Mucha televisión podría tener
efectos más profundos que una adicción
Obesidad,
escaso placer y fragmentación social son atribuidos a estar frente a la
pantalla.
El
pasado medio siglo ha sido la era de los medios masivos electrónicos. La
televisión reformuló a la sociedad en cada rincón del mundo. Ahora una
explosión de nuevos dispositivos mediáticos se suma al televisor: DVD,
computadores, consolas de juegos, teléfonos inteligentes y más. Cada vez hay
más evidencia que sugiere que esta proliferación de medios tiene infinidad de
efectos negativos.
Estados
Unidos lideró al mundo en la era de la televisión, y las implicaciones se
pueden ver más directamente en su prolongada relación amorosa con lo que Harlan Ellison memorablemente
llamó 'la teta de cristal'. En
1950, menos del 8 por ciento de los hogares estadounidenses tenía un televisor;
para 1960, el porcentaje había pasado a ser del 90 por ciento. Ese nivel de
penetración en otros lugares se demoró muchas más décadas, y los países más
pobres todavía no han alcanzado esa cifra.
Como
era de esperarse, los norteamericanos se convirtieron en los mayores
telespectadores del mundo, lo cual probablemente siga siendo válido hoy,
aunque los datos son un tanto imprecisos e incompletos.
La
mejor evidencia sugiere que los norteamericanos miran más
de cinco horas por día de televisión en promedio -un número sorprendente,
dado que se pasan varias horas más frente a otros dispositivos que transmiten
video-. Otros países registran muchas menos horas frente a la pantalla. En Escandinavia, por ejemplo, el tiempo que la gente pasa
mirando televisión es aproximadamente la mitad que el promedio en Estados
Unidos.
Las
consecuencias para la sociedad estadounidense son profundas, perturbadoras y
una advertencia para el mundo -aunque probablemente llegue demasiado tarde como
para ser tenida en cuenta-. Primero, mirar mucha televisión reporta escaso
placer. Muchas encuestas demuestran que es casi como una adicción que
ofrece un beneficio a corto plazo que conduce a una infelicidad y a un
remordimiento de largo aliento. Estos espectadores dicen que preferirían
mirar menos televisión de la que miran.
Es
más, mirar mucha televisión contribuyó a la fragmentación social.
El tiempo que se solía pasar en grupo en la comunidad hoy se pasa en soledad
frente a una pantalla. Robert Putman, el prominente especialista en la decadente
sensación de comunidad en Estados Unidos, descubrió que mirar televisión es la
explicación central de la merma del 'capital social', la confianza que une a
las comunidades. Por supuesto, hay muchos otros factores en juego, pero la atomización
social generada por la televisión no debería subestimarse.
Por
cierto, mirar mucha televisión es malo para la salud física y mental.
Los norteamericanos van a la cabeza del mundo en materia de obesidad -aproximadamente
las dos terceras partes de la población estadounidense hoy tienen sobrepeso-.
Una vez más, muchos factores están detrás de esta situación, incluso una dieta
de alimentos fritos baratos y poco saludables, pero el tiempo sedentario que se
pasa frente al televisor también es una influencia importante.
A
la vez, lo que sucede mentalmente es tan importante como lo que sucede
físicamente. La televisión y los medios relacionados fueron los grandes
proveedores y transmisores de la propaganda corporativa y política en la
sociedad.
La
televisión de Estados Unidos está casi en su totalidad en manos privadas, y los
dueños generan un buen porcentaje de su dinero a través de una publicidad
implacable. Las campañas publicitarias efectivas, que apelan a deseos
inconscientes -normalmente relacionados con la comida, el sexo y la condición
social-, crean ansias de productos y compras que tienen muy poco valor real
para los consumidores o para la sociedad.
Lo
mismo, obviamente, le sucedió a la política. Los políticos estadounidenses hoy
son marcas, empaquetadas como cereal para el desayuno. Y cualquier idea se
puede vender con una cinta brillante y un jingle pegadizo.
Todos
los caminos al poder en Estados Unidos pasan por la televisión, y todo el
acceso a la televisión depende del dinero en grande. Esta lógica simple puso la
política estadounidense en manos de los ricos como nunca antes.
Hasta
la guerra puede mostrarse como un producto nuevo. La administración Bush promovió las premisas de la guerra de Irak -las
armas de destrucción masiva inexistentes de Saddam Hussein- con el estilo familiar, colorido, ágil y lleno de
gráfica de la publicidad televisiva. Luego la guerra en sí comenzó con el
llamado bombardeo de la "sorpresa y conmoción" de Bagdad -un espectáculo
en vivo hecho para la TV y destinado a asegurar altos niveles de audiencia para
la invasión liderada por EE. UU.-.
Contra
la salud mental
Muchos
neurocientíficos creen que los efectos que tiene mirar televisión en la salud
mental podrían ser aún más profundos que una adicción, que el consumismo, que
la pérdida de confianza social y que la propaganda política. Quizá la
televisión esté volviendo a cablear los cerebros de los telespectadores asiduos
y afectando sus capacidades cognitivas. La Academia de Pediatría de Estados
Unidos recientemente advirtió que es peligroso que los niños miren televisión
porque puede dañar su desarrollo cerebral, e instó a los padres a mantener a
los niños de menos de 2 años lejos de esta y de medios similares.
Una
encuesta reciente en Estados Unidos de la organización Common
Sense Media revela una paradoja que, no obstante,
resulta perfectamente entendible. Los niños en hogares estadounidenses pobres
hoy no solo miran más televisión que los niños de hogares adinerados, sino que
también es más probable que tengan un televisor en su cuarto. Cuando el consumo
de una mercancía cae conforme aumenta el ingreso, los economistas lo llaman un
bien "inferior".
Sin
duda, los medios masivos pueden ser útiles como proveedores de información,
educación, entretenimiento y hasta conciencia política. Pero un exceso de ellos
nos está enfrentando a peligros que es preciso evitar.
Cuando
menos, podemos minimizarlos. Entre las estrategias exitosas a nivel mundial
están los límites a la publicidad televisiva, especialmente dirigida a los
niños; los canales de TV públicos y no comerciales, como la BBC, y el tiempo de
televisión gratuito (pero limitado) para las campañas políticas.
Por
supuesto, la mejor defensa es el propio autocontrol. Todos podemos dejar la
televisión apagada más horas por día y pasar ese tiempo leyendo, hablando con
los demás y reconstruyendo la base de la salud personal y la confianza social.
¿Quién
es el autor?
Jeffrey D. Sachs
es profesor de Economía y director del Earth Institute en la Universidad de Columbia,
en Estados Unidos. También es asesor especial del Secretario General de las
Naciones Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Copyright:
Project Syndicate, 2011.
Jeffrey D. Sachs
Profesor de Economía
Nueva York.