La sobrenatural amenaza de las drogas sintéticas



Por Jorge Enrique Rojas y Santiago Cruz Hoyos, Unidad de Crónicas y Reportajes de El País

Mientras las autoridades desconocen quién está detrás de aquella mafia, cada día más chicos caen en sus garras. Viaje a la ciudad del ácido.

El cielo de un drogadicto es que una dosis no se acabe; el infierno de los carteles, que los adictos se terminen. La perversión favorita de los traficantes, en su reiterado empeño por alterar el orden para construir su propio paraíso, es impedir una y otra cosa inundando las ciudades con inventos cada vez más difíciles de detectar por las autoridades y efectos peores para sus víctimas. Mientras la condena social recae sobre los alucinógenos más conocidos y la Policía se esfuerza por controlar sus expendios más populares, otro veneno se extiende por las calles de manera insospechada: le dicen droga sintética, es un inhibidor de la tristeza, y en esta ciudad célebre como capital de la alegría, hay chicos muriendo por ella.

Sin bajarse de su bicicleta de tubos oxidados, ‘Jaimito’, viejo jíbaro de la Avenida Pasoancho, cuenta que eso de las pastillas es negocio redondo por estos días. Mientras muestra un alijo de doscientos mil pesos haciendo bulto en el bolsillo de su pantalón, dice que las pastas, además de ser más fáciles de camuflar, dejan ganancias que casi nunca se alcanzan vendiendo cigarros de marihuana o gramos de cocaína. Lo lucrativo del negocio, confesaría más tarde, consiste en una perversión ya tradicional entre los expendedores: ofrecer una cosa para entregar otra.

Aunque de acuerdo con un estudio coordinado por la Comunidad Andina (ver nota anexa), los universitarios colombianos que probaron algún estupefaciente en el último año (13.4% del total de la población estudiantil) son quienes más conocen de este tipo de drogas, en Cali, su desconocimiento, los ha convertido en presas fáciles de la mafia del engaño. ‘Jaimito’, por ejemplo, a veces hace pasar grageas de Rivotril –anticonvulsivo de uso siquiátrico-- por éxtasis y estimulantes pedidos por manos ansiosas que extienden billetes a través de los vidrios de autos que se estacionan todas las noches entre las mismas cuadras donde a la luz del día se venden flores, tortas y osos de peluche. “Lo que quieren es que el viaje dure más, sentir más, evadir más”, dice él, como si lo suyo fuera caridad para enfermos.

Este jueves, bajo los efectos de las dosis que ofrece, ‘Jaimito’, que también es adicto, contaría que además de quitarle el hambre y el cansancio y hacerlo sentir más valiente y más risueño, esa pepa estallando en su cabeza le daba la sensación de que en vez de manejar bicicleta, conducía una lancha; y que los charcos cortados por sus llantas levantaban olas espesas que al caer reproducían el sonido de la lluvia. Sobre ese trozo del sur, sin embargo, iban varios días sin caer agua; en la calle, seca como lija, un falso ácido se consigue hasta en cinco mil, cuando el precio de una pastilla de éxtasis puro gravita entre los veinte y ochenta mil pesos. Los efectos de aquellos tóxicos reventando en cuerpos inconclusos, no es ninguna revelación decirlo, son incalculables.

El médico Jorge Quiñónez, director de la Línea de Toxicología de Cali, dice que el inconveniente más grande para cuantificar el problema está en los mismos costos de la droga. Según él, al ser inaccesible para una gran mayoría, los casos de intoxicación que genera son atendidos en clínicas privadas y fundaciones de rehabilitación donde rara vez son reportados. Aunque los cálculos resultan inútiles, Quiñónez habla de fiestas realizadas en hangares y bodegas a las afueras de la ciudad donde cada noche se pueden disponer pastillas para más de dos mil personas. Si las suposiciones que hace son correctas, en la ciudad habría hasta diez mil consumidores habituales. Parece mucho, pero no: pocos saben que en lo corrido de este año cinco personas muieron como consecuencia de sobredosis y que esa cifra nunca antes se había registrado en Cali. ¿Es ésta, además de todo, la ciudad del ácido?

