. Esta semana, el Instituto Nacional de Cancerología denunció que
si bien con dificultad se ha logrado que siete de cada diez mujeres se sometan
regularmente al examen, la calidad de la mayoría de estas pruebas deja mucho
que desear.
Basado
en estudios propios, el Cancerológico asegura que el 50 por ciento de los
exámenes arroja falsos resultados negativos (es decir,
reportes de normalidad cuando sí hay enfermedad) y que una gran cantidad está
mal tomada. También que el 37 por ciento de las mujeres que obtienen datos
dudosos o la presencia de lesiones de alto riesgo carecen del seguimiento
adecuado, que incluye la práctica de colposcopias
(análisis más integrales para confirmar la presencia o no de cáncer) y
tratamientos.
El
Instituto Nacional de Salud (INS) emprendió un plan de capacitación con
personal especializado en la toma y análisis de muestras, del que ya han hecho
parte 310 de los 420 laboratorios encargados de esta labor en Colombia. Al
contrario de lo señalado por el Cancerológico, el INS, responsable de la
calidad de dichos laboratorios, asegura que ya el 75 por ciento de las
citologías que se toman y el 80 por ciento de las que se leen son sometidas a
estándares de calidad.
Más
allá de la disparidad de los diagnósticos, hay que ser claros en el hecho de
que no puede haber dudas sobre ninguna citología, porque los problemas de
calidad acaban pagándolos las mujeres con sus vidas.
Países
como Estados Unidos lograron reducir a su mínima expresión la incidencia de
esta enfermedad con sentido común, compromiso y organización dentro de su
sistema de salud. El cual no se limita a convocar a las mujeres y a tomar las
muestras, sino que garantiza que cada una de ellas recibe resultados reales y
que los entienden, con mayor razón si son anormales. Si este es el caso, las
afectadas son ubicadas y registradas en un programa que les brinda tratamientos
integrales, cuyo objetivo es lograr su recuperación.
El
sistema colombiano de salud está en pañales en esta materia. A los problemas de
las citologías hay que sumar el casi nulo seguimiento que se hace de los casos
cuyos resultados evidencian la presencia de lesiones malignas o premalignas. La atención de estas mujeres está atomizada:
las autorizaciones se tramitan en un lado y los exámenes y procedimientos se
hacen en otros, un drama con el que tienen que lidiar los pacientes de cáncer
en Colombia, por cuenta de los obstáculos desarrollados por las EPS y
permitidos por el sistema de salud.
Como
si fuera poco, las pacientes acaban siendo tratadas en instituciones de dudosa
calidad, que son contratadas por las propias aseguradoras, dado su bajo costo.
¿Quién garantiza la idoneidad y responsabilidad de estos establecimientos, cuya
proliferación amenaza con convertirse en metástasis? Si la mayoría de las
mujeres se somete a la citología, si la prueba hace parte del POS, si hay
sitios suficientes para su procesamiento y si el sistema de salud garantiza los
recursos y la cobertura, es inaceptable que las colombianas sigan muriéndose de
cáncer de cuello uterino.
Los
datos arrojan una pésima señal: la prevención y el tratamiento de esta
enfermedad sólo están garantizados en el papel. Por eso, Colombia aparece
siempre relacionada a un mal propio del subdesarrollo: la pobreza y la
desorganización de los sistemas de salud.