Los sofistas
fueron los primeros universitarios. Se levantaron en la Grecia clásica contra
el arjé, la dogmática de los filósofos tradicionales.
Se habían ocupado básicamente en el estudio de la naturaleza. Los sofistas
cuestionaron el pensamiento acumulado hasta la fecha, representaron el
pensamiento crítico, introdujeron el relativismo universal, con ello, el
espíritu analítico y el escepticismo. Desplazaron el centro de gravedad de los
estudios de la naturaleza hacia el estudio del hombre y la sociedad.
Aparecieron en el escenario público cuando Grecia se disponía a hacer
política de gran potencia. Necesitaban expertos en la materia. Los sofistas se
ofrecieron a formarlos. Se comprometieron a enseñar la areté,
la virtud.
Virtud, para los sofistas, significó el arte de hablar bien, de escribir
correctamente, de presentarse en forma adecuada. En lo intelectual, fundaron la
retórica, técnica y procedimientos para expresarse correctamente, con acento en
la elocuencia. El uso de la palabra, hablada y escrita, era lo que necesitaban
los políticos.
El buen orador, según los sofistas, debía ser capaz de convencer a otros,
independientemente de la verdad o la conveniencia de lo que dijera, amparado
simplemente en la fuerza de la persuasión y la elocuencia para presentarla.
Debían convencer a otros de lo que dijeran y ser capaces, a renglón seguido, de
convencerlos de lo contrario.
Los sofistas implantaron la ideología del relativismo. "Una cosa es
para mí como me parece a mí." "Nada es eternamente valedero; todo
proviene de una convención humana." "Hay una eterna sofística que se
inclina más a lo que parece que a lo que es." (J. Hirschberger).
Los sofistas adquirieron enorme prestigio en la sociedad griega. En su
ejercicio docente evolucionaron. Se transformaron en maestros de seductores de
su sociedad, sensuales del poder, amigos del éxito, duchos en la persuasión.
Nada raro tuvo que a sus escuelas llegaran quienes querían prepararse para hablar
bien, actuar en la vida pública y ejercer el poder.
Tenía que ser dentro de la convulsión de valores que produjeron los sofistas
donde surgiera la ley de oro del valor humano. Se dio cuando Protágoras de Abdera (-481 a
-401), en su tratado Sobre el ser; se levantó y dijo con inocultable claridad:
"El hombre es la medida de las cosas". Posición antropocéntrica que
parece renacer en la actualidad.