¿Qué hace una brasilera de 26 años en
Buenaventura con un grupo de parteras? Un don transmitido. Conozca más sobre un
oficio reconocido por la Organización Mundial de la Salud, debido a su
importancia en áreas rurales.
Para Maíra, una brasilera de 25 años, su vocación
comenzó con un sueño. Un sueño en el que cada noche veía bebés llorando y
mujeres de vientre prominente dando a luz. Con los días, la visión se volvió
recurrente. Era uno de esos sueños en los que nada parece tener sentido, pero
que con el tiempo empiezan a definirnos.
Comenzó a buscar la razón y asistió a terapias para embarazadas. Renunció a
su trabajo como sicóloga y un día conoció a Suely,
una mujer de 60 años que ha atendido más de 5300 partos. Tiempo después, Maíra descubriría que su misión en la vida es ser partera.
Para Liceth, en Buenaventura, en otro
costado del continente, las cosas comenzaron diferente. Es hija de Rosmilda, una de las parteras más reconocidas del Puerto.
Rosmilda dice que uno de los mayores sustos de su
vida lo pasó aquel día en que a Liceth, a sus trece
años, le dio por irse a atender un parto cuando ella no estaba. La encontró en
el hospital, con la parturienta en una camilla, porque la placenta no le salió.
“No te preocupes mamá, el niño nació bien”, le dijo. Así fue como la muchacha
descubrió que ella también había nacido para ser partera.
El Segundo Encuentro Internacional de Parteras, en Buenaventura, se
desarrolló entre el miércoles y el viernes de esta semana y asistieron no menos
de 200 personas. Comenzó con una misa. Pero no una eucaristía cualquiera: los
cantos a Dios – incluso el Padre Nuestro - se acompañaron de marimbas, tambores
y cantaoras típicas del Pacífico.
La Primera Lectura, del Deuteronomio, fue acerca del poder de las parteras,
de cómo tienen la vida en sus manos, de lo trascendental que es su papel en el
mundo. En la homilía el sacerdote trató el mismo tema. “Muchas son mujeres que
no saben leer, pero saben interpretar realidades”, dice.
¿Con qué fin una brasilera viene a parar a un encuentro de parteras
en Buenaventura? Podría decirse que todas las parteras del mundo hablan un
mismo lenguaje. Ella vino con un firme propósito: aprender más sobre partería.
Y Buenaventura es el sitio indicado: según estadísticas del Dane, es el municipio del Valle donde más nacimientos están
a cargo de parteras. Al menos cien partos al año son atendidos por ellas en el
Puerto. Bernabé Mosquera, secretario de Desarrollo Económico de ese municipio,
por ejemplo, admite con orgullo que nació en la zona rural de Anchicayá, de manos de una partera a la que aún llama
‘mamá’.
“No sé qué haríamos sin las parteras”, admite el secretario de Salud local, Jimmy Perea. Dice que por la carencia de centros de salud
en la zona rural del Pacífico, las parteras son personal indispensable y
gracias al cual se reduce la mortalidad materna. En Buenaventura hay 254
parteras actualmente.
Por eso Maíra llegó a Buenaventura, esperando
aprender nuevas técnicas y formas de traer niños al mundo. Porque, aunque aún
no ha atendido su primer parto, solo sueña con ello. Sin embargo, la joven de
cabello hasta la cintura y ojos miel, descubrió que para saber cómo traer vida
al mundo, primero debe conocerse a ella misma.
“Yo siento que es como un don”, explica. Debe serlo, porque en su caso,
nadie de su familia se ha dedicado a ese oficio. Su mamá, incluso, cuando supo
que quería dedicarse a ello, le ofreció pagarle una carrera de medicina
obstétrica. Pero la joven se negó. “Esto es algo que va más allá”.
Suely, su maestra, fue
quien le recomendó ir a Buenaventura. Vio el don en ella y dice que casos como
ese se dan porque han sido parteras en vidas pasadas. Cuenta que en Brasil,
donde tiene su propia escuela, tiene alumnas de Argentina, de Chile y hasta de
Alemania.
Suely es una mujer de esas que nunca se olvidan.
Para explicarlo un poco, es una dama que por 18 años se dejó crecer el cabello
y hace unas semanas, en un viaje al Himalaya, se lo
cortó estando en las montañas. Su tradición familiar es de parteras. Una de sus
hijas también lo es. Y una de sus nietas ya está aprendiendo.
A sus 61 años, además de enseñar a jóvenes cómo traer pequeños al mundo (en
su escuela se capacitan quince jóvenes anualmente), Suely
se dedica a dignificar la labor de las parteras.
Ella trabaja para que no discriminen su oficio. Cuenta casos como el de San Luis Potosí en México, en donde, según ella, la Ley les
permite a las parteras atender solo a las mujeres a las que los médicos no les
pongan un brazalete de color rojo. Sin embargo, dice, todas las pacientes
terminan con el listón en el brazo.
Es que para ella, al igual que para las demás mujeres parteras, esta labor
es mucho más que un procedimiento médico. “Nuestro trabajo se trata de unir
familias, de hacer que el proceso de parir sea un acto placentero y hermoso. No
es una enfermedad y por eso no necesita ni de un médico ni de una clínica”.
Aunque ser partera, según ellas explican, es un don, también es parte de una
decisión personal. Es el caso de Liceth, quien tras
atender su primer parto, siguió ejerciendo eventualmente hasta los 17 años.
Pese a que su madre es una matrona en el tema, ni su hermana ni su hermano se
dedicaron a esa labor.
Rosmilda, su mamá,
recuerda el esfuerzo que hizo para mandarla a Bogotá a estudiar enfermería. “Al
cuarto semestre no hubo más plata. Ella me dijo, tranquila mamá, que igual yo
quiero es ser partera”. Liceth dice que siempre lo
supo y que la enfermería fue “cosa obligada”.
Ahora, a sus 23 años, Liceth ya ha recibido más de
cien pequeños. Dice que cuando llegó a cien, dejó de contar. Sin embargo,
recuerda bien que su primer hijo fue recibido por manos de su madre. Fue un
parto vertical (de pie), pues las parteras no son muy amantes de dar a luz
acostadas. “Es más complicado y duele mucho más”.
Como Suely, Rosmilda es
una mujer mayor y de amplia experiencia. Es la líder de Asoparupa
(Asociación de Parteras Unidas del Pacífico). Recuerda que una vez atendió diez
partos en una noche. Nunca en 40 años de su oficio se le ha muerto una
paciente.
Explica que la labor de ellas es preservar lo natural. “Nosotras,
por ejemplo, hacemos que sea el papá quien corte el cordón umbilical”. Comenta
que eso es como crear un vínculo, algo simbólico, pero que “el día que el papá
lo vaya a echar de la casa, se va a acordar que fue él mismo quien le cortó el
cordón”.
Ahora Maíra, Liceth, Rosmilda y Suely trabajan juntas
y aprenden unas de las otras. Y creen firmemente en que su oficio nunca se va a
acabar, porque aunque cada vez son menos las mujeres que se dedican a esa
labor, hay quienes han sido destinadas para ella. Y como lo dijo el sacerdote:
“acá en esta vida estamos todos dentro del mismo vientre: el de la madre
tierra”.