Por: EDITORIAL |
El movimiento de los estudiantes, que ganó tantos adeptos con su audaz manera de oponerse a la idea gubernamental de reformar la educación superior, se desdibuja en las redes de la política.
El miércoles pasado, los habitantes de varias ciudades del país fueron
testigos de una serie de marchas convocadas por el sindicato de maestros, Fecode, y los estudiantes agrupados en torno a la Mesa
Amplia Nacional Estudiantil (Mane), el movimiento que surgió para rechazar el
proyecto de ley que buscaba reformar la educación superior en Colombia y que
naufragó el año pasado. En contraste con ocasiones anteriores, en esta, la
convocatoria atrajo a menos participantes, algunos de los cuales protagonizaron
actos vandálicos en Bogotá y otras capitales.
El ambiente de las manifestaciones fue muy diferente en comparación con las
del 2011. En lugar de estrategias ingeniosas para dar a conocer los puntos de
quienes promueven un cambio en la enseñanza universitaria, como la 'besatón' y la 'abrazatón', ahora
volvieron a sonar las papas bomba y las consignas de protesta contra el
neoliberalismo o el tratado de libre comercio con Estados Unidos.
A la luz de esas expresiones, resulta lamentable que el movimiento estudiantil,
que en un comienzo tenía un propósito renovador y moderno, haya caído en la
trampa de la política tradicional. En lugar de convocar a sus simpatizantes con
propuestas incluyentes, cada vez son más notorios los elementos polarizantes,
alentados por líderes de la izquierda tradicional que quiere quedarse con este
sector de la juventud.
Dicho tinte partidista puede llevar al fracaso la propuesta que con varios
meses de retraso la propia Mane presentará el próximo 12 de octubre, con el fin
de que el Congreso la discuta. El borrador de la exposición de motivos de la
iniciativa, que ya se encuentra en Internet, no permite tener optimismo sobre
el alcance de propuestas que plantean una visión del Estado que trasciende la
meramente educativa, se alejan de las realidades del sector y buscan establecer
un sistema exclusivamente público.
Si estas impresiones se comprueban, sería deplorable perder la oportunidad
de impulsar las reformas que son necesarias, no solo para que aumente la
cobertura universitaria en el país -que hoy en día es cercana al 40 por
ciento-, sino para que los índices de calidad mejoren. Tal esfuerzo requiere
recursos del presupuesto nacional, pero también argumentos que demuestren que
cada peso adicional que reciban las universidades va a redundar en un número
más alto de profesionales que tengan las capacidades y el conocimiento
necesarios para desempeñarse en un mundo en el que la competencia cada vez es
mayor.
No menos importante es asegurar que existirán los mecanismos para que los
jóvenes pertenecientes a los sectores de menores ingresos tengan las mismas
oportunidades de completar una carrera que los de estratos más altos. Un avance
en ese campo es fundamental para hacer de Colombia un país más igualitario y
romper aquello que los especialistas conocen como la trampa de la pobreza.
Al tiempo que eso ocurre, debería incrementarse el interés de la ciudadanía
en los asuntos de la educación, la única llave que existe en cualquier país
para construir sociedades más prósperas y equitativas. La razón es que llegar a
la meta de tener más y mejores universitarios pasa no solo por crear cupos
adicionales, sino por asegurarse de que la enseñanza en todos los niveles -es
decir, preescolar, primaria, secundaria, media y superior- cumpla con
estándares altos.
En tal sentido, hay que reiterar que, más allá del debate sobre la
cobertura, es necesario examinar en forma descarnada las falencias del sistema
actual. Los resultados de las pruebas Pisa, que administra la Ocde y se aplican entre los adolescentes de unas 70
naciones, sitúan a Colombia en los últimos lugares de la muestra en categorías
como comprensión de lectura y matemáticas. De allí que la preocupación por la
calidad deba ser una constante, sin desconocer los esfuerzos hechos.
Al respecto, vale la pena destacar algunos avances. Un estudio de Alejandro Ome, un economista colombiano que realiza un doctorado en
la Universidad de Chicago, demuestra que, tras la adopción del Estatuto de
Profesionalización Docente, que rompió con el esquema tradicional que defiende Fecode, hay una mejora de los resultados de las pruebas que
presentan los alumnos de noveno grado. Ese cambio, al cual se le debe agregar
el ambicioso programa Todos a Aprender, que impulsa el Ministerio de Educación,
con presencia en 780 municipios, permite tener cierto grado de optimismo sobre
el futuro.
Por eso, es lamentable que el sindicato de maestros siga en su objetivo de
defender las mismas prebendas que relegan el bienestar de los estudiantes a un
segundo lugar. Solo así se puede entender la actitud de rechazo pleno a la
directiva que les exige cumplir la jornada laboral, como si esa no fuera la
obligación de cualquier empleado.
Y es todavía más deplorable que la Mane se haya dejado arrastrar a esta
controversia, ajena a su causa, ya sea por ingenuidad o ambición de sus
líderes. En cualquier caso, la esperanza de tener un interlocutor válido para
hablar de educación está en riesgo de perderse por cuenta de un movimiento que
empezó bien, pero que, con el paso del tiempo, comienza a comportarse como
aquellos estudiantes que solo se quejan porque no pueden entender en qué
consistía la tarea.