Guillermo Gaviria, un adicto recuperado de 60 años, jura que el comercio de las drogas sintéticas no es novedad. “En 1967, en pleno CAM, yo ya compraba pepas aquí”. La voz de Guillermo es áspera y gangosa. De tanto en tanto, mientras habla, se frota el pecho como si fuera a escupir algo. Lleva gafas oscuras y una camisa de marca que le hace juego con su pantalón de dril y zapatos de goma. “Aquí donde me ve, yo soy tío de Ximena Restrepo, de la atleta, sí, de la campeona, de esa misma”, dice con una sonrisa pudorosa que antecede la verdadera confesión atorada en su pecho: “Una vez fui empresario automotriz en Bogotá pero me fumé y me metí todo después de haber terminado viviendo en El Cartucho: un taller, dos apartamentos, dos motos, dos carros, 65 millones de pesos, un matrimonio y este par de ojos, porque también me quedé ciego”. Eso de que en la vida hay decisiones erradas que valen un ojo de la cara, por lo visto, no es simple cuento.

Ojos que no ven, corazón que siente

Las drogas sintéticas son también conocidas como “de diseño”, porque su elaboración depende de los efectos buscados. Básicamente hay dos grandes grupos: depresores y estimulantes. En Cali son más comunes los estimulantes y para diferenciar su impacto las pepas son marcadas por las redes que las distribuyen. Los distintivos son, también, su garantía de pureza. Las más perseguidas son las que tienen el sello de una luna, que potencian el placer sexual, las estrelladas, que generan una transitoria pérdida de conciencia y las marcadas con el logo de los Transformers, que de acuerdo con consumidores frecuentes, “dan la fortaleza de un robot”.

Cualquiera creería que se trata de un juego de niños, pero lo cierto es que en la ciudad, convertida en un inmenso centro comercial para los adictos, resulta un misterio la forma en que la droga sintética invade las calles. En los últimos dos años las autoridades apenas han realizado una sola captura por tráfico de esta sustancia y decomisado 155 pastillas encontradas durante el 2009 en una casa del barrio Belalcázar donde fue desmantelado un expendio en el que incluso se alquilaban cuartos para el consumo.

Aunque es sabido por todos que el veneno se consigue justo a las afueras de discotecas y universidades, en las avenidas más céntricas, en las mismas esquinas donde se ofertan jugos y frutas, la única certeza que tienen los investigadores de la Sijín es que detrás del negocio hay pequeñas redes conectadas con grupos de distribución que mueven la mercancía entre Bogotá, Medellín y Popayán. De acuerdo con un detective que hace varios meses le sigue la pista a este fenómeno, “el grueso de las pastas llega desde Europa traídas por particulares que las camuflan como medicamentos, y también a través de empresas de mensajería internacional que ya están siendo investigadas”.

Pero los esfuerzos que hacen las autoridades en medio de esa lucha donde el enemigo es invisible, no son suficientes. Ramón Arroyabe, director del centro de reclusión para menores Valle del Lili, quien a diario ve cómo se reducen las edades de iniciación en el consumo, cuenta que lo más grave del asunto es que además de pepas, hay chicos consumiendo drogas sintéticas todavía más dañinas. Según cuenta, se sabe de casos de menores desvanecidos por haber esnifado Ketamina, un analgésico para caballos con el que algunas chicas también estarían impregnado tampones que se introducen en la vagina para desbocarse en el vicio sin que nadie les ponga freno.

María del Pilar Gómez, operadora terapéutica de Soy Humano, fundación que desde hace un año lucha para rehabilitar adictos, teme que, como consecuencia del inusitado crecimiento de la adicción a los ácidos, pronto pueda haber aquí también adictos de la Metaanfetamina, como ya los hay en Bogotá.

La droga, reconocida en la actualidad como la más peligrosa del mundo, es más barata que la cocaína, pero diez veces más potente. En los últimos diez años, doce millones de estadounidenses la probaron y en todo el mundo se estima que hay 26 millones de adictos. Diseñada en la II Guerra Mundial para que los soldados de uno y otro bando combatieran a pesar del sueño y el hambre, la MET, como es conocida popularmente, se consigue en forma de diminutas rocas cristalinas que, aspiradas o tomadas, en cuestión de segundos convierten a los drogadictos en un ejército de soldados dispuestos a morir en cualquier guerra.

