En los últimos
meses se observa un aumento de las tasas de homicidio en algunos de los
principales centros urbanos del país. ¿Cuáles son las raíces explicativas de un
hecho tan preocupante? Recientemente, la Fundación Nuevo Arco Iris propuso una
explicación con poco rigor intelectual: que se trataba de un particular
fenómeno de neoparamilitarismo aliado de la guerrilla
(¿?) y enemiga del Estado (¿?). Dios mío.
Otros analistas han propuesto hipótesis más sólidas y coherentes,
relacionadas con la creciente disminución de los ingresos provenientes del
tráfico de drogas y, por tanto, la brutal guerra que se ha desatado en torno a
estos ingresos menguantes. Si antes el tamaño de la torta limitaba las guerras
intestinas, pues el pastel alcanzaba para todos; ahora una torta cada día menos
suculenta genera guerras sin cuartel.
¿Por qué han disminuido los ingresos del narcotráfico? En primer término,
debido a la reducción de los cultivos y laboratorios en el país, como reconoció
recientemente el embajador William Brownfield,
compensado con el aumento de la producción en países como Perú y Bolivia. El
típico "efecto globo", es decir que, frente a un consumo global
estable, si disminuye la producción en un país, aumenta de inmediato en otro,
para satisfacer los requerimientos del mercado ilegal.
En segundo término, la creciente presencia del Estado en territorios que
ayer eran controlados por organizaciones criminales y, en los cuales, la
producción y comercialización de la cocaína se hacía sin mayores restricciones.
Unas tras otras, las ciudadelas de la coca en manos de las Farc
han sido reincorporadas a la nación.
En tercer término y, ante todo, debido a la incapacidad de los actuales
precarios carteles colombianos de introducir directamente y bajo su control la
cocaína a los mercados europeos y norteamericano y, luego, venderla al menudeo
a través de redes locales. Como sabemos, gracias a los estudios de los
especialistas, el 80 por ciento de los ingresos totales de la producción,
comercialización y venta de las drogas ilícitas las obtiene quien las introduce
en el mercado consumidor y las vende al menudeo. Hoy en día, los carteles
regionales o las Farc y el Eln
(grupo que día a día está más y más inmerso en este criminal negocio) entregan
la droga en las fronteras terrestres o marítimas a los carteles mexicanos,
brasileños y, de manera creciente, a los de Venezuela y Ecuador, los cuales la
introducen en los grandes mercados. Es decir, para bien de Colombia y para
tristeza de países hermanos, el grueso de las ganancias se está quedando manos
de sus carteles con grave impacto en sus tasas de criminalidad. Caracas, la
ciudad más violenta hoy en el mundo, es un ejemplo dramático.
Otra raíz de este aumento de la criminalidad urbana es que, frente a la
creciente dificultad para comercializar la droga a nivel mundial, los
carteles-boutique actuales están haciendo un esfuerzo desesperado para aumentar
verticalmente el consumo interno. Las 450 'ollas' o expendios de droga
solamente en Bogotá son altamente preocupantes. Mientras que estamos logrando
que disminuya el peso de Colombia en el mercado mundial de las drogas, nos
estamos convirtiendo en un país altamente consumidor. Este factor está,
igualmente, incidiendo en las tasas de homicidio. El control territorial de
'ollas' y zonas de tráfico y consumo urbano ha desatado una brutal guerra entre
bandas y combos en ciudades como Cali y Medellín y otros centros urbanos.
Finalmente, una tercera raíz de esta ola criminal se relaciona con uno de
los fenómenos más comunes tras la desmovilización de grupos armados a nivel
mundial: la extorsión. Es decir, las famosas oficinas de cobro que se han
extendido como un cáncer en todos los centros urbanos del país, dirigidas en
muchas ocasiones por mandos medios de las Auc y, en
algunos casos, de las Farc y el Eln.
Estos nuevos fenómenos criminales deben ser objeto de análisis y, ante todo,
de acción estatal decidida.