El retiro oportuno
Marzo 14 de 2010



Por: Carlos E. Climent

La persona emocionalmente equilibrada se adapta a los tiempos cambiantes.

Quien llega a la vejez y no puede aceptar su edad, no reconoce el momento oportuno para retirarse y puede enturbiar el recuerdo que los demás van a tener de una vida meritoria. Como la vida es así de injusta, los allegados tienen más presente lo inapropiado de los últimos desempeños -cuando la persona se negaba a ver lo que era claro para todos- que los logros de muchos años.

Este mal sabor lo deja como legado quien no se da por enterado de que le llegó la hora del retiro y en consecuencia:

*Se repite una y otra vez realizando funciones que ya ni hace bien, ni son satisfactorias.

*Le amarga la existencia a los que le rodean.

*Su liderazgo se ve menoscabado y los subalternos le van perdiendo el respeto.

*Se convierte en un problema para la institución, para su propia empresa y para su familia.

*Hace el ridículo, porque su vanidad lo (a) lleva a presumir de joven cuando ya no lo es. O a pretender ser el conquistador de años atrás cuando ya ni la fisiología, ni la anatomía, ni la ley de la gravedad se lo permiten. O a competir en foros, actividades o deportes que dejan pocas satisfacciones y muchas lesiones.

Pero cada individuo envejece como puede y ello generalmente corresponde a las condiciones inmodificables del carácter que acompañan a cada persona hasta el final.

Probablemente hay muchos factores personales que facilitan el tránsito hacia “la edad dorada” (eufemismo para vejez). Uno de los más importantes es la generosidad.

El generoso ni manipula ni hace fuerza para cambiar el rumbo de las cosas. Está exento de rencores e insiste en servir a los demás hasta el último momento. Sabe con certeza que siempre lo ha guiado la buena fe y por tanto no le teme ni al envejecimiento ni a lo que viene después. El haber vivido con largueza le permite desprenderse, con humildad, de lo mundano y lo material. Y cumplido el trámite definitivo, su ausencia no da cabida a sentimientos de culpa entre sus deudos y está iluminada por un recuerdo perennemente grato.

Jubilarse oportunamente, que no significa retirarse de todo, requiere generosidad y sabiduría. Es un momento que hay que preparar con anticipación. La persona en este trance tiene que adaptarse a los nuevos tiempos, buscando retos diferentes, actividades interesantes y funciones nuevas de acuerdo a su edad y energía. Pero en especial, hacerse a un lado del camino para que los que vienen detrás puedan realmente tomar las riendas.

Contando con una buena salud, condiciones propicias y una dosis de suerte, el bienaventurado que pudo vivir cada etapa de su vida y pudo realizar las tareas asignadas en cada una de ellas, probablemente terminó cumpliendo sus metas más importantes.

Para este personaje, el tramo final de su vida viene de la mano de una aceptación de sí mismo, aún en medio de la soledad (tema de una próxima columna), lo cual se constituye en una importante fuente de satisfacción y tranquilidad.

carloscliment@elpais.com.co