‘Efe’, un nicaragüense de 29 años que tiene la cara de uno de esos modelos que salen en las revistas promocionando colonias y relojes, acaba de empezar en Cali su cuarto tratamiento de rehabilitación. Adicto a la MET por diez años, dice que esa droga es una lenta agonía: “Uno cree que lo hace mejor persona. Yo la metía y pasaba días y noches estudiando y trabajando sin parar en Miami. Allá hay mujeres que la usan para adelgazar, es como un potencializador de tu deseo. Su consumo es imperceptible ante los ojos de la gente, pero te mata, te mata”.

Afuera de la sala donde habla ‘Efe’, sentado en una silla plástica a la entrada de la fundación Soy Humano, Guillermo Gaviria oye parte de la entrevista. Ahora, convertido en un consejero en farmacodependencia, asiente con la cabeza mientras le recuerda a un interno que las garras del vicio aprisionan tan fuerte como para haberlo obligado a vender los medicamentos que hubieran salvado sus ojos después de “esa puta pelea”; y que fueron tan mezquinas como para abandonarlo en El Cartucho; y tan ingratas como para empujarlo a viajes sin regreso; y tan traicioneras, como para hundirlo en el mundo del ácido. Vaya paradoja: sólo ciego fue que pudo ver todo eso.

La sigilosa ruta de las pepas

- ¿Y cómo te identifico?, preguntó el expendedor de drogas por el teléfono.

- Voy con camisa morada, manga larga, recogida hasta los codos, jean.

- Listo. A las 7: 30 p.m. nos vemos en la panadería. Sólo tengo dos pepas de éxtasis. Están escasas. Cuestan $15.000, cada una. Yo estoy con una camiseta estampada con la cara de Uribe. Si no puedo ir, te llega un parcero en bicicleta.

7: 25 p.m. Es una panadería del sur de Cali que tiene nombre de mujer. El movimiento es tranquilo, unos seis clientes caminan por el lugar. No hay bicicletas a la vista ni nadie con una camiseta con la cara del Presidente. Pido un jugo. Espero.

Un par de minutos después aparece la bicicleta entrando en la panadería. El tipo, de arete en la oreja, camiseta sin mangas y brazos tatuados, me mira directo, reconoce la ropa, se acerca.

El repartidor de droga saluda como si fuéramos amigos de toda la vida: ¿qué más parcero? Después se disculpa por llegar tarde y ofrece su ‘merca’. Son dos pastillas de éxtasis, la droga sintética más conocida entre los universitarios colombianos. Una es de un azul pastel; la otra es naranja. Son más pequeñas que un dolex y su consumo, según la doctora Delia Hernández, del Centro de Rehabilitación Fundar del Valle, puede generar infartos, arritmias cardiacas, daños hepáticos, problemas gástricos, daños en el cerebro, depresiones. Incluso, se ha enterado sobre casos de adictos a quienes se les ha transplantado el hígado para salvarlos de la muerte.

El repartidor de droga asegura, como su jefe, que conseguir éxtasis no es fácil por estos días. Pero como si fuera un mesero de restaurante, describe una variada ‘carta’ de drogas: “Tengo PCP, que viene en polvos de colores. (Se utilizó en los años 50 como anestésico. Dejó de usarse por sus efectos secundarios: delirios). También llevo cocaína, marihuana y opio. ¿Qué es lo que no tengo?”. Se ríe orgulloso.

-¿Dónde más puedo conseguir éxtasis? Escuché que en la zona conocida como ' La gruta', frente a Bellas Artes...

Piensa. Dice que sí. Pero asegura que la calidad no es la misma como la de su mercancía. Los repartidores de drogas a domicilio, me lo confirmó un expendedor retirado, son los que aseguran la más alta calidad en los ‘productos’.

