Comportamiento Humano. Por: Carlos E. Climent.

Las heridas del abuso infantil
Febrero 01 de 2009

 

 

Para las víctimas el tiempo pasa pero la memoria queda: crecen con rabia y una sensación de vacío. Hablar, parte de la solución.

El paso del tiempo no siempre es un bálsamo. Un ejemplo es el abuso infantil que nunca fue reconocido y al respecto del cual nunca se hizo justicia ni se realizaron los actos de reparación necesarios. El más dañino de los abusos es el que ha ocurrido de manera continua y disimulada y con el encubrimiento de las personas que, habiendo podido corregir la aberración, nunca lo hicieron.

Las razones por las cuáles los adultos no intervienen, son tan desgraciadas como reprochables. Unas veces obedecen a la forma laxa e irresponsable como se maneja la supervisión de los menores. Otras veces se relacionan con la debilidad, la dependencia emocional o económica de quien observa o sospecha pasivamente y no hace nada. Otras más, se debe a la ceguera ocasionada por el temor a actuar.

El caso es que la víctima indefensa es sometida a los abusos –físicos, sexuales o psicológicos– a través de los años y nadie sale a su rescate. Para estos niños el tiempo pasa pero la memoria queda.

El recuerdo de sus vivencias los acompaña en silencio todos los días, durante el resto de la infancia y a través de una adolescencia atribulada.

Se hacen adultos, progresan en muchos aspectos pero las cicatrices siguen sin sanar. Conviven en sociedad pero la rabia impotente sigue alimentando su rencor y una parte importante de ellos se estanca. Una sensación de vacío, desesperanza y desmoralización los acompaña y sus relaciones interpersonales se plagan de conflictos.

En el fondo saben que su secreto inconfesable es el mayor obstáculo para su realización personal. Pero no son capaces de hacer nada: “¿Con quien hablar? ¿En quién confiar? ¿Me van a creer? ¿Me van a entender?” son algunas de las preguntas que se hacen. El aforismo popular: “La gente con el tiempo deja de ser lo que era, pues ni el ofensor ni el ofendido son ya los mismos”, no aplica porque el ofensor puede olvidar, pero el ofendido no.

El que fue abusado de niño necesita, ya de adulto, hablar sobre los sentimientos al respecto de los oprobios a los que fue sometido. Esa revelación sólo ocurre cuando se ha logrado la maduración suficiente para medir el tamaño del problema, sentirse en confianza y estar seguro que su confesión no traerá consecuencias negativas, ni retaliaciones de ninguna clase.

No importa que la oportunidad sea tardía. El abusado necesita relatar su propia historia para corregir la distorsión que le lleva a pensar que de alguna manera era merecedor de la iniquidad. Sólo el hablar de su secreto en condiciones de seguridad y en un ambiente protegido, le permitirá superar la vergüenza irracional y corregir la opinión que se ha ido formando sobre sí mismo.

La consecuencia de tal revelación es siempre un gran alivio. El hecho de compartirlo con alguien de confianza, obtener el reconocimiento y el apoyo de personas importantes de la vida presente, es de enorme importancia. Y se constituye en el bálsamo que el tiempo, en solitario, no puede brindar. Tal acción podría permitir una vida más satisfactoria, más autoafirmada y más realista.