¿Riñones en venta?
El
mes pasado, Levy-Izhak Rosenbaum, hombre de negocios de Brooklyn, fue arrestado
en Nueva York porque, según la policía, intentaba
concertar un trato para comprar un riñón por 160.000 dólares. Esto coincidió
con la aprobación de una ley en Singapur, que, según dicen algunos, abrirá el
camino al comercio de órganos en ese país. El año pasado, el magnate del
comercio minorista de Singapur, Tang Wee Sung, fue sentenciado a un
día de cárcel por aceptar comprar un riñón de forma ilegal. Posteriormente,
recibió el riñón de un asesino ejecutado -que, aunque es legal, en términos éticos
es más cuestionable que la compra de un riñón, porque crea incentivos para
condenar y ejecutar a aquellos que han sido acusados de cometer penas
capitales-.
Ahora,
Singapur ha despenalizado los pagos a los donantes de órganos. Oficialmente,
estos pagos son sólo para reembolsar gastos, aunque
siguen prohibidos los pagos cuyo monto se considere un "incentivo
indebido". Sin embargo, es vaga la definición de "incentivo
indebido".
Estos
acontecimientos plantean otra vez la cuestión de si la venta de órganos debería
siquiera considerarse un delito. Tan sólo en Estados Unidos, 100.000 personas
al año requieren un trasplante de órganos, pero únicamente 23.000 lo consiguen.
Aproximadamente 6.000 personas mueren antes de recibir un órgano.
En
Nueva York, los pacientes esperan nueve años en
promedio para recibir un riñón. Al mismo tiempo, muchas personas pobres están
dispuestas a vender un riñón por mucho menos de 160.000 dólares. Aunque la
compra y venta de órganos humanos es ilegal en casi todos lados, la Organización
Mundial de la Salud (OMS) estima que en todo el mundo aproximadamente el 10 por
ciento de los riñones trasplantados se consiguen en el mercado negro.
La
objeción más común al comercio de órganos es que con ella se explota a los
pobres. Un estudio del 2002 hecho a 350 indios que vendieron ilegalmente su
riñón apoya esa opinión. La mayoría dijo a los investigadores que lo que los
había motivado era el deseo de pagar sus deudas; sin embargo, seis años después
tres cuartas partes de ellos todavía tenían deudas y se arrepentían de haber
vendido su riñón.
Algunos
partidarios del libre mercado rechazan la opinión de que el gobierno deba
decidir por los individuos las partes del cuerpo que pueden vender -el pelo,
por ejemplo, y en los Estados Unidos, el esperma y los óvulos- y las que no.
Cuando en el programa de televisión Taboo se trató el
tema de la venta de órganos se mostró cómo un habitante de los barrios
deprimidos de Manila había vendido su riñón para poder comprar un triciclo
motorizado que le serviría como taxi y así poder llevar dinero a su familia.
Después de la operación, se mostró al donante, muy feliz, manejando su nuevo
taxi reluciente.
¿Debería
haberse impedido que esa persona tuviera esa opción? El programa también mostró
a vendedores descontentos, pero también hay vendedores descontentos, digamos,
en el mercado de la vivienda.
A
aquellos que sostienen que la despenalización de la venta de órganos ayudaría a
los pobres, Nancy Scheper-Hughes,
fundadora de Organ Watch
les responde directamente: "Quizá deberíamos buscar una forma más eficaz
para ayudar a los desposeídos en lugar de desmembrarlos". Sin lugar a
dudas, deberíamos, pero no lo hacemos: la asistencia que ofrecemos a los pobres
es lamentablemente insuficiente, y deja a más de mil millones de personas en la
extrema pobreza.
En
un mundo ideal no habría gente desposeída y habría suficientes donantes
altruistas y así nadie moriría esperando un riñón. Zell
Kravinsky, un estadounidense que donó un riñón a un
desconocido, señala que donar un riñón puede salvar una vida, mientras que el
riesgo de morir por una donación es sólo de una en 4.000. Por tanto, señala, no
donar un riñón significa valuar la vida propia 4.000 veces más que la de un
desconocido -una proporción que describe como "escandalosa"-. Sin
embargo, la mayoría de nosotros todavía tenemos dos riñones, y la demanda de
riñones persiste, así como la pobreza de aquellos a los que no ayudamos.
Debemos
diseñar políticas para el mundo real, no para uno ideal. ¿Podría regularse un
mercado de riñones legalizado para garantizar que los vendedores estén
completamente informados de lo que van a hacer, incluidos los riesgos a su
salud? ¿Se cubriría con ello la demanda de riñones? ¿Se obtendría un resultado
aceptable para el vendedor?
Para
buscar las respuestas, podemos mirar hacia un país que usualmente no
consideramos líder ni en la desregulación del mercado ni en la experimentación
social: Irán. Desde 1998, Irán ha tenido un sistema regulado, financiado por el
gobierno, de compra de riñones. Una asociación de caridad integrada por
pacientes concierta la transacción en la que se establece un precio fijo y
nadie más que el vendedor obtiene las ganancias.
Según
un estudio publicado en el 2006 por especialistas iraníes en riñones, este
esquema ha eliminado la lista de espera de riñones en ese país sin que hayan
surgido problemas éticos. En el 2006, un programa de televisión de la BBC
mostró cómo se rechazaba a muchos donantes potenciales porque no cumplían los
estrictos requisitos relativos a la edad, y a otros se les pedía que acudieran
al psicólogo.
Todavía
se necesita un estudio más sistemático del modelo iraní. Entre tanto, los
acontecimientos en Singapur se observarán con interés, así como el resultado de
las acusaciones contra de Levy-Izhak
Rosenbaum.
*
Profesor de bioética de la Universidad de Princeton y
Profesor Emérito de la Universidad de Melbourne
© Project Syndicate, 2009
Peter Singer *