Editorial: Se vino el cambio climático

La feroz temporada invernal, decretada esta semana como 'calamidad pública', debe concentrar la atención inmediata del Gobierno, así como llevar al despliegue de la solidaridad del resto de la sociedad colombiana. Sin embargo, los severos azotes de las lluvias, atribuidos en general al fenómeno de 'La Niña', no pueden desviar por mucho tiempo la atención de otros fenómenos, más lentos pero de mayor duración, como el calentamiento global.

De acuerdo con la convención macro de las Naciones Unidas, el cambio climático se refiere a las transformaciones del clima atribuidas directa o indirectamente a la actividad humana, que altera la composición de la atmósfera mundial. La generación de gases efecto invernadero, por ejemplo, eleva las temperaturas planetarias, afecta las precipitaciones y aumenta el nivel de los mares. Los impactos de estas alteraciones son de una amplia gama y de carácter global: en los cultivos agrícolas, en las sequías, en los ecosistemas, en los asentamientos humanos, en el abastecimiento de agua, en la salud y en el equilibrio de las especies.

La vulnerabilidad de un país como Colombia a esta amenaza mundial es peligrosamente alta. Estamos de terceros, después de Bangladesh y China, y encima de India, en el Índice de Riesgo de Mortalidad de la ONU, que mide la exposición de las poblaciones a inundaciones, terremotos, deslizamientos y ciclones tropicales. La magnitud de la catástrofe invernal de las últimas semanas es prueba de ello.

Los estudios locales de las repercusiones que el cambio climático tendría en territorio colombiano muestran unos escenarios en mora de prestarles atención. Según varias investigaciones, los glaciares están perdiendo entre el 3 y el 5 por ciento de su área al año. Se calculan elevaciones del mar de entre 2,5 y 3,3 milímetros anuales, que afectarían a San Andrés, Cartagena y las costas. Modelos climáticos pronostican aumentos de temperatura de entre 1,4, hasta el 2040, y 3,2 grados centígrados, hacia el 2070, que enloquecerían los pisos térmicos y los cultivos, además de exacerbar enfermedades como el dengue, la malaria y diferentes plagas.

Esto equivaldría a una franja de 400 metros de altitud, en los umbrales de las temperaturas y condiciones óptimas de la producción agropecuaria. Las consecuencias sobre el suelo, la economía y los hogares campesinos no son para desdeñar.

La Segunda Comunicación Nacional del Gobierno sobre el cambio climático reporta que Córdoba, Valle del Cauca, Sucre, Antioquia, La Guajira, Bolívar, Chocó, Santander, Norte de Santander, Cauca, San Andrés, Tolima y Caquetá son los departamentos donde se ha sentido con mayor severidad el calentamiento planetario.

En otras palabras, el cambio climático en el país ya no es un asunto del futuro o de ciencia ficción. Es una realidad que amerita el despliegue combinado de estrategias nacionales de mitigación y adaptación, con objetivos diplomáticos para su financiación internacional. En diez días, en Cancún (México), la cumbre de las Naciones Unidas sobre este problema se presta, si bien con pronóstico reservado, para que Colombia busque aliados en esa dirección.

La administración anterior desarrolló un trabajo completo de identificación de escenarios, construcción de políticas públicas y diseño de un aparato institucional para reducir los impactos e intentar prepararnos para el futuro. Junto al esfuerzo coyuntural de ayudar a las víctimas del invierno de hoy, se necesita, al mismo tiempo, sentar las bases para afrontar las alteraciones climáticas que sufrirán las próximas generaciones.

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