Vacunar a los niños no causa autismo

Por: ANDREA FORERO AGUIRRE |

11:28 p.m. | 07 de Abril del 2013

 

Un reciente estudio vuelve a insistir que no existe vínculo entre las inmunizaciones y el trastorno.

Desde que en 1998 se conoció un informe de la revista británica The Lancet, donde el gastroenterólogo Andrew Wakefield sugirió una relación entre la vacuna triple viral (sarampión, rubéola y paperas) y el autismo –estudio que 10 años después fue declarado fraudulento– la ciencia no ha parado de investigar para tratar de frenar con argumentos el voz a voz virtual de los movimientos antivacunas que profesan, como si se tratara de una religión, un rechazo contundente a las inmunizaciones.

En ese entonces se dijo que la aparente relación entre la triple viral y el autismo era culpa del mercurio contenido en las vacunas que tenían el compuesto Timerosal, un preservante que evita el crecimiento de microorganismos (como bacterias y hongos) en las dosis. Y ante el temor de la población, este fue retirado de las vacunas en 1999 y los laboratorios comenzaron a usar otro tipo de conservantes.

Pero, una reciente publicación en la revista Journal of Pediatrics, de Estados Unidos, afirma que no existe vínculo alguno entre vacunar a los niños en sus primeros dos años de vida y el autismo, trastorno del desarrollo que afecta el comportamiento, la comunicación y las relaciones sociales.

Investigadores estadounidenses de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) estudiaron la exposición de los niños a los antígenos, esas sustancias en las vacunas que hacen que el organismo produzca anticuerpos para combatir infecciones y enfermedades. Primero, analizaron los datos de 256 niños con algún trastorno autista a través de tres diferentes organizaciones de atención médica en Estados Unidos. Después, compararon la exposición acumulativa a los antígenos en esos niños con la de 752 infantes sin autismo.

“No encontramos ninguna evidencia que indique una asociación entre la exposición a los anticuerpos que estimulan las proteínas y los polisacáridos contenidos en las vacunas durante los primeros dos años de vida y el riesgo de contraer un trastorno del espectro autista, un trastorno de autismo o un trastorno del espectro autista con regresión”, dice el estudio. También descartaron el vínculo entre el autismo y la exposición acumulativa a los antígenos, ya sea desde el nacimiento hasta los dos años o en el curso de un solo día después de recibir múltiples vacunas en un consultorio médico.

Podrían reaparecer males

“Estos resultados indican que las preocupaciones de los padres de que sus hijos están recibiendo demasiadas vacunas en los primeros dos años de vida o demasiadas vacunas en una sola visita al médico no son compatibles en términos de un mayor riesgo de autismo”, asegura la investigación.

Según el pediatra infectólogo Pío López López, presidente del capítulo de vacunas de la Asociación Colombiana de Infectología y miembro de la Sociedad Latinoamericana de Infectología, “dejar a los niños sin vacunas es exponerlos a adquirir infecciones que se pueden prevenir, pero también es poner en peligro a toda la sociedad. Si apareciera un solo caso de poliomielitis, sería volver a atrás y vivir de nuevo la epidemia de la que ya nos libramos. En 1991 tuvimos el último caso en Perú y, gracias a las vacunas, en 1994 las Américas fueron declaradas libres de polio”.

El experto afirma que quienes se declaran en contra de las inmunizaciones no lo hacen por maldad sino por creencias equivocadas. En la historia de la humanidad, dice, no ha habido nada tan importante como las vacunas y el agua potable para disminuir la morbimortalidad en pediatría.

“Ni siquiera los antibióticos han sido tan importantes. Gracias a las vacunas hemos logrado controlar muchas enfermedades: desapareció la viruela y en muchos continentes está erradicada la poliomielitis”, sostiene.

Varios estudios han demostrado que no existe ninguna relación entre las vacunas y el autismo. Sin embargo, aunque la cobertura de inmunizaciones en la gran mayoría de países está por encima del 90 por ciento, es una tarea diaria tratar de convencer a esos pocos padres que siguen dudando.

“Investigaciones como la que acaba de salir son importantes para reforzar el tema. Estos grupos antivacunas están vigentes y todos los días hay que tratar de demostrarles que están equivocados”, agrega el experto.

Además, recalca, no se puede atacar a las vacunas por el hecho de que produzcan fiebre, dolor o porque a un vacunado le dio sarampión. Es normal que haya, en ciertos casos, eventos adversos serios tras una inmunización –pues se trata de introducir al cuerpo algo extraño que el sistema inmunológico rechaza– pero, a su juicio, son mayores los beneficios que los riesgos.

