“Tenemos una sexualidad muy empobrecida”
Marzo 14 de 2010
El escritor y
filósofo Roberto Palacios comenta las anécdotas y costumbres sexuales de la
América precolombina que hacen parte de su más reciente libro ‘Pecar como Dios
manda’. Reflexiones.
Por Margarita
Vidal
Nació en Bogotá en
1967. Estudió Filosofía en Los Andes y un pos grado en la Nacional. Se
especializó en Filosofía y Lenguaje y en Filosofía y Comportamiento Humano. Su
tema ha sido la etología -rama de la biología y de la sicología
experimental que estudia el comportamiento de los animales. Dice que por eso le
apasiona el tema del comportamiento sexual humano. Su primer libro ‘Sin Pene no
hay Gloria’, tuvo gran éxito editorial. Es un texto divertido y anecdótico
sobre el ‘honorable miembro’, que para escribirlo tuvo que ensayar en su casa
los efectos del Viagra.
Editorial
Planeta acaba de lanzar su segunda obra ‘Pecar como Dios Manda’, un recorrido
por la sexualidad de los colombianos antes de Colón, en el Descubrimiento, la
Conquista y la Colonia. Un impresionante trabajo de documentación, escrito con
humor e ironía. Prepara otro con el sugestivo título de "Colombia, con
Pecado Concebida", que levantará ampolla, pues se ‘ensaña’ de forma
humorística pero contundente con la sexualidad de nuestros próceres,
acartonados en la Historia y completamente desacartonados
en la cama.
¿Por
qué se retiró de la academia después de haber sido profesor por 18 años?
Una
de las cosas tristes que uno descubre en Colombia es que el pensamiento no se
hace en la academia, que está preocupada por lograr acreditarse y no por
producir cambios significativos en la sociedad a través del conocimiento. Yo
tuve que volver a mis orígenes y preguntarme qué era lo que realmente quería y
descubrí que era producir, salvaguardar o, por lo menos, ser partícipe de ese
conocimiento.
-¿La
academia está de espaldas a la realidad?
Es
difícil generalizar, pero la academia se volvió un gran negocio en el que las
universidades creen que la gente se tiene que preparar durante toda su vida, y
eso les significa gran cantidad de dinero. La oferta de las universidades no
busca incentivar y ampliar el conocimiento, sino vender sus cursos. Eso a mí me
produjo gran hastío.
-Usted
es un abanderado de la ‘desacralización’ del filósofo como un ser ‘iluminado’.
Totalmente,
porque pienso que un conocimiento que se cultiva solo para que lo entiendan los
del mismo gremio, es como si la cocina solo la pudieran degustar los chefs.
-¿Qué
le aporta la filosofía a la literatura?
Ahí
hay una relación muy compleja. Hay temas que van y vienen en sentido contrario.
Ha habido grandes obras filosóficas que son obras literarias como la de Nietzsche, y literaturas que realmente carecen de
filosofía. Yo siempre he pensado que ciertas formas de literatura, por ejemplo
el ensayo y, hasta cierto punto, la novela, son nuestra filosofía. Una
herramienta para pensar nuestra realidad.
-¿Cuáles
le gustan?
Dentro
de la tradición de la literatura filosófica en un sentido muy general, me han
gustado mucho las obras de Bertrand Russel. Y las obras de los etólogos porque nos enseñan que
no somos ‘ángeles caídos’, sino seres humanos con una herencia de primates. Nos
hemos empeñado en negarlo, pero cuando uno mira ciertos personajes de novela
-incluso en las letras colombianas- comprueba que somos seres mucho más dados a
nuestros impulsos y apetencias de lo que creemos.
-Muy darwiniano, ¿cómo se compagina eso con la filosofía?
Creo
que lo que nos enseña la escuela de Darwin no lo debemos olvidar nunca. Se
compagina con la filosofía porque cuando uno cree que es un ‘ángel caído’
piensa que debe combatir ciertas apetencias, gustos y obsesiones con religión.
