Profesionalidad de los maestros

En los últimos dos años y medio he tenido la oportunidad de recorrer todo el país y conversar con miles maestros y estudiantes en torno a temas claves del desarrollo de la calidad, tales como la evaluación, el currículo escolar, la formación de los maestros y la organización de las instituciones educativas.

Durante todo este tiempo he podido constatar que el país cuenta con profesionales de muy alto nivel que, sinceramente, desean mejorar sus prácticas escolares y contribuir al desarrollo de sus estudiantes y sus regiones, pero también ha sido el momento para identificar problemas más profundos que los que se discuten en los diagnósticos usuales que se hacen sobre el sector.

Un aspecto que debería tener mayor relevancia es el que se relaciona con el estatus profesional de los maestros. Casi siempre se ha asociado este tema con la titulación universitaria y con el modelo de remuneración, pero hay algo que va más hondo y que tiene que ver con una concepción de la profesión muy anclada en una tradición histórica. Se trata del carácter subalterno que se ha dado a quienes ejercen la tarea de educar a las nuevas generaciones y que se manifiesta en la muy escasa autonomía para el ejercicio profesional, tanto desde el punto de vista organizativo como desde el punto de vista intelectual.

Estas dos condiciones se reflejan en la prolija y detallada reglamentación que ha habido en relación con lo que se debe enseñar, la manera como debe hacerse, los requisitos de promoción escolar, la organización institucional, los calendarios escolares, el régimen laboral y otro sin fin de detalles que apuntan a resolver a través de normas las condiciones particulares de indígenas, niños con dificultades, educación de adultos, atención a los desplazados... Por otra parte, en el aspecto de su formación, el papel de los maestros en ejercicio en sus propios procesos de formación es muy precario, ya que las facultades de educación usualmente no cuentan con profesores que a la vez estén en el ejercicio práctico de la pedagogía en los niveles básicos. Así las cosas, los procesos de formación parecen hipotecados a quienes ven la educación desde fuera, con esquemas teóricos que no siempre corresponden a la realidad, mientras se excluye el conocimiento generado día a día en las aulas escolares.

Mientras otras profesiones mantienen sus procesos de actualización a través de congresos organizados por ellas mismas, en los cuales el conocimiento circula entre pares académicos, los maestros son sometidos a permanentes capacitaciones realizadas siempre desde fuera, por profesionales de otras disciplinas, lo que hace de este mecanismo una práctica que tiende a excluir de responsabilidad a los educadores en lo que concierne a pertinencia y resultados de este ejercicio. Las revistas de educación no tienen el sello de la circulación de hallazgos científicos en el campo de la pedagogía, realizados por quienes ejercen esta profesión, y su labor solo se muestra ocasionalmente bajo el muy limitado concepto de experiencias significativas.

Lo acontecido con la pretendida reforma de la seguridad social, que se vino abajo estrepitosamente en la Corte Constitucional, fue simplemente que el Ejecutivo pretendió meterse con la autonomía profesional de los médicos, tocando su fuero científico y ético. A pesar de todas las diferencias que pueda haber entre ellos, todos reaccionaron desde sus academias científicas reivindicando la significación de su profesionalidad.

A la hora de escribir esta nota, aún no sé quién es el nuevo presidente, pero, cualquiera que sea, deberá atender seriamente el tema de la educación buscando avances significativos sobre los logros ya obtenidos por el país en los últimos quince años. Eso requiere imaginación, desde luego, pero también implica fortalecer la formación y consolidación de un conglomerado profesional con capacidad de interlocución permanente en los temas fundamentales que afectan al sector.
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Francisco Cajiao