¿Ciudad?. Por: Benjamín Barney Caldas.
El agua potable
Febrero 26 de 2009

El editorial de El País del pasado sábado lo dejó claro: el problema del agua potable en Cali es mucho más grave de lo que el común de la gente piensa. Su solución es difícil y costosa y ni siquiera forma parte de las megaobras, en las que nos quieren embarcar sin saber para dónde es que navegamos.

El acueducto del río Cauca no puede procesar sus aguas cuando están muy turbias, pero ahora lo está haciendo debido al prolongado invierno que lava sus erosionadas cuencas, las que seguimos deforestando sin ningún control, y su inusitada duración, más de un año, sin duda se debe al cambio climático.

Cuando llegue el verano, si es que llega y es igualmente prolongado, será el río Cali el que se quedará sin agua, pues no cuenta con el embalse que hace años se sabe que necesita y que, además, permitiría controlar sus crecientes.

Mientras tanto, seguimos usando irresponsablemente el agua potable en inodoros y orinales, dejándola correr, mientras sale caliente en la ducha o lavando carros, pisos y andenes y regando con ella árboles, matas y prados.

Ya hace más de cinco años que se advirtió aquí sobre esta crisis que venía (columna ¿Ciudad? 20/11/2003), cuando en la Cumbre Mundial del Agua se estimó que los problemas de salubridad, generados por su carencia, causarían muchas más muertes en las primeras décadas del Siglo XXI que las guerras recientes y que el problema será más serio en muchas partes del mundo que el de la comida y la energía (El Tiempo, 21/3/2003).

Se estima que para el 2025 el 80% de la población mundial presionará fuertemente sobre los recursos hídricos y en muchas partes se estará cerca de la catástrofe (Unesco: Keys to the 21st Century, 2001). Sin embargo, aquí aún no es apremiante, pues el país está entre los que tienen más agua en el planeta y cada colombiano dispone de muchísima más que el promedio mundial y por eso será que la desperdiciamos como si nunca se fuera a acabar.

Pero el problema sigue siendo la falta de agua potable, como es el caso de esos colombianos que, paradójicamente, mueren por carecer de ella al lado de grandes o correntosos ríos o en medio de lluvias e inundaciones.

Y en Cali, pese a sus siete ríos, ya comenzó a agotarse. Ojalá pronto suframos sus consecuencias y al fin abramos los ojos. Tenemos que aprender a reciclar las aguas servidas de duchas y lavamanos, limpiándolas con sencillas trampas de grasas, y a juntarlas con el agua de las lluvias, recogida en terrazas y cubiertas, en lugar de verterlas directamente a calles, alcantarillas y canales de aguas negras, para su reutilización en orinales e inodoros, que además hay que convertir a doble descarga, y para fregar pisos y regar jardines; e irnos acostumbrando a las duchas de bajo consumo. También hay que aprender a lavar los carros con balde, cepillo y trapo. Tenemos que tratar el mal uso del agua potable como un problema de salud pública. Habría que iniciar ya una campaña de educación ciudadana para que la gente la ahorre y desde luego iniciar el control policivo de las normas que ya existen y las que se dicten al respecto. Desperdiciar agua potable es tan reprobable como manejar mal, pero ambas cosas son entre nosotros culturales, por lo que no percibimos sus graves consecuencias.