Un integrante del laboratorio del CTI, seccional Valle, explicó que las drogas sintéticas llegan generalmente desde Holanda. Algunos de los lotes son molidos y se les agregan sustancias inactivas y no perjudiciales para el cuerpo como azúcares o minerales como talco, “para hacerlas rendir”. De un lote de 100 mil pastillas, se pueden producir 200 mil de esta manera. Sin embargo, pierden su ‘pureza’. Esas son las pepas que por lo general se venden en la calle. Al laboratorio, que se encarga de analizar las drogas incautadas en Valle, Cauca, Nariño y Putumayo, no llegan drogas sintéticas con frecuencia. “El año pasado no me llegó ni una pastilla. Acá lo que entra todos los días es cocaína y marihuana. Y algo de heroína. Las pepas, por ser tan pequeñas, son fáciles de camuflar. Eso dificulta la labor de la Policía”.

Las cifras 52% de los univeristarios no está de acuerdo con la idea de que las drogas sintéticas mejoren el desempeño sexual. 62% no está de acuerdo con la premisa de que las drogas sintéticas sean exclusivas para personas de nivel económico alto 65% no está de acuerdo con el mito de que son menos dañinas para la salud que el alcohol.

Ahora el surtidor de droga se despide, tiene otros encargos.

Conseguir drogas sintéticas en Cali es un asunto sencillo, incluso para un inexperto. Una de las opciones para hacerlo es con los repartidores de droga a domicilio. Para contactarlos se debe tener un conocido que sea cliente de ellos. Hay que mencionarles al cliente para darles confianza. Funciona como santo y seña.

La otra opción es buscarla en la calle y allí la cacería tarda sólo algunos minutos… Avenida Sexta con 23. Un hombre gordo y con trapo rojo al hombro me indica dónde parquear el carro para no obstaculizar el alimentador del MIO que se detiene en ese punto. Le pregunto de entrada por las pepas, ¿dónde puedo conseguir?

El hombre abre los ojos, ve una oportunidad de negocio. Me dice que “la flecha” para eso es ‘El Peludo’, que siempre está en la zona. Pero no se ve hoy. El gordo saca de su bolsillo del jean tarjetas y papeles viejos, arrugados.

- ‘Orillá’ el carro y esperá te busco el número pa que lo llamés.

‘El Peludo’ no aparece y su teléfono tampoco, pero sí otro tipo, afro, que recorre la zona en bicicleta. Me dice que las pepas las consigue, pero a $20.000. “Si es que hay, porque el ‘popper’ y el éxtasis están escasos”, advierte. El hombre se va a su misión. En 5 minutos vuelve a la escena con 3 pepas de éxtasis. Son de color blanco hueso y tienen el logo de Transformers.

Más atrás, en la Avenida Sexta con 14, justo en diagonal al edificio Corkidi, en donde se mató el escritor Andrés Caicedo, sucede lo mismo. Los vigilantes aseguraron que podían conseguir sintéticas. Pero tengo que esperar. “Es que no está ‘El Peludo’”, se disculpan.

El expendedor de droga retirado me aseguró que además de la Avenida Sexta y 'La gruta', también se puede conseguir drogas de diseño en algunos de los bares cercanos a las universidades y en las discotecas y fiestas de música electrónica. Uno de los cuidadores de carros, el gordo del trapo, fue más allá y sentenció: “La droga se puede conseguir en todos los barrios de la ciudad. Sólo hay que darse cuenta quién es la flecha”.

La droga, reflexiona un directivo de una de las universidades de Cali, es como el Sida. El mundo entero está trabajando para encontrar una vacuna, la solución definitiva. Pero hasta ahora no se ha logrado nada. La batalla contra las drogas se está perdiendo. “Pero hay que seguir trabajando, no hay otra salida”, dice con algo de resignación en su voz. Ya detectó que algunos de sus estudiantes se inyectan heroína, “y eso es peor, por lo adictiva”. El hombre pidió la reserva de su identidad y la de la institución, en la que hace un par de años se detectó a un estudiante expendedor de drogas. Vendía, con rotundo éxito, el 'Kit de la felicidad': una ración de marihuana, una menta y un ambientador para disipar el olor. El muchacho, que fue grabado por las cámaras de seguridad, fue expulsado. “En esta universidad hay cámaras hasta debajo de las piedras. Por la seguridad, las drogas y también para prevenir la trata de blancas”, advirtió.