Respeto esa posición pero, cuando uno se da cuenta que es un ser con impulsos
primarios, empieza a dejar de combatirlos y más bien logra sublimarlos en algo
productivo.
-¿Una
posición crítica de las religiones?
Sí,
yo tengo una posición muy crítica frente a la religión. No pretendo que nadie
la asuma pero no he tenido miedo de expresarla. En el mundo entero se está
dando una tendencia muy interesante para que los ateos empecemos a ‘salir del
closet’, porque es indispensable comenzar a plantear, dentro del respeto, un
debate con los creyentes y entablar un diálogo. En Colombia hace mucha falta
hablar de las diferencias porque hay una polarización impresionante.
-¿Por
qué somos tan dados a violar la ley?
Rousseau se preocupó por hacer compatibles el
respeto absoluto a la ley y la libertad absoluta, y convirtió en una especie de
ideal del siglo XIX el ser libre sin violar una sola ley. Eso implica que las
leyes del estado sean muy bien pensadas y que exista un sentido muy alto de lo
que somos dentro de la sociedad. Ninguna de esas dos cosas las tenemos aquí.
Cuando los colombianos van al extranjero gastan tiempo simplemente aprendiendo
a ser parte de una sociedad, a no botarle la basura al vecino,o a no poner el equipo de sonido a todo volumen,
porque hay unas normas de respeto. Regresan y vuelven a trasgredir
las normas. Esa ha sido una constante en la historia de Colombia.
-En
América había asentamientos humanos 20 mil años antes del Descubrimiento, ¿por
qué el desorden?
Aquí
existía un mundo con una organización propia, muy estricto y codificado. Para
entender lo que sucedía a su alrededor, el hombre americano acudía al pasado, a
los oráculos y a los dioses. Como los Maya, que todo
lo hacían con orden y regularidad.Cuando llega el
europeo, rompe totalmente esa lógica.
“A las infieles las
castigaban brutalmente y las obligaban a acostarse con los diez hombres ‘más
asquerosos de la tribu’”.
Testimonios como
los de Fray Diego Durán, dicen que -25 años después
de la Conquista- los indios de Méjico decían estar consultando a sus dioses,
pero que éstos ya no les hablaban. ¿Qué pasaba? El europeo llegaba de una
civilización altamente sofisticada en el manejo de símbolos y eso le daba
predominio sobre el americano. Por eso lo rompe. Una de las cosas complicadas
para los colombianos es que somos analfabetas simbólicos:
no conocemos el manejo de símbolos, no entendemos lo que significan. El hombre
americano sabe hablar con la naturaleza pero no sabe hablar con las personas.
El europeo llega con un lenguaje apto para el engaño. El español sabe engañar,
el hombre americano no. Con esto no hablo ni bien, ni mal, del uno o del otro,
porque en el libro no califico los dos mundos.
-¿Por
qué se ha deslizado hacia el ensayo humorístico e irreverente, en
contraposición a la trascendentalidad de la Filosofía ?
Porque
aquí no nos queda más tono que la ironía. Bertrand Russell decía: "se vuelve irónica la persona pobre
que, dentro de su pobreza, vive en cierto bienestar, lo que le genera la
ironía". Los que estamos viendo pasar -con indignación- todo este circo,
sentimos que no podemos hacer mucho, pero tampoco vamos a tomar parte en este
conflicto. Por otro lado, no nos hace falta que nos echen más carreta incomprensible.Para eso están los académicos.
-¿De
dónde sacó tanta información sobre la sexualidad pre-colombina
para su libro"Pecar como Dios Manda"?
