85% de los colombianos que cotizan para pensiones lo hacen sobre ingresos
inferiores a dos salarios mínimos. Pero, sólo cotiza el 23% de la población
económicamente activa. Como consecuencia tres de cada cuatro colombianos no
tienen ninguna posibilidad de pensionarse y quedan en su vejez a merced de sus
familias o de la caridad pública. Las razones por las cuales eso sucede son dos
que se complementan negativamente: la primera, la informalidad de más del 50%
de la fuerza laboral, que no tiene posibilidades de cotizar para pensiones, y
la segunda, la insuficiente generación de empleo productivo, estable y bien
remunerado, condición necesaria para cotizar de manera permanente.
El sistema público de prima media, administrado por el Seguro Social, está
basado en que los trabajadores activos pagan las pensiones de los jubilados;
pero, como éstos crecen más que aquellos, el Estado termina cubriendo la
diferencia, es decir, estableciendo un subsidio, pagado con fondos públicos, a
un grupo privilegiado, si se lo compara con el grueso de la población. Termina
siendo un mecanismo de concentración del ingreso, escandaloso en los casos de
las pensiones altas sin límites legales y de algunos regímenes especiales. Dos
circunstancias agravan esa situación: la primera, que los jóvenes educados de
más altos ingresos han abandonado o no se han inscrito en el régimen de prima
media y cotizan en los fondos privados de pensiones, empeorando el déficit del
Seguro Social, que le cuesta anualmente al Estado 5% del Producto Nacional
Bruto, más de $20 billones; la segunda, que la expectativa de vida de los
colombianos ha aumentado y es hoy de 83 años para los hombres y 86 años para
las mujeres, así que haga la cuenta de cuánto le falta.
La creación de los fondos privados de pensiones terminó por perjudicar a
todo el mundo. De una parte, desmanteló el Seguro Social de sus mejores aportantes y, de otra, lanzó a los trabajadores mejor
remunerados a la aventura de construir en su vida laboral un capital cuyos
rendimientos les permitieran vivir decorosamente en su vejez, en medio de los
avatares del sector financiero y sus bajas tasas de interés, que ya son
crónicas. Los jóvenes de hoy tendrán que trabajar hasta la edad de Matusalén
para construir un capital cuyos rendimientos les permitan tener en su vejez una
renta si quiera parecida a sus ingresos laborales. A ello hay que añadir la
también crónica falta de capacidad de ahorro nacional.
Las soluciones que se han propuesto a este problema ya están inventadas y
aún puestas en práctica, con diversos resultados, en muchas partes: aumento en
la edad de jubilación de hombres y mujeres, impuestos a las pensiones altas,
reducción de las pensiones de los beneficiarios a la muerte del pensionado,
disminución del porcentaje de la pensión frente al salario devengado, impuestos
a la nómina para financiar la seguridad social pública, concentración de
subsidios de jubilación en la población de menores ingresos; en fin un
recetario donde el tema del aumento de la edad de jubilación, que se debatió en
esos días en Colombia, es sólo una aspecto de la cuestión, que debe de todas
maneras considerarse. Pero el punto central sigue siendo un aumento del
crecimiento nacional y del empleo, que dé un contexto realista a ese recetario.
Si no, el futuro es de viejos desamparados. El tío Baltasar dice que la
discusión es inaplazable y que afortunadamente él se va a morir antes de que se
acaben las muchachas del servicio y el Seguro Social.