La claridad. Por: Paloma Valencia Laserna.
Universidad pública y Estado
Mayo 22 de 2010

Las universidades públicas en el mundo son centros de potente pensamiento, donde los jóvenes sin importar su capacidad económica son seleccionados por sus méritos y posibilidades académicas. Se funda con ellos uno de los pilares sobre los cuales confiamos la movilidad y el progreso de las sociedades. Por supuesto, en los centros académicos debe haber libertad para que todos los pensamientos se desarrollen y se expresen, pues si algo caracteriza nuestro tiempo es la premisa de que no sabemos si hay verdades y, por lo tanto, todas las tendencias tienen cabida. Pero hay límites.

No todas las ideologías y manifestaciones son aceptables; los fanatismos que incluyen la destrucción de las ideas no afines, la violencia como mecanismo de presión o el terrorismo como herramienta están proscritos. Atentan contra derechos de superior naturaleza como la pluralidad, la paz, la vida, el orden público y el derecho de los alumnos de terminar sus estudios en el tiempo mínimo requerido. Aún así, en Colombia ideologías de este tipo se han apoderado de los centros educativos públicos y cobijadas bajo las consignas de la libertad han abusado y arrasado con esos derechos.

El dominio de la ideología de izquierda en claustros académicos públicos ha sido mal interpretado y excedido por sectores fanáticos de esa línea; que con excesos a veces violentos intentan implantarla como hegemónica y total. ¿Dónde queda el espacio para ideologías que creen en interpretaciones distintas del mundo?

La manifestación de 60 personas con apariencia de guerrilleros del ELN, armados dentro de la Universidad Nacional es una nueva muestra de lo que está sucediendo. Y no olvidemos la gasolina que se roció sobre agentes de la Fuerza Pública que fueron incinerados, protestas violentas que alteran el orden público y la paz de estudiantes y vecinos; paros que dilatan los grados de universitarios consagrados que ansiosos aspiran llegar al mercado laboral, muchos de ellos con créditos que crecen en esas esperas injustificadas. Todo ello no corresponde a lo deseado y no aporta el crecimiento intelectual de los estudiantes, de la universidad ni de la Nación.

Tiene
que terminar la inclinación de tolerar lo que no es justificable. Hay una serie de concesiones que han dado lugar a que agentes subversivos armados sientan la tranquilidad de poder entrar a las universidades y con la libertad de amedrentar a la comunidad. Entre ellas esa rarísima costumbre de permitir que estudiantes que han perdido muchos semestres permanezcan en las universidades malgastando recursos que podrían ser asignados a otros jóvenes que aprovecharían la oportunidad. Ese otro hábito según el cual las fuerzas del orden nacional no pueden entrar a las universidades públicas, ese sentimiento de que el Estado es enemigo tiene que superarse. El Estado y la universidad pública tienen que acercarse, pues son un solo ente, vinculados por un destino común.


El Estado colombiano tiene que avanzar sobre la senda de la legitimidad. Mientras éste siga siendo percibido como un ente externo al que unos temen, los otros usan para sus propósitos extractivos, aquellos otros esperan de él lo que nunca llega y otros pretenden destruir, estamos condenados a fracasar. La sociedad civil debe llegar a un grado de empatía y vínculo con el Estado de manera que realmente podamos percibirlo como la fusión de nuestra Nación. Todos somos el Estado.