Rumba hasta las seis

Hace pocos días, la alcaldesa de la localidad bogotana de Chapinero lanzó la idea de ampliar el horario de la diversión nocturna hasta las seis de la mañana. Para la funcionaria local, la capital está en mora de debatir una "política pública de la rumba" y propone que, mediante un sistema de acreditaciones, algunos establecimientos obtengan el permiso para operar después de las tres de la mañana.

La iniciativa, avalada por la Secretaría de Gobierno de la ciudad, busca reducir los niveles de inseguridad y riñas en las madrugadas capitalinas así como desincentivar la inatajable proliferación de after-parties que funcionan tras la hora legal de cierre. La política de la administración distritral en esta materia se ha caracterizado por los bandazos: primero, al decretar toques de queda zonales y restricciones de venta de licor, luego al levantarlos y después al apostar a pactos de autorregulación con los comerciantes.

Por un lado, la propuesta acierta al recordarle a la ciudad que la diversión nocturna necesita un serio debate y la adopción de políticas coherentes. Por el otro, la medida reconoce abiertamente una verdad de a puño: que las autoridades distritales, incluyendo a la Alcaldía local de Chapinero, están desbordadas en el control de la noche en Bogotá y que carecen de instrumentos y estrategias suficientes para hacer cumplir las normas actuales. En ese aspecto radica parte del atractivo de la iniciativa: si se les autoriza a un puñado de bares y discotecas abrir toda la noche, los incentivos para montar sitios clandestinos de rumba se verían, en teoría, disminuidos.

Sin embargo, esta nueva idea del gobierno bogotano parece más enfocada a aumentar los ingresos de los establecimientos de diversión que a reducir los fenómenos que han convertido la noche capitalina en un peligro: inseguridad, prostitución de menores, microtráfico de drogas, contaminación auditiva, accidentes de tránsito, riñas y agresiones y abuso de alcohol por adolescentes.

Cualquier medida que la Alcaldía promueva debería responder en primera medida a la reducción de estos indicadores. No es claro cómo un sistema de certificaciones de sitios de rumba reducirá la violencia nocturna o acabará con los after-parties. A fin de cuentas, parte del atractivo de estos está asociado con las actividades ilegales que se pueden realizar en ellos.

Al contrario, la oficina a cargo de la acreditación gozará automáticamente del poder de crear rentas exclusivas para unos pocos; distorsionará los precios y mantendrá a establecimientos de baja calidad en la clandestinidad.
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