¿Solución regresiva?

Al amparo de la Emergencia Social decretada el 23 de diciembre pasado, para subsanar los problemas que llevaron al desfinanciamiento de la salud, el Gobierno expidió 16 decretos con fuerza de ley que el país apenas empieza a asimilar. Entre los propósitos de la Emergencia estaban buscar los recursos para cubrir los pasivos que por ese concepto tienen los entes territoriales con las EPS del régimen subsidiado (que afilian a los más pobres) y los hospitales, y explorar mecanismos para que el Fondo de Solidaridad y Garantía (Fosyga) salde sus deudas con las aseguradoras del contributivo.

El viernes pasado se conoció oficialmente que mediante el aumento de los impuestos a la cerveza, a los cigarrillos, a los juegos de suerte y azar y a los vinos, aperitivos y similares se recaudarán algo más de un billón de pesos, para los años 2010 y 2011. Estos dineros se sumarán a los 1,2 billones de pesos que acabaron represados en los entes territoriales por diferentes causas.

Al respecto, hay que decir que toda acción dirigida a buscar soluciones estructurales para el sector salud es bienvenida. Asimismo, la ampliación de la cobertura del SOAT para gastos médicos y la agilización de sus trámites es una buena medida.

Sin embargo, no deja de llamar la atención que los mismos déficits de los departamentos que hoy el Gobierno intenta cubrir tengan su origen en la Ley 715 del 2001 (y su reforma del 2007), que impidió que los entes territoriales pudieran recibir unos 12 billones de pesos para la salud, entre el 2002 y el 2010. Tampoco escapa a los analistas el hecho de que para liberar los recursos represados, agilizar los pagos y controlar la corrupción -otros puntos importantes contenidos en los decretos recién expedidos- no era necesario declarar la Emergencia Social, que tampoco tocó las platas del Fosyga.

Según el Centro de Investigaciones para el Desarrollo de la Universidad Nacional, este Fondo, que maneja casi todos los recursos de la salud, se ha convertido en la cuenta más importante del Gobierno en el sistema financiero para cubrir sus huecos fiscales, a través de títulos de tesorería (TES). Para el ciudadano de a pie, por lo general poco interesado en filigranas financieras, esta clase de medidas se justifican siempre y cuando garanticen el correcto funcionamiento del sistema de salud, que, para su caso, se traduce en servicios oportunos, suficientes y de calidad.

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Pero eso no está del todo reflejado en otros decretos de la Emergencia, específicamente aquellos orientados a generar ahorros, mediante la modificación de núcleos sustanciales del actual sistema de salud que incluso tocan los derechos de los afiliados. Se cae de su peso que los limitados presupuestos no pueden destinarse a cubrir tratamientos suntuarios, cosméticos, experimentales e incluso caprichosos de algunos ciudadanos, que han accedido a ellos vía tutela y amparados por un sistema judicial manilargo y poco ilustrado en el tema. El freno a esta práctica abusiva es necesario. Lo que no puede aceptarse es que buscando eso la Emergencia haya decretado la casi total eliminación de recursos del sistema para cubrir los servicios no POS.

En adelante, la gente pagaría por ellos, previo estudio de cada caso, con sus ingresos, su patrimonio y hasta con sus ahorros pensionales. En ese escenario, que a cualquier ciudadano le puede tocar, enfrentar una enfermedad crónica o degenerativa será catastrófico. Como si fuera poco, la Emergencia limitó aún más los alcances del POS. Uno de sus decretos modifica la Ley 100 y lo redefine como un listado esencial de servicios que prioriza "la atención de baja complejidad, la medicina y odontología general". Es decir, que en materia de servicios nivela por lo bajo, yendo en contra del precepto de que la salud es un derecho progresivo.

La norma sólo admite la atención especializada cuando se cuente con evidencia científica y no afecte los costos del sistema de salud. En otras palabras, acceder a servicios de alta complejidad será un auténtico lujo para todos los colombianos. Y aunque la misma norma promete que habrá servicios integrales y suficientes para la gente, no aclara cómo ni cuándo.

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Lo que puede verse, hasta ahora, es que la Emergencia Social acabó convertida en una especie de reforma del sistema de salud, que se saltó toda instancia. Lo que es peor, señala la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Antioquia, es que sus decretos no afrontan los asuntos cruciales requeridos por la sentencia T-760 de la Corte Constitucional -fallo que busca unificar planes, garantizar el derecho a la salud de los ciudadanos y ponerle orden al sistema-.

De hecho, se advierte una tendencia a eludir el cumplimiento de los principios constitucionales, concentrando la atención en el pago de las deudas contraídas con las EPS, valiéndose de la Emergencia. El debate ya empezó entre el Gobierno, para el cual las medidas eran necesarias para salvar el sistema, y los ciudadanos y algunos gremios del sector salud, que las califican como las más regresivas de los últimos 15 años. La Corte Constitucional tiene ahora la palabra.

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