Tragedia En Blanco Y Negro

Alguna vez, hace ya varios años, la revista The Economist publicó un interesante contraste entre el nivel de vida de dos personas reales. El primero era un respetado y honorable médico; el segundo era un hombre sin educación, anónimo y gris, quien andaba errante entre empleos de bajo nivel.

Uno de ellos vivía bien, no le faltaba nada, tenía automóvil y varios electrodomésticos. El otro, en cambio, tenía incluso dificultades para satisfacer necesidades básicas como el agua potable. Se sorprenderán los lectores –y la sorpresa es justa– al saber que quien vivía pobremente era el médico.

¿Cómo puede explicarse esta paradoja? Muy simple: el trabajador de bajo nivel vivía en Estados Unidos, mientras que el médico residía en algún país africano, tal vez Nigeria o el Congo. Fascinante: el desarrollo económico puede causar que un mismo hecho o una misma circunstancia tengan, en contextos diferentes, efectos radicalmente distintos. Ejemplo: un terremoto causa, en Haití, una devastación miles de veces más terrible que la que otro, de mayor fuerza geológica, ocasiona apenas unas semanas después en Chile.

Veamos la paradoja en sus detalles. A las 4:53 de la tarde del pasado 12 de enero, un sismo de magnitud 7.0 en la escala de Richter, ocurrido a una profundidad de 13 kilómetros, sacudió a la capital de Haití y a muchas zonas circundantes. La única manera de sintetizar correctamente el efecto de este terremoto fue decir que el país, en su integridad, en tanto sociedad, en tanto Estado, y en tanto comunidad, fue destruido casi por completo. Muy pocas edificaciones habían quedado en pie; el propio palacio presidencial yacía derrumbado, y el presidente René Preval vagaba por ahí como un damnificado más.

Bien claro estaba que los muertos se contarían en centenares de miles; muchos eran también los heridos, e innumerables eran quienes querían huir del país, al punto de que, de acuerdo con versiones múltiples, había familias que suplicaban a los extranjeros que se llevaran a sus niños, aunque no supieran a dónde ni al cuidado de quién. Los muertos, en efecto, son ya más de 200.000, y se calcula que los heridos superan los 300.000.

Al contemplar este panorama el mundo tuvo rápidamente una aterradora certeza: Haití no tenía modo alguno de responder ante la emergencia. Su gobierno, normalmente famoso por corrupto y por ineficiente, estaba además reducido a escombros. Casi no había comunicaciones, ni energía ni agua potable. La isla no tenía un cuerpo profesional de bomberos, ni de expertos en rescate. Los escasos médicos que no habían emigrado poco podrían hacer en los viejos y mal equipados hospitales, ahora reducidos a escombros. La ayuda internacional era la única esperanza.

Mayor poder Tomado en una dimensión aislada, el sismo que ocurriría en Chile casi dos meses después era mucho más grave, más potente, y su poder de destrucción era objetivamente mayor.

Para empezar ocurrió a las 3:30 de la madrugada, cuando casi todo el mundo duerme en sus hogares: es decir, casi todas las personas se hallan dentro de una edificación, lo cual multiplica el riesgo de muertes y heridas por el colapso de estructuras; además el sueño nocturno reduce la capacidad de reaccionar.

Pero lo más impresionante fue la magnitud de este temblor: 8.8 en la escala de Richter, uno de los más fuertes que se hayan registrado jamás, capaz incluso de mover el eje de la tierra. Y cabe aclarar que la escala Richter es logarítmica, por tanto la diferencia de magnitud entre el sismo de Haití (7.0) y el de Chile (8.8), pequeña en apariencia, esconde una disparidad enorme de magnitud (casi 500 veces mayor). Fue seguido por muchas réplicas, algunas de las cuales habrían constituido por sí solas un fuerte sismo.

Tanto el terremoto principal como sus réplicas, afectaron áreas muy pobladas, como las ciudades de Concepción y Santiago. Y aun así, aunque dejó una dolorosa cifra de muertos, y un registro muy significativo de pérdidas materiales, el terremoto de Chile estuvo muy lejos de producir la devastación total y radical que produjo el de Haití. Valga la salvedad: la respuesta de Chile al desastre no ha sido perfecta; faltó previsión en cuanto al mortal ‘tsunami’, ha habido problemas en el despliegue de ciertos mecanismos de ayuda, y en particular ha asombrado la oleada de saqueos. Pero aun así la comparación de los dos casos es válida, y nos remite de nuevo al desarrollo económico.

Basta enumerar las diferencias, y el lector sacará sus conclusiones.

En el 2008, el producto interno bruto (PIB) de Haití fue de 7.000 millones de dólares. El de Chile fue de 170.000 millones. Por habitante, Chile tuvo un producto de 10.100 dólares: el de Haití tan sólo llegó a los 790 dólares.

Cuando el producto por habitante se mide según el método PPP –el cual permite calcular el valor de una moneda a partir de su poder adquisitivo para hacer comparaciones internacionales– el contraste aumenta: el producto por habitante PPP de Chile es de 14.500 dólares al año, mientras que el de Haití es de tan solo 1.300.

En Chile, la expectativa de vida al nacer es de 78 años: en Haití es de 61.

Haití tiene una tasa de mortalidad infantil de 60 muertes por cada mil nacimientos. En Chile es de sólo 8. Mientras que en Chile casi el 100 por ciento de los partos es atendido por personal calificado, en Haití la cifra llega solo al 26 por ciento. El 93 por ciento de los chilenos disfruta de agua potable: no más del 56 por ciento de los haitianos pueden decir lo mismo. En cuanto a prevalencia de VIH, es decir, el porcentaje de personas entre los 15 y los 49 años que portan el virus, Haití ocupa el lugar número 22 en el mundo, y lejos está Chile, en el puesto 85.

De hecho, la mortalidad en Chile y en Haití muestra respectivamente los perfiles del desarrollo y de la pobreza: mientras que en Chile las mayores causas de muerte son las enfermedades cardíacas y el cáncer, en Haití son las enfermedades transmisibles las que más vidas cobran. El analfabetismo en Chile prácticamente no existe: en Haití lo sufre la mitad de la población.

Paradoja dolorosa: el pobre, el que más necesita desarrollo, más obstáculos le pone. En Haití toma casi 200 días iniciar una nueva empresa, cosa que en Chile puede hacerse en 27 días. En la isla caribeña el sistema financiero es precario, y no hay mercado de valores. Por el contrario, el mercado de valores chileno brilla a nivel mundial.

Por habitante, Chile consume 3.000 kilovatios hora de electricidad: Haití, no más de 37. De cada 100 haitianos, 33 tienen servicio de teléfono celular: en Chile la cifra llega a 88. En Chile hay 877.000 nodos o hosts de internet, mucho más que los 9 que había en Haití.

La realidad política distancia también a Chile y a Haití, y de qué manera.

La isla caribeña ha vivido entre la dictadura y la corrupción. Chile, luego de abandonar la dictadura militar, ha mantenido un régimen democrático estable, serio y eficaz. Tan serio, que el índice de Percepciones sobre la Corrupción lo muestra como el país menos corrupto de Latinoamérica, en el puesto 25; Haití, en el lugar 168, no tiene quien lo supere en el continente.

Así, podemos entender por qué un sismo reduce a la ruina y a la parálisis total a un país, mientras que a otro, si bien le ocasiona una colosal emergencia, y le da razón para llorar y sufrir, no le significará la destrucción total, y por el contrario esa nación podrá seguir andando su acertado camino.

Fuentes utilizadas: FMI, Banco Mundial, OMS, OPS, CIA (World Factbook), Transparencia Internacional.