Escribo
una trilogía, el segundo se llamará "Colombia, con Pecado Concebida",
sobre la sexualidad de nuestros próceres.El tercero
no lo he bautizado todavía. Como los indios de aquí no dejaron testimonio
porque no tenían escritura, leyendo cronistas como Fray
Pedro de Aguado, Fray Pedro Simón o Gonzalo Fernández
de Oviedo, uno descubre lo que quiere descubrir. ¿Qué parte es invento de los
cronistas y qué parte es realidad? Uno lo que tiene que hacer es un proceso muy
cuidadoso de compaginar las anécdotas y en los elementos coincidentes pensar
que deben ser verdad; pero sin duda ahí se cuela mucha información, que
probablemente sea lo que en la literatura se llaman ‘interpolaciones’, cosas
que añaden los intérpretes y no tanto cosas originales. Un ejemplo: Fray Pedro Simón y Fray Pedro de
Aguado interpretan la mitología de los Muiscas con
los cánones del cristianismo. Entonces uno no sabe qué era originario de ellos
y qué no.
-Dice
usted que el descubrimiento y la conquista disminuyeron de forma impresionante
el número de habitantes.
En
Méjico cuando llegan los españoles había 25 millones. Cien años después quedaba
un millón. Cuando llega Jiménez de Quesada, El Valle de los Alcázares tenía un
millón quinientos mil. Cincuenta años después hay 600 ó 700 mil. Fue un proceso
de exterminio, no todo por la espada, sino, sobre todo, por la quiebra de la
voluntad del hombre americano. Los testimonios de los Encomenderos dicen que
tenían que obligar a sus indios a tener una hora de sexo al día, porque habían
dejado de reproducirse. El hombre americano después de la llegada de los
españoles es un hombre quebrado, roto en su voluntad. Sus dioses ya no le
hablan a través de los oráculos.
-¿Es
cierto que el comportamiento erótico de los frailes en el Nuevo Mundo fue
terrible?
Los
frailes que llegaban aquí aprendían la lengua Muisca, y lo primero que pedían
era mujeres vírgenes. Eso está documentado. Ricardo Herre,
el historiador argentino, deja consignado que así fué
y que desde la llegada de los primeros religiosos el comportamiento erótico fue
absolutamente descomunal. Y no son exageraciones. Uno lee las cartas del primer
obispo que hubo en las tierras Muiscas –no habían
pasado 50 años de la Conquista- en las que le dice al Rey de España: ‘la curia
que hay en estas tierras es la escoria de España, por favor, mándeme gente un
poquito más virtuosa". Hay pocos testimonios, pero revelan que detrás de
los hombres de la espada, venían otros con la cruz, que era igual o más
poderosa.
-El
canibalismo que practicaban algunos, como los Caribes, usted también lo asimila
con el erotismo.
El
tema más interesante que aprendí con esta investigación es que, en efecto,
entre el canibalismo y la sexualidad hay un vínculo muy profundo. Las mismas
prohibiciones que penden sobre la sexualidad, también lo hacen sobre el
canibalismo: ‘no te comerás a tu hermana, a tu mamá, ni tampoco al enfermo’. En
el fondo, el canibalismo es una falta de elaboración simbólica de la sexualidad.
En Colombia por todo el Valle del Cauca, desde el sur hasta los límites con
Antioquia, vivían gran cantidad de grupos caníbales. Hay muchas razones, entre
ellas una sencilla: en América no había vacas ni los animales que en Europa o
África se consumían. Los únicos semovientes grandes eran los humanos. Hay
también una razón un tanto ritual y es la idea de que comerse al otro es
apropiarse de sus poderes. Pero en últimas es, de nuevo, nuestra falta de
elaboración simbólica.
-¿Eran
muy sexuales los indios en Colombia?
Dependía
de la comunidad. Los Muiscas eran un poco más
conservadores y, por ejemplo, castigaban la sodomía. Había ciertas reglas entre
ellos para el matrimonio. Los Caribes, los Panches y
los Laches eran mucho más abiertos y tenían prostitutas. En la América
precolombina había prostitución.
-¿Qué
era la ‘crianza invertida"?
Otros,
como los Panches, -hoy Tolima-
cuando escaseaban las mujeres, convertían a los niños que nacían en mujeres,
para su satisfacción sexual.
-O
sea que había también homosexualismo?
