Hace una semana un policía fue asesinado.
Autoridades hablan de una supuesta infiltración de las Farc.
Directivos insisten en que la violencia la generan grupos externos.
La explosión se escucha a las 6:30 p.m. Es martes 3 de septiembre del 2012 y
en la plazoleta Banderas de la Universidad del Valle hay unos cien estudiantes
que interrumpen sus conversaciones por el estruendo. Una papa bomba. Que
estalle un explosivo no es novedad en la institución, donde cada tanto es el
anuncio de una protesta. Que suceda cuatro días después del asesinato de un policía en un disturbio; inquieta.
Un hombre que ya ha cursado dos carreras en la Univalle
dice que la explosión casi siempre es un aviso: “En los próximos minutos
podrían llegar encapuchados a repartir volantes, dar un discurso, pedir apoyo
para otra manifestación. Esperemos, esperemos”.
Hay una hipótesis: las guerrillas y las bandas que delinquen en la ciudad
estarían utilizando el campus para ejecutar acciones
violentas.
Esa es la explicación de directivos, profesores y estudiantes a los
disturbios del pasado viernes 31 de agosto, cuando se evidenció la presencia de
armas de fuego dentro de la Univalle: el
subintendente José Libardo Martínez, miembro
del Esmad (Escuadrón Móvil
Antidisturbios), fue asesinado por un encapuchado que le disparó con un
revólver 9 milímetros.
El rector de la institución, Iván Ramos, aclaró que en la reciente
manifestación no participaron estudiantes, que ellos nunca protestan un
viernes, tampoco disparan. “La Universidad no es victimaria, es una víctima y
en esa medida la comunidad tiene que rodearla como centro de pensamiento”.
La hipótesis sería probable. Ingresar a la Universidad del Valle es tan
fácil como entrar a un supermercado, un almacén, un restaurante. No se piden
documentos de identidad, no se requisan maletines ni vehículos, no hay un
detector de metales. Entonces cualquier guerrillero o sicario podría entrar,
taparse la cara, disparar, guardar el arma, salir por la puerta principal.
¿Cómo vigilar un campo de un millón de metros cuadrados? ¿Cómo controlar el
ingreso diario de 25.000 personas?
La Universidad tiene 120 vigilantes propios y 50 celadores privados que se
distribuyen en varios turnos: nunca hay más de 40 en una jornada. Eso quiere
decir que a cada hombre le corresponde custodiar unos 25.000 metros cuadrados,
lo que miden tres manzanas de un barrio de la ciudad.
La instalación de un sistema eficiente de seguridad costaría unos $900
millones, pero el mayor obstáculo no es el dinero: Univalle
insiste en que el libre acceso es parte de la esencia de una universidad
pública. Ese argumento también ha impedido el ingreso de la Policía.
Sólo el viernes pasado, luego de muchos años, el Consejo Directivo de la
Universidad aprobó un registro voluntario en las instalaciones. La institución
parece un territorio vedado para la Fuerza Pública, aunque el rector Ramos
asegura que no es así y que siempre habrá una disposición de la entidad para
esclarecer los hechos violentos.
El profesor advierte que por hablar de más puede recibir una amenaza; cuelga
el teléfono. El estudiante explica que -por su seguridad- lo mejor es callar.
Durante tres días quince personas que fueron consultadas confesaron que la
presencia de grupos armados en la Universidad es real, preocupante. Todos
pidieron la reserva de su nombre. En la Univalle por
estos días nadie se compromete con una declaración ni una denuncia.
Que en la institución, como en la mayoría de universidades públicas, haya
afinidad con el pensamiento de izquierda, es evidente. Incluso se lee en las
paredes.
Pero la intención de las Farc estaría
trascendiendo los grafitis. Un informe de la Sijín, por ejemplo, señala que el Comando Conjunto de
Occidente tomó a Cali como el eje de su Plan Renacer Revolucionario de Masas y
la Univalle estaría en sus planes. Algunos policías
que atienden los disturbios afirman que la guerrilla tendría seis grupos de
simpatizantes conformados por diez integrantes; cada uno de estos tendría un
líder cuya labor es establecer contactos en el campus.
Algunos autores de las protestas -según las autoridades- ya han sido
identificados: Comando Estudiantil Bolivariano, Movimiento Juvenil Bolivariano,
Juventudes M-19, Únete por el Socialismo. No son los únicos. Estudiantes de
colegios, como Santa Librada y Antonio José Camacho, también participarían en
los disturbios.