El ‘Estudio epidemiológico sobre consumo de drogas sintéticas en la población universitaria’, elaborado por la Comunidad Andina, arrojó resultados preocupantes. Aunque según el informe, la droga que más consumen los estudiantes sigue siendo la marihuana, las sintéticas están ganando terreno con velocidad.

El éxtasis, según el documento, es la droga de diseño más conocida entre los universitarios. De los 7.803 encuestados, el 70% aseguró conocerla; las anfetaminas fueron reconocidas por un 44%; el Lsd, por un 42%. Más del 25% aseguró tener amigos o compañeros en la universidad que consumen drogas sintéticas. Un 33% considera que conseguirlas es fácil...

Alberto Cuervo, Jefe de Desarrollo Humano de la Autónoma, reconoce que las dos dinámicas del negocio de la droga, expendio y consumo, están presentes en todas las universidades del país. “Aquí se está haciendo un trabajo fuerte en este sentido. Al que esté consumiendo le prestamos apoyo. Al expendedor le aplicamos el peso de la ley”. En la Autónoma, comenta, se le está apostando a la formación de los estudiantes sobre el asunto de las drogas. No a la represión.

Jorge Peláez, Jefe de Protección y Control de esa universidad, comentó que desde que se legalizó la dosis personal, se disparó el consumo. “La marihuana fue el boom, con algunos focos de cocaína y heroína. Después exploraron las sintéticas y la marihuana de sabores. Esas drogas les dan a quienes las consumen un falso estatus: hombría, poder, clase”.

Su departamento trabaja de la mano con la Policía para identificar los distribuidores externos de drogas. “ El problema es el entorno. Hay casetas de ventas de comidas y de licor donde se puede conseguir drogas. Ya tenemos identificados tres de estos lugares y estamos trabajando con la Secretaría de Gobierno porque además de que están cerca de la Universidad, también lo están de la Academia Militar, Incolballet, y el Pio XII”.

En la Javeriana hay un control estricto de las zonas abiertas por parte de guardas para evitar el consumo. “Ese consumo existe, pero no es masivo”, asegura Silvio Rincón, encargado de la seguridad.

El panorama en Icesi es similar. Ana Cristina Marín, Coordinadora de promoción y Desarrollo, comenta que no existe consumo interno o que si se da, es eventual. “Pero eso no quiere decir que no hay un alto nivel de consumo. En el contexto de la rumba sí se sabe que va acompañada de un consumo muy alto que empieza con alcohol y pasa a otras cosas. El problema es que los muchachos lo ven como algo natural. Hay un supermercado cercano que vende licor y eso nos preocupa porque incrementa el consumo. Cada vez hay más oportunidades para ingerir drogas”. Debido a ese panorama, en Icesi se viene implementando campañas de prevención, se organizan fiestas sin licor y eventos culturales y deportivos como forma de establecer mecanismos de protección. Pero a pesar de todo, la guerra se sigue perdiendo. La droga, al igual que el Sida, aún parece un enemigo invencible.

Dato clave

·  Los consumidores toman tanta agua para poder combatir la deshidratación que produce el éxtasis. Sin embargo, se estima que la pepa distorsiona la habilidad del cerebro para saber cuando la persona ha ingerido el líquido suficiente.

·  Los drogadictos padecen una enfermedad que requiere de un tratamiento. En Cali hay varios centros especializados. Para mayor información, consulte:

·  senderos@corporacioncaminos.org, www.programasenderos.com y www.fundacionsoyhumano.org.

En pocas palabras

"No creo que las drogas sintéticas sean cosa exclusiva de los estratos más altos. Los jíbaros las hacen rendir con lo que sea y las están ofreciendo con precios a los que cualquiera puede acceder”.

"Aunque no hay tantos registros de muchachos adictos, lo preocupante es que las edades de iniciación son cada vez menores y, de mil casos atendidos, 700 las han probado”. María F. Ortiz, Coordinadora de Tratamiento en la Fundación Caminos.

"Todos las personas en adicción se pueden sanar, sólo necesitan confianza, seguridad y apoyo profesional para lograrlo”. María del Pilar G. Terapeuta de la Fund. Soy Humano.