¿Quién les teme a las CAR?

"Las CAR (Corporaciones Autónomas Regionales) están mal concebidas; la mayoría funcionan mal". Con esas palabras, el presidente Juan Manuel Santos justificaba el 22 de enero pasado el decreto de emergencia para la intervención de estas entidades ambientales.

Con ese articulado, la Casa de Nariño pretendía reducir el número de corporaciones de 33 a 17; cambiar su esquema directivo y reorganizarlas de acuerdo con las cuencas hidrográficas. "Mejor gobernabilidad y más transparencia": así resumió el Primer Mandatario los objetivos del nuevo rediseño al aparato ambiental del país.

Sin embargo, la drástica reforma se quedó en el papel. En marzo, la Corte Constitucional tumbó la segunda declaratoria del estado de excepción por la ola invernal y con ella cayeron una decena de decretos, incluido el de las CAR.Ante esta decisión del máximo tribunal, el ministro del Interior, Germán Vargas Lleras, anunció en abril la radicación en el Congreso de la República de un proyecto de ley que "reagrupe algunas de ellas, más orientadas al tema de la prevención".

Casi un año después de decretada la emergencia invernal y a ocho meses del hundimiento del decreto excepcional, el anunciado cambio en estos entes sigue sin concretarse. Lo que es peor: con los estragos de la segunda temporada de lluvias están empezando a surgir del agua las tareas que no se cumplieron durante el año en curso.

De hecho, una de las lecciones que dejó la histórica crisis invernal del 2010 fue la necesidad imperiosa de una cirugía a fondo de la institucionalidad ambiental de Colombia. Los aguaceros desnudaron una mediocre gestión de buena parte de las corporaciones autónomas en materia de prevención y protección del territorio. Los desastrosos efectos humanos, materiales y ecológicos de finales del año pasado desbordaron a las CAR y evidenciaron su conversión en aparatos burocratizados, feudos de políticos locales e incapaces de manejar con eficiencia los 1,4 billones de pesos de presupuesto anual.

Ese vínculo íntimo con la politiquería regional podría explicar la incapacidad del Gobierno para impulsar el proyecto de reforma. No se entiende que un Ejecutivo con una coalición amplia y apabullante en el Legislativo haya dejado languidecer un rediseño institucional de gran importancia para afrontar la nueva ola invernal.
Las consecuencias de ese retraso ya se sienten. Tras las inundaciones en los alrededores de la sabana de Bogotá, el Tribunal de Cundinamarca ordenó una inspección judicial a la Corporación Autónoma para verificar si cumplió con las acciones necesarias para mitigar la emergencia. La Procuraduría ha abierto indagaciones a ocho de estas entidades y la Fiscalía mantiene, asimismo, otro paquete de investigaciones en toda la geografía nacional.

El anuncio del ministro Vargas Lleras de una iniciativa legislativa para marzo próximo es tardío. Hace mucho tiempo que la administración Santos no sólo cuenta con el diagnóstico de las falencias estructurales del sistema ambiental sino que también ha identificado las modificaciones necesarias.

La introducción de mecanismos de gobernabilidad más transparentes, esquemas directivos menos atados a los políticos y una concentración geográfica más eficiente son algunos de los elementos de una reforma que el Congreso debe tramitar con la mayor celeridad. Identificar las responsabilidades de otros estamentos políticos y sociales en el desastre invernal no exime a las CAR de su lamentable desempeño. Ni exonera al Gobierno de huirle a una pelea con los congresistas por el control de unos entes vitales para la prevención de las emergencias.

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