Sí,
en el mundo precolombino había también homosexualidad. Y, en general, los
habitantes de los antiguos territorios de Colombia no le paraban muchas bolas a
la virginidad pre- matrimonial. Es más, como en los
matrimonios había que pagar unas dotes enormes, las niñas se prostituían para
ganarla.
-
¿Una vez casadas tenían que ser fieles?
Eso
sí, a las infieles las castigaban brutalmente y las obligaban a acostarse con
los diez hombres ‘más asquerosos de la tribu’. Claro que hoy en día algunas
mujeres, solitas, logran pescar a los 10 más asquerosos de la tribu. Risa.
-Y
hasta más. Risa. ¿Por qué la chicha de la época producía esa euforia tan
impresionante que usted describe?
En
primer lugar la forma en que estaba hecha producía grandes tóxicos, de modo que
la borrachera era brutal. Las primeras formas de prostitución que hubo en
Bogotá, estacionarias digamos -que no eran ambulatorias- eran en las
chicherías.
-¿Es
cierto que en la Colonia había prostitución ‘a domicilio’ en Bogotá?
Sí,
esa historia es de las más divertidas que hay en este libro, porque cuando
Gonzalo Jiménez de Quesada se devuelve a España a hacer alarde de su
descubrimiento del Valle de los Alcázares y de los Muiscas,
deja encargado de la ciudad a su hermano Hernán Pérez de Quesada. Él llega del
Perú, y dice Juan de Castellanos en su ‘Elegía de los Varones Ilustres de
Indias, que cada soldado venía con 100 ‘damas de juego’, que no jugaban
propiamente tresillo o ‘whist’. Risa.
-Risa.
Y allí mismo se estableció la ‘coima’, ¿no?
Risa.
Sí, para no ser molestados por la increíble cantidad de mujeres que tenían, los
soldados le mandaban a la autoridad una india y un buñuelo -una especie de
pastel- para que se lo comiera y por ahí derecho a la india. Una cosa curiosa,
en Bogotá no hubo burdeles hasta el siglo XIX, mientras que en Santo Domingo,
por ejemplo, 25 años después de la conquista ya los había. ¿Por qué? por las
chicherías y porque en las casas había tal cantidad de servidumbre -40 o 50
mujeres- que el señor de la casa tenía de dónde escoger.
-Perdone
mi curiosidad pero, ¿por qué los españoles llevaban esas braguetas enormes? ¿Se
correspondían con lo que tapaban?
Risa.
Ah, eso es una maravilla. La bragueta en el siglo XVI llegó a ser tan grande,
que la tuvieron que regular por ley. El problema era que los señoretes nobles usaban armaduras y éstas no dejaban
traslucir ‘el paquete’, como se le llamaba. Decidieron añadirles unas braguetas
inmensas, en las que ‘además’ llevaban los papeles, monedas, dagas. Eran
decididamente obscenas, porque además simulaban la forma fálica. Hay una
anécdota muy simpática de la conquista del Perú: uno de los generales de
Atahualpa llega donde las indias y les dice: ‘estos blancos cargan unas
varillas que hacen fuego y traen sus genitales metidos en ‘chocitas’. Las
mujeres disque se toteaban
de la risa.
-
Cuenta usted que algunas tribus nuestras practicaban la ablación del clítoris.
Sí,
es impresionante. Hay una obra de Víctor Manuel Patiño que documenta la
extirpación del clítoris y la infibulación -coser la abertura vaginal- lo cual
causaba unos dolores aterradores. Eran pruebas de resistencia para las mujeres,
pues las que no morían con la infección, eran consideradas fuertes y aptas para
ser casadas.
-La
Cultura Tumaco hizo miles de representacions fálicas.
Sí,
los tumacos dejaron una gran herencia de objetos en
cerámica y en piedra que representaban su sexualidad. Lo hicieron de una forma
increíble. Hay jarras en forma de pene, que debieron ser divertidas para ellos;
tenían intenciones humorísticas. Representaron la cópula de muchas maneras. Es
una cosa muy linda, porque en sus escenas sexuales aparece la pareja copulando
rodeada de niños.Esto, porque para ellos el deseo
sexual culminaba en los hijos.
