Por una Cali segura
Abril 12 de 2009

Bendita hora de la reflexión. Los tiempos santos amainaron la tormenta desatada por la disparidad en las cifras de homicidios y otros delitos en Cali. Más allá de descifrar quién tiene la verdad absoluta y de detenerse en el conteo de muertos, lo que necesita Cali es unidad. Por eso, que todas las instituciones que velan por su tranquilidad comprendan que deben coincidir en una hoja de ruta y definir estrategias conjuntas es de por sí un importante avance.

Unidad que se refleja en la creación de un consejo de seguridad permanente con capacidad de reacción. Y que coincidió en medidas como la militarización de barrios, restricción de salvoconductos, recompensas para combatir delincuentes y un nuevo horario para el cierre de los establecimientos nocturnos. Quizá falten medidas. Tal vez algunas ocasionen malestar. Pero lo importante es que la ciudad recobre la confianza en quienes vigilan la vida de sus más de dos millones de habitantes.

Porque las dramáticas cifras que revelan cómo en Cali mueren cinco personas al día, cómo el 80% de esos homicidios se cometen con armas de fuego y cómo en el barrio El Retiro el accionar de ocho pandillas dispara las muertes violentas deben ser más que una reseña judicial. Deben llamarnos a la reflexión y provocar una catarsis que nos ayude a construir una ciudad más segura, amable y vivible.

Hoy es necesario que la sociedad caleña responda al llamado de sus líderes. La colaboración ciudadana, la solidaridad y el trabajo en equipo constituyen el mejor de los antídotos para combatir el veneno de la indiferencia que se convierte en aliado perfecto de la delincuencia.

Además del consenso de los organismos de control y del compromiso ciudadano, la crisis reciente nos deja otras reflexiones. Primero, que la convivencia no se constrye con propuestas folclóricas como la de traer los cascos azules de la ONU, fruto del afán de protagonismo. Segundo, que la verdad de las cifras no se puede ocultar. No para señalar culpables. No para tumbar comandantes, sino para crear conciencia. Y no es minando la credibilidad de las instituciones como se bajan los índices de criminalidad. En consecuencia, esfuerzos valiosísimos como los de Cisalva no deben ser aislados por temor a sus resultados. Muy por el contrario, deben ser el insumo para trazar políticas serias de mediano y largo aliento.

Tercero, que la situación de los jóvenes delincuentes, sobre los que reposa la responsabilidad de muchos homicidios, no puede verse como un aspecto más al cual no se le dan soluciones definitivas. El Centro de Formación Valle del Lili no puede seguir siendo el lugar al que entran y salen como Pedro por su casa. Estos centros deben servir para formarlos en el respeto a la ley y no en la burla a la ella. También es hora de que el Municipio invierta en programas serios y eficientes, más que en proyectos desligados, que permitan reconstruir el tejido social de los barrios más violentos de Cali.

Con todos estos esfuerzos, y haciendo de la seguridad una bandera de ciudad, podemos empezar a trabajar juntos por la Cali que tanto anhelamos. Bendita hora de la reflexión: la unión ciudadana hace la diferencia.