“La vacuna de difteria, tétano y tos ferina ha tenido buenos resultados, pero ha producido fuertes reacciones. En Japón la suspendieron por sus efectos y porque estaban libres de tos ferina. Pero, tan pronto lo hicieron, se desató una epidemia de desfrena severa. Una vez más quedó demostrado que es mayor el riesgo que el beneficio de no aplicarlas”, dice el pediatra.

Otro punto que debaten los sectores antivacunas es que no protegen ciento por ciento. El infectólogo responde que estas tienen un índice de protección superior al 90 por ciento, es decir, que 10 de cada 100 niños no quedan protegidos de la misma manera y pueden llegar a tener la enfermedad, pero mucho más leve.

‘Rechazamos estudio’

Dewey Ross Duffel, vocero del movimiento Vaccination Liberation –que cuenta con una de las páginas en Internet más consultadas sobre el tema– afirma que no fue convincente para ellos la investigación divulgada en Estados Unidos la semana pasada, publicada en el Journal of Pediatrics.

Según él, el estudio hace caso omiso de una gran multitud de toxinas peligrosas y de otras condiciones importantes de las vacunas. Advierte, basado en la crítica de un médico llamado Brian S. Hooker –contradictor de las vacunas–, que en dicho estudio no hubo controles verdaderos, que es defectuoso en la metodología y que se produjo un sesgo en la selección de los participantes. Cuestiona, además, la comparación entre niños no vacunados y niños vacunados.

“Nosotros seguimos dando a conocer que las vacunas son la principal causa del autismo. No son la única toxina ambiental que puede afectar el sistema inmunológico de un bebé, pero parar la vacunación ayudaría a una disminución dramática del autismo y muchas otras enfermedades infantiles como el asma, las alergias y la diabetes”, afirma.

La versión del doctor Brian Hooker (profesor asociado de biología en la Universidad de Simpson en Redding, California) es que, de todos los artículos que ha revisado en su vida, este es quizás el estudio más deficiente y poco sincero que ha encontrado y que, además, no aporta datos nuevos. “Ocultó datos sobre la única parte válida del estudio que mostró que los niños expuestos en el útero a solo 16 microgramos de Timerosal tenían hasta 8 veces más probabilidades de recibir un diagnóstico de autismo regresivo”.

El temor en Colombia

Para la pediatra María Cristina Angulo no vacunar a un niño se puede considerar maltrato infantil. En su consulta ha recibido algunas madres que se niegan a seguir dicha recomendación.

“Casi siempre, quienes se niegan a vacunar a sus hijos tienen una experiencia familiar de autismo con un sobrino o un hijo mayor. Aunque científicamente no se haya probado el vínculo de las vacunas con este trastorno, ellas lo creen y prefieren no hacerlo”, asegura Angulo.

Mónica Name Guerra, médica cirujana y homotoxicóloga (estudia el efecto de las toxinas en los procesos fisiológicos del ser humano), opinó que no hay una última palabra sobre las vacunas y sus efectos. “Muchas mamás aseguran que sus hijos eran sanos hasta que los vacunaron. Dicen que desarrollaron problemas neurológicos y convulsiones, pero han hecho estudios para medir el mercurio en la orina de niños con autismo y no han encontrado niveles altos que produjeran daños. Este es un tema de mucha fricción y debate”, concluye.

El autismo se manifiesta en los primeros tres años de vida

La presencia de este trastorno se manifiesta en los tres primeros años de vida. Muchos de los niños que lo padecen no desarrollan lenguaje verbal, tienen dificultad para comprender estados mentales y emocionales en las demás personas, déficit para desarrollar acciones de manera conjunta y tienen tendencia a comportamientos ritualistas y rutinarios.

No se ha determinado una causa concretamente; solo se sabe que es una alteración congénita a nivel del sistema nervioso central, de origen multicausado. Se habla de la parte infecciosa, malnutrición, alergias alimentarias, intolerancia al gluten, problemas intestinales, disfunción tiroidea y, en la última década, corrió por cuenta de la triple viral.

Lo cierto es que el miedo ante tantas versiones a favor y en contra ha hecho que aproximadamente uno de cada 10 padres estadounidenses se niegue a vacunar a sus hijos o retrase las dosis.

En Dinamarca, en 1990, por ejemplo, dejaron de utilizar la vacuna con Timerosal para ver si disminuían los casos de autismo; sin embargo, estos aumentaron. Algo similar pasó en California donde se redujo la aplicación de las vacunas con este preservante, pero los casos de autismo tampoco disminuyeron.

Andrea Forero Aguirre
Redactora ABC del Bebé