El valor de la utopía
Por:Francisco Cajiao
La
propuesta del Gobierno es miope. Se le quedan por fuera los asuntos que
importan a un país que tiene que sobrevivir en la sociedad del conocimiento.
La
polémica en torno a la reforma de
Para comenzar, educación superior y Universidad (con mayúscula) no son
exactamente lo mismo. Mientras la educación superior entendida como servicio
público destinado a la formación de técnicos, tecnólogos y profesionales
orientados a la productividad económica se evalúa de acuerdo con parámetros de
cobertura, eficiencia y calidad,
La pregunta, entonces, es si el país merece desgastarse discutiendo si algún
promotor privado está interesado en salir a vender educación para los pobres,
porque los ricos ya la tienen en abundancia y de muy buena calidad (en Colombia
y en el exterior), o si una reforma seria debe comenzar por la necesidad de que
tengamos al menos tres o cuatro Universidades de verdad, en las cuales el
Estado y los particulares estén dispuestos a invertir en un futuro a largo
plazo para la cultura nacional. Esta es una discusión que no pueden dar los
tecnócratas y los administradores de presupuestos precarios de corto plazo.
La propuesta del Gobierno es miope y mezquina. No contiene una sola idea
ambiciosa. Se le quedan por fuera los asuntos que importan a un país que tiene
que sobrevivir en la sociedad del conocimiento. No contempla la universidad
pública como el único espacio posible de articulación social, y por ese camino
los centros privados asumirán a los ricos, y los oficiales, a los pobres, lo
que profundizará las grandes distancias sociales. Para que una sociedad sea
equitativa, no basta que haya pupitre para todos: debe haber pupitre para
muchos en el mismo lugar, en la misma clase, con el mismo maestro. Eso
significa que debe haber Universidades de verdad, grandes, con capacidad de
albergar la mayor diversidad en torno al saber, a la ciencia, a la cultura.
Si la propuesta del Gobierno es pobre, la reacción de los activistas es
paupérrima: ¿cómo defender
Todavía hay una leve esperanza de que, a partir del caos inducido, los
representantes serios de la academia saquen del sombrero un conejo y empiecen a
discutir lo que es urgente discutir.