-¿O
sea que los Tumacos eran más sexuales que los Muiscas?
Sí,
totalmente. Esa gente no cultivaba porque sus tierras eran manglares, de manera
que comían mariscos y pescados,y
el resto del día no pensaban en nada más. Risa.
-Dice
usted que muchas veces había el deseo de acceder violentamente al cuerpo del
otro, sexualmente o por medio del plomo o del arma blanca. Eso, sumado a la
violencia de los españoles, ¿podría interpretarse como una especie de semilla
de nuestra violencia?
Una
de las cosas que yo descubrí en esta investigación es que entre sexualidad y
violencia, en Colombia hay un vínculo desde el comienzo de nuestra historia.
Uno descubre que para el colombiano, lo que no logra sublimar en la cama, lo
hace con actos violentos. Y lo que en la vida no se le da, parece manifestarlo
violentamente en su sexualidad. Por eso abundan las mujeres golpeadas, los
maridos que matan al niño o acuchillan a la esposa. Eso está en nuestra
historia desde el comienzo. Una sociedad que es sana en su sexualidad, que
logra exteriorizar sus impulsos más básicos -en el sentido etológico de la
palabra- a través de su sexualidad, tiende a no ser una sociedad violenta. Pero
nosotros tenemos una sexualidad muy empobrecida desde el comienzo de nuestros
tiempos.
-¿Por
qué?
Porque
el español llegaba a ‘tomar’ a la india, sin preocuparse por seducirla. Los
relatos sobre los primeros que llegaron a estas tierras dicen que no habían
acabado de bajarse de las naves y ya habían tomado una prisionera para copular
con ella. Esa, necesariamente, es una sexualidad muy pobre y está impregnada
también, en gran medida, del cristianismo, para el cual, quien no ve al otro
miserable y doliente no puede sentir nada por él. Si el otro no le despierta
compasión, no puede sentir cercanía por él. Y cuando la siente, lo trata con un
menosprecio condescendiente. Esa forma ha marcado en gran medida nuestra
sexualidad.
-Bueno,
el Cristianismo es sexófobo.
Exacto,
y todo esto va empaquetado con la gran cortesía de las maneras españolas que
aún tenemos. Colombia es un país en el que a la gente le queda más fácil
matarse, que dejar de saludarse. Es increíble.
-Y la
sexualidad negra, ¿qué aporta?
Esa
es una maravilla de tema. La sexualidad negra era totalmente distinta a la de
los españoles. La sexualidad del español era prohibida, una sexualidad que, en
medio de todo, seguía siendo pecado. La de la comunidad negra era completamente
distinta. Los ritos sexuales de los negros tendían a que la persona se fundiera
con la naturaleza y perdiera el sentido de la individualidad; volver a ser uno
con los elementos.
-De
esa época viene la palabra ‘mondá’, usada en la costa. Los negros eran
realmente bien dotados, ¿o es parte del mito?
En
términos antropométricos eso es real. En la época de la Colonia llegaban las
francesas y las europeas a estas tierras y lo primero que veían era a los
cargueros negros, que subían por su equipaje semidesnudos.Ellas
se tapaban con el abanico y exclamaban: ‘mon Dieu!’
"Dios mío".De ahí viene la palabrita. Risa.
-Volviendo
a la violencia, que viene desde entonces -con la venia del lector- le pregunto:
¿quiere decir que el pueblo colombiano ha sido un pueblo ‘mal tirado?"
Risa.
Risa.
Yo creo que sí. Nuestra sexualidad es muy pobre en muchas aspectos. Nos cuesta
trabajo ritualizar, elaborar, hacer preámbulos -tanto a los jóvenes como a los
viejos-. Yo no sé si haya pueblos en el mundo más expertos en eso, me imagino
que sí, pero nuestra sexualidad es muy básica: ‘eche pa’
la pieza que vamos a encargar’.