Aunque la Policía investiga la posibilidad de que las bandas criminales
estén detrás de las protestas, hasta el momento sólo se ha comprobado su
autoría en algunas amenazas a los miembros de la institución. Liliana Guzmán,
del sindicato de empleados de la Universidad del Valle (Sintraunicol),
dice que este año recibieron dos intimidaciones de las ‘Águilas Negras’.
Además de la protesta política, algunas fuentes de la Universidad sostienen
que las manifestaciones tienen otro objetivo: hacer daño. Los protagonistas de
los disturbios están utilizando explosivos cada vez más letales. Miembros del Esmad afirman que los encapuchados les han lanzado ‘minitatucos’, que pueden levantar hasta una banqueta
blindada.
Un docente retirado de la Univalle habla de una
doble agenda. Explica que los grupos armados estarían utilizando el ambiente de
protesta que se genera en la Universidad para cumplir sus propósitos. Dice que
detrás de los actos violentos del viernes podría estar la intención de la
guerrilla de generar un hecho de impacto, luego del inicio de los diálogos de
paz con el Gobierno.
Pero la Universidad y la Policía coinciden en que estas personas no
corresponden ni siquiera al 1% del total de los alumnos. Darío Henao,
representante de los decanos ante el Consejo Directivo, dice que la institución
no es ajena al conflicto armado que vive el país y Cali, “pero eso no implica
que los estudiantes participen en los hechos violentos”.
Para Luis Fernando Potosí, representante
estudiantil al Consejo Directivo de la Universidad del Valle, la institución ha
demostrado con muchas acciones su rechazo frente al uso de las armas. “Lo del
viernes fue un evento aislado y nada tiene que ver con los alumnos”.
A sólo unos 20 pasos de la Plazoleta Banderas de la Universidad del Valle
hay unos quince hombres reunidos en medio de los árboles. Juegan dominó, toman
cerveza, cuentan fajos de billetes. Algunos hasta toman una siesta en hamacas.
Desde allí venden marihuana, perico, pepas.
El lugar luce como un cambuche improvisado con
mesas y sillas Rimax; funciona a la vista de todos,
como una venta de chucherías, dulces, minutos. Y como
este, hay otros dos grandes expendios: en Guaduales y el Lago. Estudiantes,
profesores, directivos, lo saben.
Informaciones de inteligencia sostienen que detrás de este negocio ilegal
estarían bandas delincuenciales de Cali y algunos ‘jíbaros’ que mantienen un estátus de estudiante. Entre esos estaría -según las
investigaciones de la Policía- alias Richard, quien desde hace diez años sólo
matricula una materia en la Universidad.
Aunque muchos expendedores entran su mercancía en maletines, la cantidad de
droga que se vende en la Univalle es tan alta que las
bandas ingresan vehículos cargados por las puertas principales, todos los días,
para hacer los recorridos de distribución. Las investigaciones han detectado 30
carros utilizados para este fin.
Un empleado, incluso, afirma que algunos trabajadores no llegan antes de las
ocho de la mañana por temor a encontrarse con los dueños del negocio.
¿Por qué el trafico de drogas funciona a la vista
de todos? En la institución hay quienes comentan que este es un tema intocable.
De hecho, se habla de amenazas de los carteles a los directivos. La situación
es tan riesgosa que en los últimos tres años diez vigilantes tuvieron que ser
trasladados a otras sedes por las intimidaciones que recibieron luego de
enfrentar a los expendedores.
Algunos docentes defienden al centro educativo y afirman que la Universidad
ha denunciado a unas quince personas por la venta de
estupefacientes, pero las investigaciones están archivadas.
El poder de los ‘jíbaros’ también estaría en su independencia. Fuentes de la
Univalle sostienen que las Farc
les han pedido ‘vacunas’ por las ventas, pero ellos sólo aceptaron contribuir
con pequeñas cuotas para financiar las protestas. Sin embargo, la guerrilla de
todas formas obtiene su parte: casi toda la droga que llega a la institución
proviene del Cauca, donde el Frente Sexto recibe por el cultivo, la producción
y la comercialización.
El martes 3 de septiembre, luego de la explosión de la papa bomba, en la
Universidad del Valle no salieron encapuchados ni hubo anuncios. Hasta el
momento, los autores de las protestas del 31 de agosto mantienen la tensión,
pero no se pronuncian. Entonces el silencio no sólo lo comparten directivos,
profesores, alumnos. Por estos días quienes están detrás de la violencia en la Univalle también callan.