Irreflexiones. Por: Óscar López Pulecio.
Viruelas
Enero 02 de 2010
El excelentísimo
Don Antonio Caballero y Góngora no sólo era el arzobispo de Bogotá, sino que
también se le habían encargado las funciones de Virrey del Nuevo Reyno de Granada, una decisión sensata en un mundo donde el
Estado y la Iglesia eran los detentadores del poder absoluto, de modo que no
hubiera escapatoria en esta vida ni en la otra. De esa doble y temible
condición daban fe los Comuneros, cuya revolución había sido abortada a punta
de baculazos y gendarmes. Y como las desgracias no vienen solas, estalló
también en la muy noble leal y poco higiénica capital del virreinato una
epidemia de viruelas, que fueron el pretexto perfecto para que el Virrey
juntara una cosa con la otra. Era 1782.
“Mucho
afligen a la humanidad los castigos generales, que de tiempo en tiempo
acostumbra enviarle la Divina providencia para despertar a los mortales y
sacarlos del profundo letargo en que suele sumergirlos una continuada
prosperidad. Guerras, hambres y pestes son las visitas del Señor en el estilo
de las Santas escrituras para manifestar a los pueblos sus enojos: (…) Si en el
tiempo presente se halla rodeado este Reyno de las
tristes resultas de los dos primeros, y amenazado de la proximidad del ultimo;
la ingratitud de sus havitantes havra
llegado a tal extremo que necesite de tan eficaces como dolorosos recuerdos
(…); tanto mas terrible en este Reyno por haverse apresurado a atesorar las iras de Dios en estos ultimos dias.” Esas fueron las
admoniciones del Virrey, un tanto confirmadas por el hecho de que la viruela se
ensañaba en los hogares del Común.
Otro
sacerdote, esta vez un científico, no pareció tragarse tan entero el cuento del
castigo de Dios, así que Don José Celestino Mutis, quien era el médico del
Virrey, prologó el Methodo General para Curar las
Viruelas, impreso en la Imprenta Real de Don Antonio Espinosa de los Monteros,
con el propósito de divulgar algunas medidas higiénicas y el procedimiento de
la inoculación. La inoculación venía del Lejano
Oriente y consistía en contagiar gente sana con pústulas secas de viruelas para
inmunizarlas. Se dice que el método había sido presentado en Inglaterra por la
esposa del Embajador Inglés en Constantinopla, Lady Montague,
en tiempos de Jorge I, se había ensayado con muy buenos resultados en
condenados a muerte y se había extendido por todo el mundo cristiano.
Naturalmente
la inoculación en el Nuevo Reyno de Granada tenía su
versión particular. Le hacían a las personas una
pequeña incisión en un brazo y en la pierna opuesta y frotaban las heridas con
un trapo untado en una pústula madura de viruela. Algo un tanto asqueroso que
infectaba la herida, producía una pequeña infección y evitaba la infección
general. El Methodo recomendaba también airear a los
pacientes, una dieta ligera y aislamiento. Naturalmente, las rogativas estaban
a la orden del día.
Tanto
Caballero y Góngora como José Celestino Mutis eran producto de la Ilustración,
con un pie en el mundo político y eclesiástico, y otro en la ciencia. Así que
se movían entre el castigo de Dios y las medidas que iban a sentar las bases de
la salud pública en la República, que estaba a punto de nacer entre
revoluciones y viruelas. El primer capítulo del Tomo II, de la Historia de la
Medicina en Colombia, (1782-1865), espléndidamente editado por Tecnoquímicas en
la más ambiciosa aventura editorial de su género en Colombia, cuenta esta
historia que revela la mucha agua que ha corrido bajo los puentes desde
entonces.