Editorial: Salud: el problema más grave

Por: EDITORIAL |

8:00 p.m. | 04 de Mayo del 2013

El sistema de salud en Colombia arrastra viejas fallas que lo han convertido en el problema más delicado que afronta hoy el país. En sus crisis hay muchos responsables, que ahora tienen que deponer sus intereses para buscar soluciones inaplazables.

El país nunca había tenido índices tan altos de cobertura en salud ni destinado tantos recursos para financiar este sector. En efecto, casi 43 millones de colombianos están cubiertos por el sistema, que dedica 24 de los 44 billones de pesos que moviliza al aseguramiento.

Pero tales cifras contrastan radicalmente con la calificación que los ciudadanos le dan al Gobierno en materia de manejo del sistema. Según los resultados de la Encuesta Gallup de abril, ocho de cada diez colombianos desaprueban la forma como se enfrentan los problemas de la salud y piensan que las condiciones y su calidad están empeorando. Tristemente es el campo peor evaluado, por encima de la guerrilla, el narcotráfico, la inseguridad y el desempleo.

De este modo, la opinión le pasa una cuenta de cobro al Gobierno por una crisis que no ha hecho más que profundizarse con los años.

Desde hace más de una década se han venido anunciando, de manera rimbombante, salvadoras medidas de choque para enderezar el rumbo de la salud: la emergencia social; las leyes 1122 y 1438, que, pese a reformar el sistema, acabaron siendo un saludo a la bandera, y un rosario incontable de decretos, resoluciones y medidas administrativas que han terminado de enredar la madeja.

Amparados en eso, la corrupción, la politiquería, la tramitomanía y los más oscuros intereses han florecido a sus anchas, en detrimento de los recursos y los beneficios de calidad a los que tienen derecho los colombianos.

La verdad sea dicha, era imposible que el país obtuviera un resultado distinto, cuando a eso se suma un imperdonable vacío en materia de regulación y control del Estado. En un escenario semejante, todos los actores, sin excepción, hicieron leña del sistema de salud y aun así ha crecido la costumbre de buscar culpables únicos.

Mientras cae toda el agua sucia sobre las EPS, muchas veces con razón, se desconoce que los asimétricos procesos de descentralización favorecieron, en su momento, la transformación de los dineros del régimen subsidiado en la plata de bolsillo de corruptos, políticos y grupos armados de toda índole.

Los hospitales públicos también le han abierto la puerta a la politiquería, bajo la cual se ampara, en muchas ocasiones, la ineficiencia, y hay casos de privados que, pese a mostrar mejores indicadores, inducen demanda y cierran servicios que no consideran rentables, como los pediátricos. Si bien es imperdonable que estas instituciones vivan amenazadas por las multimillonarias deudas que otros actores del sector tienen con ellas, también lo es que algunas privilegien la facturación sobre la humanización de la atención.

Las responsabilidades son compartidas. Los médicos, que con razón se quejan de haber perdido su autonomía y de ver en peligro la dignidad de su profesión en medio de un sistema de salud lanzado a su suerte a los vaivenes del mercado, acabaron convertidos, con las excepciones de rigor, en negociantes de su profesión.

La industria farmacéutica y de insumos médicos, huérfana de regulación durante mucho tiempo, tampoco se ha quedado atrás y encontró las vías para acrecentar sus dividendos a costa de los dineros de la salud.

Y justo es decir también que, mientras un grupo de pacientes, incluso con capacidad de pago, se han dedicado a esquilmar el sistema con exigencias absurdas, vía jueces, que trascienden el ámbito del derecho, otros, que son la mayoría, se convierten a diario en las víctimas de malos tratos, de barreras de acceso, de negaciones, del desgaste que representa pedir una cita médica, que es el más básico de los servicios.

Por esto, no es raro que los colombianos se sientan identificados e indignados con casos como el de Paula Sofía Lesmes, que falleció a los 9 meses tras soportar, durante su corta vida, el desprecio de una entidad como Solsalud, que era la llamada a garantizar el cumplimiento de sus derechos.

Angustia saber que esta EPS, con 1’260.000 afiliados y cuya liquidación se aceleró por este caso, no es la única que, pese a estar intervenida por la Superintendencia Nacional de Salud, es decir, por el Estado, sigue prestando pésimos servicios.

En este momento pesan sobre más de 30 EPS de los regímenes subsidiado y contributivo medidas ordenadas por la Supersalud, que incluyen desde la vigilancia especial hasta intervenciones para administrar o liquidar. De ellas hace parte la gigante Saludcoop, que cuenta con cuatro millones de afiliados y que, tras dos años en manos del Estado, no levanta cabeza. Ni el Gobierno sabe bien qué hará con ella.

Que quede claro, entonces, que si el país se embarca en una reforma de fondo, debe entender que esta tiene que ir más allá de la discusión necesaria sobre la permanencia o no de las EPS. Los cambios deben ser estructurales y estar inmersos en un debate que parta del objetivo prioritario de crear un modelo realista que resuelva el problema más grave del país: la salud.

Eso no se logrará si cada actor no depone sus intereses, si se permite la politización de la reforma y si el Estado no asume con decisión y valentía la defensa de los derechos de la gente, en términos de bienestar y calidad, y de los recursos públicos.

En este escenario, los congresistas están llamados a mostrar su grandeza y a poner a los colombianos por encima de cualquier consideración. El país entero está perdiendo.

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